EL PODER DE LA CONCIENCIA

A las dos ciudades más famosas de la Grecia Antigua, Atenas y Esparta, apenas les separaban 200 kilómetros, pero sus soldados eran educados de forma muy diferente. En la primera, potenciaban el arte; en la segunda, a diferencia del resto del mundo, los ciudadanos ni siquiera necesitaban murallas debido al sistema militar que implantaron. Incluso, los niños, a los 7 años, debían abandonar a su familia y pasaban a depender del Estado, que en adelante se ocupaba de su educación, en la lucha, formación de falanges, etc.

A dos países de la actualidad, Paraguay y Estados Unidos, les separa mucho más que 200 kilómetros, son más de 7.500, y sus soldados también son educados de forma muy diferente.

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Mientras que los del norte son instruidos para operar cazas de quinta generación, submarinos nucleares o misiles balísticos intercontinentales, los de esta parte del mundo se especializan en hacer tiburón ballena, en estar encerrados en sus cuarteles “por si alguna vez hay guerra”, gastando recursos que podrían ser empleados de manera más provechosa.

Los soldados, esos ciudadanos que siguen cobrando en tiempos de paz, sin embargo, están obligados a arriesgar su vida y perderla si fuera necesario para defender al país.

En estos tiempos de pandemia, la humanidad reconoce a otros nuevos soldados que juraron defender la vida en lugar de cobrar dinero para ejercer el arte de matar. Son los héroes de blanco, médicos/as y enfermeros/as, que sin haberlo deseado hoy se encuentran en la primera línea del frente de batalla.

Sin tener el compromiso de ofrendar su vida –como los otros camuflados y que portan fusiles– los que visten batas y portan estetoscopios siguen firmes y no abandonan a sus pacientes, a pesar de que cada día decenas caen heridos y mueren a causa del coronavirus.

Ellos están allí cuando al enfermo le falta aire. Están allí y se dan cuenta cuando la batalla está siendo ganada por el virus en el cuerpo del paciente. Están allí y ven los ojos de los desahuciados y comparten su miedo y soledad.

Imagino la tremenda soledad y desesperación de un abuelito, que antes fue el sostén de toda la familia, al estar en una sala lejos de sus seres queridos. Pasan las horas, pasan los días, pasa la esperanza y los héroes de blanco son su única sonrisa.

Imagino la tremenda soledad y desesperación de un adulto, que tiene el peso de sostener a toda una familia, al estar en una cama lejos de su cónyuge y de sus hijos. Pasan las horas, pasan los días, pasa la esperanza y los héroes de blanco son su único contacto con el exterior.

Y peor, imagino el inenarrable miedo de un niño, lejos de sus padres, de sus amigos peluches, de la seguridad del hogar, al estar en un mundo desconocido y hostil en el que que cada vez que pueden le clavan agujas en el cuerpecito. Pasan las horas, pasan los días, pasa la esperanza y los héroes de blanco son su única mamá.

Hoy es Sábado de Gloria. Imagino que es una soledad parecida a la que ayer sintió Jesús en la cruz. Pudiendo escapar de ese hospital de madera en el que también le clavaban sus carnes y derramaban su sangre, pudiendo escapar de la lenta agonía que le producía la falta de aire en sus pulmones como a los infectados de coronavirus, prefirió dar la vida porque a su manera también fue un soldado y su misión era salvar el mundo.

Imagino que en destellos de lucidez, recuerda el día anterior a ese viernes, el jueves, cuando había cenado con sus apóstoles y estaba conciente de lo que estaba por venir. Les lavó los pies y se preparó para el martirio.

Martirio. Paradójicamente, a 2020 años de aquel suceso histórico religioso, allí donde antes imponía su ley el poderoso ejército romano, una ciudad llamada Bérgamo fue bautizada como “ciudad mártir”.

Y es que desde un mundo en el que toda la humanidad se pasa los días aislada y con miedo al contagio, desde un mundo en el que los gobiernos amenazan a la gente con cuarentena, llegan noticias de otro tipo de soldados, los soldados de sotana. Ellos también se comprometieron en estar al lado de los que sufren y en Bérgamo, así como en otras ciudades de Italia y del mundo, los de sotana y los de blanco reconfortan y alientan a los enfermos.

Afuera, hasta está prohibido celebrar funerales, pero el papa Francisco les rindió homenaje el jueves y los llamó “Santos de al lado”, junto a los doctores y enfermeros.

En Italia, se cuenta casi una centena de soldados de estola que con un tapabocas desafiaron las órdenes terrenales y pagaron con su vida por cumplir su misión celestial. No abandonaron a su rebaño. Se quedaron a consolar a todas las ovejas, hasta a las más pequeñas, que lloraban sin su madre.

A estos soldados y a los de blanco, mañana domingo se les cumplirá la promesa de la Resurrección. Ellos cumplieron con su deber, en primera fila. Ellos van a estar como invitados en la mesa principal, mientras los angelitos corretean buscando su huevo de Pascua.

Otros soldados, esos que con gran pompa en helicópteros bendijeron ciudades desde la seguridad del cielo en Semana Santa como si fueran apóstoles lejanos, lejanos del dolor, quedarán en la última fila.

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