Durante la etapa productiva de nuestra vida, estudiamos, nos perfeccionamos y trabajamos duro en lo que nos gusta para poder ir acumulando gradualmente activos que en un momento dado podamos utilizar, para que nos puedan redituar ingresos en concepto de intereses (en el caso específico de las inversiones vía CDs a plazo fijo o la tenencia de bonos de renta fija o variable (acciones) que podemos adquirir a través del mercado de capitales).

Por el otro lado están las inversiones que uno puede hacer adquiriendo bienes raíces a precios convenientes y que a futuro nos podrán generar una renta vitalicia en concepto de alquiler.

Siempre antes de tomar una decisión de inversión es importante sopesar las potenciales áreas críticas de riesgos en las que pueden verse afectadas ante la ocurrencia de una coyuntura desfavorable o bien factores endógenos y/o exógenos incontrolables.

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Hoy día, por ejemplo, dentro del mercado de capitales, las emisiones de títulos-valores (bonos) de empresas a partir de US$ 1 millón o de US$ 3 millones de deuda consolidada dentro del sistema, la entidad que los regula (Comisión Nacional de Valores (CNV)) exige que tengan una calificación de riesgos realizada por una empresa especializada que opera en nuestro mercado y debidamente aprobada por la misma.

Si bien no constituyen para los inversionistas (personas físicas y jurídicas) garantía sobre los bonos a ser adquiridos, no obstante, al abarcar dichos informes aspectos de orden cualitativo y cuantitativo bien explícitos, les dan un marco de referencia importante a la hora de tomar sus decisiones de inversión.

Los niveles de ahorros e inversión son muy variables y están en estrecha interrelación con los montos de ingresos de cada uno de nosotros, por lo que todo esto es meramente referencial.

Pero aquí lo más importante es que como seres humanos que somos tenemos que darnos cuenta de que no vamos a poder mantener una vida activa y productiva hasta el final de nuestros días, razón por la que siempre es bueno y recomendable tomar todas las precauciones necesarias en tiempo oportuno, que nos permitan una vez iniciado la “estación de invierno” de nuestras vidas, tener el respaldo de dichos ahorros o inversiones según la capacidad adquisitiva que hemos tenido en su momento y que nos servirán como si fuera un sueldo mensual con el cual podremos disfrutar nuestra vejez, dado que no todos tienen la fortuna de contar con una jubilación vitalicia o tampoco la certeza de que nuestros hijos “nos darán la mano” cuando lo precisemos, pues hoy día en muchos casos es totalmente al revés.

La virtud que encierra el hábito del ahorro es saludable. Por más que se trate en un principio de un monto reducido, lo importante es iniciarlo e ir acrecentando cuantitativamente en función a la capacidad adquisitiva de cada uno y del margen disponible de la ecuación resultante de la relación ingresos vs. egresos, ¡pues todo va sumando!

Robert Kiyosaki en su best seller “Padre rico, padre pobre” hace una comparación entre lo que ha sido la vida de su padre biológico (pobre) y del padre rico de su amigo (y que es como su segundo padre).

Señala Robert que su padre ha sido un intelectual nato, dedicado a la docencia toda su vida, pero que llegado el fin de su vida productiva, no ha podido acceder más que a los ingresos generados por su jubilación, limitando por ende su capacidad adquisitiva y un mejor pasar durante sus últimos años.

En contrapartida su padre rico, sin tener la misma formación académica que su verdadero padre, ha tenido una visión innata de negocios, reinvirtiendo las ganancias generadas en sus diversos emprendimientos, convirtiéndolo en una persona que holgadamente vivía de los ingresos que le generaban dichas inversiones, sin tener la misma preocupación del padre pobre de si su jubilación le permitiría o no poder llevar una vida digna durante su vejez.

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