• Por Carlos Mariano Nin
  • Columnista

La pandemia sigue creciendo. Es la primera vez en mi vida que veo que el mundo va parando. Poniéndolo en perspectiva es como si el planeta ralentizara su giro.

Todo se hace lento. Difícil.

Siento que la humanidad tiene miedo colectivo mientras le hace la guerra a un enemigo invisible contra el que no tiene más armas que aislarse y lavarse las manos.

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Puede sonar alarmista, pero la pandemia se acelera a medida que los contagios se van diseminando por el mundo. No lo digo yo, no soy experto. Lo advierte la Organización Mundial de la Salud.

Y los números, siempre los números, lo ratifican.

Pasaron 68 días desde el primer informe de COVID-19 para llegar a 100.000 casos, 11 días para los 200.000, y solo cuatro días para superar los 300.000.

Y América Latina es territorio minado.

Nos asustan países como Italia o España, desde donde llegan noticias aterradoras. Incluso desde EEUU, cuyo sistema de salud está preparado para grandes contingencias, y, sin embargo, todo es pequeño ante tamaña amenaza.

Pero la América Latina pobre preocupa, y es que la región le destina poquísimos recursos a la salud pública. Nosotros somos el ejemplo. No somos ajenos ni espectadores de esta realidad. La vivimos. Y la vivimos casi siempre con el Jesús en la boca.

Basta ir a los hospitales públicos y mirar a los costados. No solo hablamos de insumos y profesionales. No. La mayoría de los hospitales tienen serios problemas de infraestructura y mobiliarios.

Lo vivimos cada año con el dengue, con la influenza, con el drama cíclico de los inundados. Pero hoy es peor. Hoy estamos ante un enemigo gigantesco y desconocido. Un enemigo que puso de rodillas a las potencias más grandes del mundo y se cierne sobre nosotros por agua, cielo y tierra.

No es derramar el agua estancada, no es abrigarse o contener una cíclica epidemia de diarrea. Hoy el desafío es quedarse en casa. Pero, ¿cómo decirle al padre que sale todos los días a luchar el pan para sus hijos sin otra moneda que la que va a hacer al terminar la jornada?

Ese es el verdadero desafío. El Gobierno pondrá lo suyo con las medidas de emergencia, pero vos en tu casa vas a tener que poner el resto.

Es la única manera de contener la epidemia para evitar que colapsen los hospitales.

Si logramos contener el brote sin que explote la bomba habremos ganado la guerra, y solo la vamos a ganar si nos aislamos y tomamos conciencia de que no contagiándonos evitamos contagiar a otras personas que contagien a otras personas. Es simple y difícil a la vez. Pero vamos a lograrlo.

Cuando todo esto termine estoy seguro que nos dejará una lección, para bien o para mal, una lección.

Hoy es momento de ser empáticos, solidarios… unidos. Es momento de detenernos con el mundo y esperar. Es momento de quedarse en casa y arreglar nuestras cosas. Mirarnos y hablarnos sin tanta tecnología de por medio. Tiempo de tomarnos las manos y darnos esperanza. Lo inevitable ya está aquí. Y le vamos a hacer frente con esperanza y optimismo, y cuando pase todo esto solo será un mal recuerdo que nos dejó buenas enseñanzas.

Pero esa, es otra historia.

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