• Por Augusto dos Santos
  • Analista

Esta es una tentación que no tiene ideologías; atoran sus pies en la fascinación por el militarismo, en tiempos de crisis, las derechas y las izquierdas con la misma fascinación y encandilamiento.

El militarismo es un sentimiento que, en el fondo, se basa en la frustración del ser cívico, en su visión limitada de sus potencialidades y, obviamente, en su falta de educación, todo lo cual genera que personas en condiciones de ciudadanía terminen excitados con la posibilidad de transferir su poder a un uniforme con botones de lata brillante de un sargento, de un capitán, de un general.

Los hay Stroessner y Chávez, de todos los pelajes políticos dispuestos a pararse dentro de un uniforme de fajina y enunciar, una vez más, que la fuerza producirá más soluciones que todos los cerebros.

Invitación al canal de WhatsApp de La Nación PY

Este es un territorio tan versátil que incluso caben transferencias: un importante funcionario de Itaipú me contó que durante una cena en homenaje a los acuerdos Lugo-Lula por Itaipú, el mismísimo Lula se acercó a Lino Oviedo y le bromeó sobre la pertinencia de un giro a la izquierda por las condiciones de popularidad de su figura en los sectores populares. Oviedo solo respondió con un brindis, pero jamás se mudó de sitio por cierto; de hecho no necesitaba hacerlo porque el populismo encuentra adeptos, mucho acá, allá, que en la razón embanderada en simbolismos políticos, en la simple ignorancia de las mayorías en estos pueblos del sur del mundo bendecidos por la naturaleza y maldecidos por sus ministros de educación.

En resumen, amar a un militar fue siempre una fascinación para el latinoamericano promedio por la misma razón futbolística que define que si no la podemos meter con creatividad intentamos con los centrazos. Porque -parafraseando al periodismo deportivo argentino de los 80- nos resignamos a vencer a los ponchazos, como los malevos en los entreveros de esquinas sombrías, antes que con la luz de la imaginación.

Lo que sucede con estas soluciones se parece bastante en todos los países, y aquí ni que decir: cuando ganás decís que ganaste mediante la brillante conducción de alguien y cuando perdés nadie es culpable porque lo que pasó es que perdiste “combatiendo heroicamente”.

Este es el fraude de las soluciones militaristas: que son generosas en atribuir el mérito al Mesías de turno y son horriblemente creativos en el uso de la resignación cuando se perdió una batalla o una guerra. Es más, se “transvisten” las resignaciones en actos heroicos que no resultaron suficientes, pero fueron heroicos al fin.

La macana de los relatos épicos es que en el fondo terminan desmovilizando a los ciudadanos, los saca del territorio cívico del debate y la pluralidad y los mete en la disciplina acrítica de un desfile militar, en el que está prohibido mirar hacia otro lado que no sea el horizonte; que -para más- termina siendo la cabeza del otro acrítico que va adelante.

Antes que el relato épico es bueno tener los hospitales preparados, la gente apta para asistir a las personas, una mano durísima administrando recursos y suficiente equipamiento para que los médicos y paramédicos se animen a trabajar sin morirse en el intento.

Después podemos jugar a los soldaditos de plomo -si eso nos fascina-, pero ahora es tiempo de estrategias de Salud Pública; es la hora de cerebros que piensen cómo salir de esta con el menos daño posible.

Déjanos tus comentarios en Voiz