Heráclito de Éfeso (535 a.C. - 470 a.C.), filósofo griego, concluyó que el cambio es una constante en la vida del ser humano. Su nombre sigue siendo citado, su capacidad metafórica para expresar la continua transformación del existir fluye como el río, en donde su pensar se deslumbró ante el devenir de las aguas que traía, allí supo que como ese momento no habría otro igual. Y así es la vida. La contundente movilización del vivir está destinada a darle paso a lo que sigue, a lo que aparece, a lo que acontece, al respiro del presente.

Mientras se vive, se descubre la fugacidad de los episodios. Y, según la ocasión, surgen esas ideas que llaman a la imposible detención del tiempo, o a la rápida partida del mismo, que es un testigo permanente de lo que está sucediendo; solicitudes que, más allá del mandante, se cumplen naturalmente. Así llega un inicio y también un final de eso que puede ser considerado memorable o insoportable, o como quiera calificárselo. Entonces, en la totalidad de los acontecimientos, la transitoriedad es una condición irrefutable. De manera que, existe un antes, un durante y un después de los hechos.

Este tiempo también pasará. Los ciclos de cada vida igualmente están llamados a sucederse. Por lo que, nada es como anteriormente lo fue, de alguna forma, cambió y ya no es lo que era. Lo que no implica que puede haber similitudes y características parecidas, aunque el presente es diferente y su rasgo auténtico sostiene su vivacidad. Este intrínseco proceso cambiante permite aprender a darle valor a lo que es fundamental en el ser humano, que se constituye como bastión de contención y sostén para estar bien, eso representan los seres queridos al acompañar el caminar.

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El descubrimiento de lo que es necesario para vivir y su correspondiente apreciación facilitan la aceptación de los cambios, otorgando la apertura de las ideas, la reestructuración de los objetivos, la iniciación de nuevas tareas, el desprendimiento de aquello que así lo requiere, la evitación de lo trivial y la oportunidad de ahondar en lo esencial, en lo que genera instantes inolvidables.

Heráclito decía que la naturaleza estaba contenida por una ley, la que hacía llamar como Logos, al que lo significaba como razón y el cual permitía el suceder continuo del mundo; en el Logos existía una armonía invisible, sostenía el maestro. Es indescriptible la sensación de paz cuando el ser humano comprende su finitud y aprende a deleitarse de lo elemental en su vida. En esas vivencias se eternizan las invisibles sensaciones que produce el estar vivo.

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