- Por el Dr. Miguel Ángel Velázquez
- Dr. Mime
La encrucijada Covid-19 no solo es sanitaria. También abarca otras áreas como la economía, la repercusión social, hasta la espiritualidad y, por supuesto, la educación. De golpe y porrazo, de la noche a la mañana, hemos tenido que adaptar nuestra forma de vivir a un nuevo estilo, bien denominado por el ministro de Salud como “Modo Covid de vivir”. Muchos se han bancarizado para no tocar el papel moneda o no salir de casa aprendiendo a usar pagos electrónicos, muchos ya formalizamos lo que veníamos haciendo hace tiempo que es la consulta médica a distancia y así. Pero realmente donde todos coinciden es que tenemos serios problemas a la hora de “trasplantar” el aula presencial al mundo virtual. Y eso es porque, como nos enseñara Leslie Hart “querer enseñar sin saber cómo funciona el cerebro es como querer hacer un guante sin haber visto jamás una mano”.
Por eso, antes que usar computadoras o aprender los secretos de cualquier plataforma virtual de clases, tenemos que conocer que pasa en el cerebro ante la mal llamada “virtualidad”, porque virtual es algo que no existe en la realidad, y esto es más bien el uso de tecnología para poder enseñar. Y en ese contexto nace la Neuroeducación y la Neurodidáctica, que no son más que disciplinas que integran el conocimiento del funcionamiento del cerebro para mejorar el proceso de enseñanza y aprendizaje. En estos sábados me permitiré proporcionarles un resumen de mi próximo libro CEREBRA LA EDUCACIÓN (muy pronto ya a disposición) para intentar que el proceso de aprendizaje sea el más agradable para todos, alumnos y docentes.
Y he ahí el primer concepto errado: enseñar no es transmitir conocimientos, no solo en tiempos Covid sino en todo momento. Enseñar es transmitir capacidades. Si eso no lo hemos hecho en la realidad, no lo haremos por nada del mundo a distancia. Entonces, antes que conocer técnicamente cómo “llegar” a nuestros alumnos, debemos replantearnos seriamente: ¿estamos educando para el lóbulo frontal o lo hacemos también para el sistema límbico? O dicho de otra manera, menos neurocientífica: ¿estamos transmitiendo solo conocimiento vacío, o realmente estamos impregnando el saber de capacidad de fijación para que pueda ser usado cuando sea necesario? Es decir, ¿enseñamos para que sirva o solo por transmitir elementos para memorizar?
La revolución, entonces, no es la de “una computadora por alumno” o “la mejor plataforma para enseñar”, sino el concepto de docente “llegador”, que “compra” emocionalmente al alumno para, como siempre digo, introducirle sin que se percate, el conocimiento en su cerebrito ávido de conocimiento, que es así aunque el mismo no se dé cuenta. Y es que las emociones importan, son el mecanismo que la evolución ha puesto en nuestro cerebro para poder sortear los obstáculos, ya que todo lo que esté movido por un impulso emocional siempre tiene más éxito. La gestión de esas emociones es un factor que no hemos incorporado aún a la docencia, el manejo de ellas nos garantiza mejores competencias en nuestro desempeño.
Enseñar emociones es un concepto que debemos comenzar a manejar los docentes, ya que no solo es la base de la capacidad de actuación del ser humano, sino que, como vimos muchas veces en este espacio, es el “pegamento” con el cual quedan adheridos los conocimientos al cerebro humano, ya que las emociones positivas facilitan el aprendizaje, mientras que las negativas activan la amígdala que es nuestro centro de alarma cerebral, dificultando el paso de la información entrante a las zonas donde reside la memoria: el hipocampo y la corteza prefrontal, sedes de la llamada “memoria ejecutiva”, la encargada de la ejecución de los procesos. Nos preocupamos mucho de la consabida “gestión del conocimiento, pero nunca lo hemos hecho acerca de gestionar las emociones. El ambiente neuroeducativo propicio aumenta el aprendizaje, y la empatía, factor que debemos cultivar los docentes, es fundamental para educar desde la comprensión.
Es muy importante saber que cada cerebro es distinto, no hay cerebros iguales en ningún caso. Esto es más que un cliché neuroeducativo, es una realidad comprobada por neuroimágenes. Si bien la anatomía es similar, la conformación del entramado neuronal es diferente y jamás igual para ningún ser que habitó esta tierra, y eso hace de cada individuo (y su cerebrito) absolutamente especial y diferente. Y tiene una gruesa implicancia educativa: si educamos a todos por igual, habremos incurrido en el pecado de convertir a nuestros alumnos en “another brick in the wall” otro ladrillo en la pared, como denunciaba Pink Floyd allá por los finales de los 70 en el siglo pasado.
El concepto de diversidad amplía mucho más el concepto de educación inclusiva, no limitándose solo a personas con discapacidades diversas, sino considerando que todos, en mayor o menor medida, tenemos menos capacidad en algunas áreas que otros. Por ello, nuestra enseñanza a distancia debe ser lo menos homogénea posible... suena como una bofetada, sí, pero enseñar “en bloque” es el peor error que podemos cometer... a distancia y en el aula.
¿Les sirven los conceptos? Les espero el próximo sábado para continuar con estos tips neuroeducativos para que no estemos tan DE LA CABEZA con la enseñanza de nuestros alumnos y el aprendizaje de nuestros hijos.