• Por Felipe Goroso S.
  • Columnista
  • Twitter: @FelipeGoroso

En la vieja escuela de la Comunicación Política, se tiene la perimida idea de que el líder no puede o no debe ser fuente de malas noticias. Mucho menos ser el vocero que las anuncie. En su momento, en los inicios de esta carrera, creía lo mismo. Las malas noticias déjalas a los integrantes de la segunda o tercera línea, repetía con insistencia ante cada situación de riesgo o crisis. Al líder se lo debe preservar y dejarlo solo para dar buenas nuevas. Luego, y desde unos años atrás, la experiencia y mucha lectura al respecto de Comunicación de Crisis, sobre todo en su versión Gubernamental, me di cuenta que mis ideas en ese sentido estaban desfasadas. Estaba (y no tengo problemas en admitirlo) profundamente equivocado.

El condicionante de dificultad que nos imponen las malas noticias tiene que ver más con elementos subjetivos que objetivos. Y al tener un condicionante que implica dificultad, desde la estrategia y la táctica, directamente se opta por no hacerlo. Además, se parte de otra premisa que tiene que ver con que cambiar una ficha de la segunda o tercera línea es mucho más fácil. Y, a veces, es más conveniente. Les hablo de cambiar o no fichas, porque ese es uno de los elementos que sobrevuelan: el personaje público que tiene sobre su imagen una balanza que se inclina más hacia lo negativo que hacia lo positivo, específicamente por ser usina permanente de malas noticias, no tiene una vida política con demasiada proyección en el tiempo. Eso dicen aquellos que se quedaron en el tiempo.

El liderazgo no se transfiere, habrán escuchado decir hasta el cansancio. Ejercer ese liderazgo implica asumir ciertas posiciones que, en determinadas circunstancias, puede implicar tener que dar malas noticias. La crisis económica que estamos pasando en el medio de esta cuarentena podría ser un excelente ejemplo práctico de lo que les estoy diciendo. Conste que hay otra crisis que hasta ahora no está saliendo a la superficie: la social. Esa es la que, si no se la asume con la suficiente perspectiva y visión de proceso, podría convertirse en una crisis política. Esa y las repercusiones que estamos empezando a ver al respecto de las compras del Estado en esta pandemia.

El político, líder de un proceso o idea, no solamente puede, si no que debe ser el vocero (también) de las malas noticias, obviamente no solo de ellas en exclusividad, también de las buenas nuevas. Ahora bien, la política, esa mala palabra que empieza con p y termina con a, nos obliga a que llegado el momento de dar las malas noticias, se la haga con el suficiente y adecuado ropaje de un equipo con un altísimo estándar de profesionalismo en la Comunicación Política. Sin dejar nada al azar, ni a la casualidad. De otro modo, el desgaste será un derrape incontrolable.

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