DESDE MI MUNDO

  • Por Mariano Nin.
  • Columnista

Llevamos más de 50 días desde que se decretó la cuarentena y aunque pasamos a otra fase, la mayoría de los mortales continúan confinados en sus casas. No es joda. El enemigo es un letal asesino que se pasea por el mundo de un lado a otro. La pandemia de coronavirus superó las 250.000 muertes en el mundo y aunque tiene a Estados Unidos como el país más afectado del planeta con más de 68.000 muertes, su expansión preocupa a cada rincón sumiéndonos en el miedo más profundo. Y no es para menos.

Dicen los expertos que el virus secuestra las células sanas y las reprograma para que hagan más copias del virus y así comienza a expandirse la infección. El ataque provoca una neumonía. En algunos casos es posible que el paciente ya no pueda respirar por sí mismo porque la inflamación bloquea los bronquios y los alvéolos, y tenga que ser asistido con ventilación mecánica para ayudarle con oxígeno puro.

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En los casos más graves se produce una reacción inmunológica en la que el sistema de defensa de nuestro cuerpo produce una serie brutal de químicos para combatir al enemigo. Químicos que a la larga afectan al resto de los órganos, los cuales comienzan a fallar en cascada y después lo predecible, la muerte. No en todos los casos, solo en los más graves. Pero la idea es suficiente para ponernos a pensar. Si colapsa el sistema de salud va a ser una tragedia aún más grande. Es aquí donde muchos hacemos un alto en el trajinar diario y nos cuestionamos si estamos haciendo bien las cosas.

Hoy lo que sabemos es que tenemos que cuidarnos y eso es más que suficiente para cambiar nuestros hábitos y cambiar nosotros con el planeta. Lo que se viene es una nueva forma de vivir. El ministro de Salud, Julio Mazzoleni, sostiene que nosotros comenzamos bien el partido. Pese a los inadaptados y contra los irresponsables, nos cerramos, cerramos las fronteras, los negocios y las puertas de nuestras casas para protegernos, y coincidencia o no, hasta ahora nos fue bien.

Pero claro, toda buena jugada tiene una respuesta de la defensa. Pese a los esfuerzos del sistema de salud la respuesta a esta amenaza no fue acompañada con medidas económicas tan rápidas como quisiéramos y necesitamos. Entonces, se hizo necesario abrir otra vez las puertas. Se planificó una “cuarentena inteligente” para reactivar poco a poco el país. En esta primera fase unas 700 mil personas fueron autorizadas a salir a trabajar.

Así, trabajadores de fábricas, talleres mecánicos, construcciones, prestadores de servicios (masajistas, peluqueros, servicio doméstico, jardineros, entre otros) salieron a las calles. Fue más o menos un caos. No estamos acostumbrados. No nos acostumbramos a usar tapabocas, no nos acostumbramos a lavarnos las manos con frecuencia, no nos acostumbramos al distanciamiento físico ni respetar las normas más simples. Los colectivos volvieron a circular con gente amontonada, volvieron las filas encimadas como si fuese el último día de nuestras vidas para hacer documentos, pagar cuentas o hacer trámites.

Salió la gente que no debía salir y todos quedamos expuestos. Esa es nuestra realidad. Las autoridades aseguran que irán evaluando con cada fase la apertura a otra fase y que depende de nosotros ganar esta guerra. Pero lo cierto es que nos falta mucho. Vamos ganando, pero con el Jesús en la boca. Estamos mal, pero vamos bien. Cuando una persona se expone nos expone a todos. Expone a nuestras familias, expone a los servicios de salud, expone nuestros trabajos y desnuda nuestras debilidades.

Hoy vivimos una película de terror a la que le tenemos que poner un final. No será un final feliz, pero quizás sea un final para plantearnos un nuevo comienzo. Al final, lo real, lo que sabemos, lo que vamos descubriendo es que en el mundo se asoma una nueva forma de vivir. Pero claro, esa es… otra historia.

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