• Por Jorge Torres Romero
  • Periodista

Luego de un fin de semana confuso, con algunas pifiadas en su gabinete, el presidente de la República, Mario Abdo Benítez, se decidió finalmente a tomar el toro por las astas y dejó en claro cuál es su posición respecto a los alcances del decreto reglamentario de la ley que declara emergencia nacional y que, entre otras cosas, establece el recorte de los beneficios y altos salarios de los funcionarios públicos. Incluso fue más allá y en un tono firme realizó un categórico y enérgico repudio a los sindicatos de la Itaipú que se oponían al tope establecido en sus ingresos, cuya diferencia sería destinada al fondo de Salud.

En sintonía con el clamor popular, el anuncio realizado por el Gobierno sobre las medidas económicas, que tendrán vigencia durante el período de emergencia de 90 días, fueron acompañadas de una propuesta mucho más ambiciosa, pues se acordó la necesidad de aprovechar la ocasión para realizar una reestructuración más amplia, para lo cual se inició un diálogo con representantes de los más diversos sectores políticos, económicos y sociales.

Es que para lograr una reforma del Estado se requiere un gran pacto social y, sobre todo, un amplio consenso político, tal como lo manifestó el ministro del Interior, Euclides Acevedo, en una entrevista publicada por el diario La Nación días pasados. En opinión del secretario de la cartera del Interior, la reforma del Estado no pasa por la Constitución, sino por lo cultural. A su criterio, el debate es una cuestión que debió instalarse hace mucho. “¿De qué nos sirve una reforma constitucional si no tenemos el hábito del diálogo, si no hay una política que apueste por la cultura? La reforma estructural del Estado no es una cuestión jurídico-administrativa, es una cuestión política”, dijo Euclides. La reforma del Estado es una asignatura que debió abordarse hace mucho tiempo, pero que ahora cobra “magnitud mediática” por la situación que atraviesa el país como consecuencia del brote del coronavirus.

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El Estado no es otra cosa que el reflejo de la sociedad que tenemos, así como la clase política que está en el Gobierno es fruto de la voluntad popular; es decir, están ahí porque una mayoría los eligió y, obviamente, cada pueblo tiene a los gobernantes que se merece. Por un lado, es cierto que hay privilegios, pero lo más importante es lograr un Estado más eficiente que implica también hacer que haya una mejor distribución y que las instituciones funcionen.

El punto es que en medio de esta crisis hay muchos políticos que se llenan la boca con recetas mágicas de lo que se debe o no se debe hacer para enfrentarla, pero no nos dejemos guiar o convencer solo por los discursos grandilocuentes o las palabras que se convierten en lugares comunes cuando todos hablan de lo mismo. Lo importante es mantenerse informados para, llegado el momento, saber quiénes han demostrado coherencia en sus acciones concretas y podamos decirles en la cara: “Pero que mentiroso que sos”. (Papa Francisco, discurso en el León Coundou, julio del 2015).

Es momento que la ciudadanía organizada, con actitudes generosas y altruistas como la de los jóvenes, puedan impulsar la transformación de nuestras instituciones políticas, sociales y económicas para lograr el bien común de la sociedad, favoreciendo sobre todo a los sectores más vulnerables, tal como se implora desde varios sectores y a los que también se plegaron algunas de nuestras autoridades.

Estoy convencido de que somos un pueblo con valores genuinos, con cimientos sobre todo verdaderos, por lo que si en nuestra nación logramos un grado de pertenencia y compromiso hacia el bien común a través de la educación, el respeto a la persona y la promoción de la familia, vamos a lograr el cambio cultural que se requiere para luego ir a los cambios estructurales que se están planteando.

El gran desafío de este tiempo de crisis es no generar falsas seguridades apoyando el empoderamiento ilimitado del Estado, que siempre termina siendo una trampa de los grupos de poder. Puedo estar equivocado, pero es lo que pienso.

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