• Por Eduardo “Pipó” Dios
  • Columnista

La pandemia que nos aqueja, nada más y nada menos que a todo el planeta, se originó en China. De eso no hay duda. Las versiones pasan desde que fue creado en laboratorios adrede a que fue modificado o manipulado en algún laboratorio y por error se “escapó” de allí, dentro de algún científico o empleado descuidado, o que fue directamente producto de la ingesta de animales silvestres, se dice que un murciélago.

Quedamos claros que siendo de China, el virus podría ser llamado el virus de Wuhan o la gripe china; total nadie incendió España por llamar a la última cosa parecida gripe española.

El problema con China es que está gobernada hace bastantes décadas por una casta de hijos de mil putas que controlan una dictadura feroz, la que empezó con el déspota con pinta de campesino de Mao, y sigue con el déspota de finos trajes de seda Xi Jinping. Ambos reverendos hijos de su madre. Mao empezó con su revolución mandando a todo el que se le cantó a campos de reeducación (campos de concentración donde fueron sometidos a todo tipo de vejámenes, torturas, hambruna, experimentos, etcétera) por décadas. La mayoría murió ahí y los que salieron lo hicieron más convencidos que el propio Mao.

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A finales del siglo XX, estos déspotas se encontraron con el problema de que el comunismo se caía en todos lados, se estaban quedando solos y no tenían un peso, ya que lo que producían lo gastaban en armas y en que la casta gobernante viviera a cuerpo de rey. El pueblo muerto de hambre sobrevivía, o no, con un poco de arroz y lo que pudiera manotear. De ahí las costumbres de comer ratas, perros, gatos y cuanto animal silvestre encontraran por ahí. No eran gustos de gourmets extravagantes, sino simple hambre. De más está decir que los pobres chinos que lograron huir de ese espantoso régimen son tan fans del pollo, la vaca y el chancho como los occidentales, pese a las leyendas urbanas entupidas y hasta xenófobas.

Lo que sí que decidieron modificar el régimen, desde el punto de vista económico, dieron libertades económicas, fomentaron la inversión extranjera, que aprovechando que podían conseguir trabajadores dispuestos a someterse a turnos de 12 o 14 horas, por unos gramos de arroz y alguna moneda de poco valor, podían producir dejando dinero en China, parte en las arcas del Estado y parte en los bolsillos de los gobernantes y sus socios. De ahí surgieron los megamillonarios chinos que hoy se pasean por el mundo como los jeques árabes lo hacían el siglo pasado, yates, aviones, limusinas, equipos de fútbol, lo que sea. Un puñado de chinos, que proporcionalmente a la población es marginal, pero a nivel del mundo es mucha gente.

Estos megamillonarios chinos, que producen para las grandes marcas y para sus propias marcas, productos de calidad que va desde la peor hasta la mejor, en todos los ámbitos, desde un teléfono de alta gama de calidad mundial hasta un juguete para niño con materiales tóxicos, o terminaciones peligrosas, de pésima calidad y de gran desprecio por la vida humana.

La alimentación del pueblo chino sigue siendo un problema para el régimen, no hay comida suficiente y cada día son más. Los wet markets o mercados de animales silvestres, un tiempo prohibidos pero hoy en su mejor momento, son una solución para alimentar, pésimamente, pero por lo menos sacarles un poco el hambre, a millones de chinos pobres, la gran mayoría. Se sistematizó la producción o cría de especies exóticas o al menos muy extrañas para cualquiera, serpientes, ratas, alacranes, murciélagos y cualquier cosa que camine o vuele se consigue en esos mercados a muy bajo precio y en condiciones de salubridad espantosas. Vemos imágenes de jaulas apiñadas una encima de la otra donde el animal de abajo se alimenta del excremento y fluidos del de arriba y a su vez vuelve a eliminarlos para que el de más abajo se vuelva a alimentar de los suyos.

Este mercado de los horrores, para algunos exótico, es donde se generan enfermedades mortales y pandémicas, como el SARS, el MERS y probablemente la COVID-19. Allí mueren diariamente los pobres chinos de intoxicaciones, pero nadie se inmuta, es “normal”, son tantos que los porcentajes no alarman. Eso sí, la clase acomodada trae todos sus alimentos del exterior, los controles de calidad de todo y peor en los alimentos no son garantía en China, por lo que el que puede no come nada producido en su país.

Entonces, llegamos a nuestro conocido COVID-19, que nos tiene muertos de miedo, que surgió allí en Wuhan, entre cerros y collados, y mató no sabemos cuántos chinos antes de expandirse exitosamente por el planeta, primero eran 4.000, ahora 8.000 (hubo un error de cálculo recientemente admitido por las autoridades, de un 50% menos de casos… sí… erraron por 50%, o sea reportaron la mitad, supuestamente…). Otros hablan de 10 o 20 veces esa cifra y más.

Lo peor de este gobierno genocida chino es que se ocuparon de ocultar información que pudo ser valiosísima para salvar miles de vidas, simplemente por no querer admitir que tenían un problema por su propia culpa. Generado por ellos por acción u omisión, recibieron ayuda de algunos gobiernos, mintieron y luego de un par de meses y nunca sabremos cuántos miles de muertos, ellos ahora supuestamente ya están todos espectacularmente bien. Es más, vuelven a “donar” muchas de las cosas que no usaron o inclusive a vender cosas recibidas al propio país donante (caso Italia). También son generosos mandando productos de dudosa calidad a países amigos. Argentina, por ejemplo, anunció recientemente que recibió 150.000 respiradores, cifra impresionante, y cuando fueron a abrir la caja los respiradores eran un error de traducción y se trataba de máscaras de uso quirúrgico. España, Francia, Holanda, Estados Unidos, Gran Bretaña y otros países devolvieron trajes, mascarillas, tests rápidos y varios insumos más por ser de pésima calidad y fallados. O sea, China en toda su expresión.

Somos uno de los pocos países que no tiene relaciones diplomáticas con China, por tenerlas con Taiwán, la odiada provincia rebelde, como la llaman en Beijing, que siempre se han portado excelentemente con el país, por interés o por lo que quieran, pero han donado dinero, equipamientos, hospitales, escuelas, universidades, cientos de becas, préstamos blandos, viviendas, etcétera. Como ningún otro país con el que tenemos relaciones diplomáticas. Algunos pillos lobbystas, con intereses comerciales y algunos de ellos financiados por China, nos quieren vender el humo de que establecer relaciones con el régimen despótico de Beijing es un gran negocio para el Paraguay. Sería la primera vez en la historia, ya que China se encarga de sacar siempre ventajas en la balanza comercial con todos sus “socios” y reventar las industrias de los países con productos de pésima calidad y subsidiados por el gobierno.

China es como un virus… como un gran coronavirus. Estamos bien sin ellos.

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