• Por Aníbal Saucedo Rodas
  • Periodista, docente y político

La política es un escenario complejo. Por eso, desde la piedra fundacional de Aristóteles, adquirió estatus de ciencia o doctrina del Estado. En democracia, los que quieran avanzar sobre sus dominios necesariamente deben tener algunas nociones elementales de la estructura y funcionamiento del poder. Y convocar a un equipo de personas adecuadamente formadas y equipadas con una coraza moral capaz de resistir las tentaciones de ese monstruo de múltiples cabezas que es la corrupción. La autoridad construida desde la conducta y la gestión eficiente es la que, a su vez, permitirá ejercer influencias y determinar positivamente el comportamiento de los demás. Esa ecuación muy sencilla es la que provoca el resultado siempre difícil: que el pueblo se sienta representado en sus intereses por el gobierno en ejercicio.

Este presupuesto básico, sin embargo, no siempre fue considerado como imprescindible. Así, la política ha sido reiteradamente abusada, en todos los niveles, por audaces oportunistas que desconocen, no ya sus complejidades, sino sus principios más básicos, desterrando la moral y sus enunciados de servicio para asimilarla como una carrera de velocidad en la que pueda enriquecerse en la menor distancia posible. Y cuando no existen modelos a imitar, la indignación se transforma en rebeldía.

Prisionero permanente de las burbujas de la victoria electoral, el presidente de la República se olvidó de armar un equipo de gobierno. Su primera gran oportunidad perdida fue la designación de personas no aptas para puestos claves. Que podría considerarse un error de principiante si no fuera por su terquedad para sostenerlas en el cargo a pesar de la probada incompetencia de cada una de ellas y la unánime desaprobación ciudadana.

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En medio de una escena con actores improvisados, detrás de los telones, la corrupción apuraba sus ensayos. Y, de repente, nos cayó la pandemia del coronavirus. Lo que para la gente es una desgracia empobrecedora para el Gobierno fue un balón de oxígeno para rearmar sus líneas que estaban siendo destrozadas en varios frentes. Pulverizadas por la ineptitud, la indisciplina y la voracidad de sus altos mandos. Siempre es bueno recrear estos hechos para evitar el déficit de la memoria.

Las pruebas documentadas nos demuestran que ya son escasos los territorios del Estado que no están contaminados por la descomposición moral. La corrupción avanza aceleradamente hacia su destino de metástasis. Y el Presidente parece perdido en su propio laberinto. Ayer mismo, lejos de asumir una autocrítica seguía disparando contra enemigos imaginarios. Los verdaderos adversarios de este gobierno están dentro del mismo gobierno.

El terremoto mayor que tuvo su epicentro en el Ministerio de Salud vino a sepultar, de alguna manera, otros escándalos de corrupción. Que no deben pasar al olvido. Porque el olvido conduce a la impunidad. Ante la falta de un liderazgo enérgico, queda el recurso de la presión ciudadana para que el robo al Estado no sea tolerado como un hábito natural.

La pandemia fue, repetimos, un respiro para la deteriorada credibilidad de este gobierno. Una oportunidad para enderezar sus líneas, mientras la población vivía inmovilizada en sus casas. Lamentablemente, solo fue aprovechada por los inescrupulosos que no se cansan de lucrar con el dolor de nuestro pueblo. El hartazgo por la corrupción y el abuso suele poner en riesgo la estabilidad de los gobiernos. Alguien debería recordarle al Presidente la moraleja de Fuenteovejuna.

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