EL PODER DE LA CONCIENCIA
- Por Alex Noguera
- Periodista
- alexnoguera230@gmail.com
Hace muchos, muchos años, cuando el mundo era mundo y el coronavirus no nos lo había robado todavía, la gente podía salir de su casa, reunirse con los amigos y compartir momentos de todos los colores.
Quizá esta generación crea que es normal vivir con la pantalla de la tablet en frente del rostro o más pendiente del celular que de respirar, presos inconscientes del mundo virtual, pero antes no era así.
Todavía recuerdo cuando los sábados de tarde algunos vecinos “escapaban” de sus esposas para reunirse en torno a una mesa y jugar truco. Debía ser divertido porque a diferencia del poker, por ejemplo, en el que los jugadores tienen más cara de tristeza que de alegría, el truco hacía que los participantes gritaran, saltaran en la silla, se rieran a carcajadas y se mintieran con una caradurez digna del libro Guiness.
Estas afirmaciones no son producto de cavilaciones o inventos, sino de años de concienzudo estudio de las conductas de El Doctor, de don Pachuco Bailarín, de karai Ozuna y del Maestro (era albañil, no docente), entre otros “equipos”.
Durante el juego se repetían de tanto en tanto jugadas en las que unos se burlaban de los otros y otras en las que los otros replicaban a los unos. El Maestro era “pichado” y cuando sus adversarios amagaban con grandilocuencia que eran poseedores de la carta ganadora (el as de espadas), el pobre jornalero temeroso optaba muchas veces por ir al mazo, a pesar de contar con una buena mano.
Era entonces cuando estaballan las risotadas, momento de enseñarle que en verdad no había ninguna carta de valía y que el pobre hombre hubiera ganado de haber tenido un poco más de temple. A continuación, con cara de circunstancias, lanzaba su filosófica frase: “Jaguánte oguahu hapicha revíre”, es decir, solo el perro aulla al trasero de su semejante, haciendo entender que sus compañeros eran como los canes cobardes por burlarse a las espaldas del perdedor.
El Doctor era un estudioso del juego. Jugaba por el “honor”, es decir, generalmente no apostaba y si lo hacía obligado por las circunstancias, la apuesta era ínfima. No. El quería ganar siempre y hasta llevaba sus estadísticas anotando en una agenda días, adversarios y resultados de sus partidos.
Entendía de truco y afirmaba que él no quería jugar contra principiantes porque estos hacían jugadas incomprensibles que no eran aplicables al juego de alto nivel.
Jugaba concentrado, pendiente de los gestos de los rivales, tratando de descubrir una picazón o una mirada que delatara qué cartas tenían los demás. Su récord de victorias era impresionante, pero esa vanidad era al mismo tiempo su perdición.
Tenía cábalas. Una de ellas eran las rachas, o sea que cuando durante un largo periodo no le llegaban buenas cartas optaba jugar “a la defensiva”, como en el fútbol. Era en esos momentos en los que si se daba cuenta de que un “mirón” estaba detrás de él, “sin querer” le lanzaba un escupitajo para ahuyentar la mala suerte.
Hoy, después de tantos años, me queda la duda. ¿Pueden las personas atraer la mala suerte? Diría que son cuentos de viejas, pero muchas veces tras el “desafotunado” escupitajo la suerte del Doctor cambiaba. ¿Coincidencia? Creo que sí, pero no podría jurarlo.
De todas maneras, la ciencia moderna y la psicología afirman que existen personas “tóxicas”, que hacen daño cuando se acercan a uno.
Con todo esto del coronavirus, la prensa ha identificado a tres importantes personajes mundiales que atraen la yeta. Si no, ¿cómo se explicaría las posiciones adoptadas ante la pandemia por, por ejemplo, Andés López Obrador, Jair Bolsonaro o Donald Trump? Este último, incluso en tiempo récord logró posicionar a su país como número uno del mundo... en cantidad de contagiados. El segundo sigue sus pasos y hasta hubo que alambrar con púas la frontera para evitar la entrada ilegal desde Brasil.
Acá, dentro del país, también están los tóxicos, que no son “mirones”, sino protagonistas privilegiados en la mesa de juego de la pandemia y que juegan como si fueran amateur.
Ni por más que se trate con toda la buena voluntad se puede creer la propuesta de que con 230.000 guaraníes una persona puede sobrevivir todo un mes, mucho menos una familia. Ese discurso es el de un jugador de truco que miente sin la más mínima vergüenza.
¿Qué diría esa persona si para demostrar su hipótesis le cambiáramos su jugoso sueldo por esa miseria duante uno o dos meses? Y si triene razón, pues que el cambio sea definitivo y que trate de mantener a su familia con lo que asegura es el monto adecuado. Creo que al primer día se iría al mazo, como el Maestro.
No solo los “mirones” se burlarían de él, sino que más de uno le premiaría con un escupitajo para que se aleje lo antes posible, antes de que a causa del hambre comiencen los robos y saqueos.