• Por Ricardo Rivas
  • Corresponsal en Argentina
  • Twitter: @RtrivasRivas

La búsqueda de información seria, confiable, verificable, exige a los periodistas profesionales recurrir a las más calificadas fuentes. Más aún en tiempo de pandemia con millones de cuarentenadas y cuarentenados que, angustiados, consumen información para tratar de saber si vivirán o morirán. Pocas horas atrás consulté con un diplomático cuyo nombre no estoy autorizado a revelar, que se desempeña con alta eficiencia en un organismo multilateral con sede en un país europeo. Preocupado, reflexionó críticamente sobre la arista comunicacional e informativa del coronavirus: “Es una de las crisis informativas más importantes de la historia de la humanidad. Los niveles de circulación de fakenews (noticias falsas, bulos, mentiras) y las consecuencias sociales de este flagelo en tiempos de crisis, son impresionantes”, señaló.

Los investigadores canadienses Victoria Rubin, Yimin Chen y Niall Conroy, tiempo atrás, publicaron un artículo que titularon “Deception detection for news: Three types of fakes” (Detección de engaños en las noticias: tres tipos de engaños). Ubican en el segundo lugar a los que llaman “Bulos (hoaxes) a gran escala”. Los definen como un “tipo de engaño deliberado que han fomentado las redes sociales” con los que se desarrollan “intentos de engañar al público (con textos que) se disfrazan de noticias, y pueden ser recogidos y validados por error por los medios de comunicación tradicionales”. Advierten que “algunos son simples bromas, pero otros van más allá del simple juego y pueden causar daños reales a las víctimas de la desinformación”.

Un grupo de investigadores del Instituto Tecnológico de Massachusset (MIT, por su sigla en inglés) publicó en la revista Science que los bulos se propagan “significativamente más lejos, más rápido, más profunda y ampliamente” que las verdaderas “en todas las categorías de información, y los efectos fueron más pronunciados para noticias políticas falsas”. Afirman que “la falsedad se difunde más lejos y más rápido que la verdad”. Seguramente, mucho más, en tiempos de pandemia, cuarentenas y aislamientos en los que la realidad mixta –realidad virtual sumada a la realidad real, por llamarlas de alguna manera– saturadas de intercambios reticulares.

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Cuando los primeros casos en el norte de Italia, uno de los intelectuales más relevantes en ese país, el filósofo Giorgio Agamben (78), el 26 de febrero, publicó en la revista Quodlibet, una reflexión crítica sobre las acciones preventivas, de seguridad sanitaria, que las autoridades de su país disponían para contener la primera pandemia del siglo XXI.

Dice Agamben: “Frente a las medidas de urgencia frenéticas, irracionales y totalmente injustificadas por una supuesta epidemia del coronavirus, es necesario partir por las declaraciones del CNR (Consiglio Nazionale delle Ricerche - Consejo Nacional de Investigaciones), según las cuales, no solo ‘no hay epidemia de coronavirus (Sars-CoV2) en Italia’, sino que además ‘la infección, según los datos epidemiológicos disponibles en la actualidad sobre decenas de miles de casos, provoca síntomas leves/moderados (una suerte de gripe) en 80 a 90% de los casos. En 10 a 15% de los casos, puede desarrollarse una neumonía, pero la evolución es benigna en la mayoría absoluta. Se estima que solo el 4% de los pacientes deben ser hospitalizados en unidades de cuidados intensivos’”. Agrega: “Si esta es la situación real, ¿por qué los medios de comunicación y las autoridades se esfuerzan en difundir un clima de pánico, provocando un verdadero estado de excepción, con severas limitaciones a la libertad de reunión y de tránsito y una suspensión del funcionamiento normal de las condiciones de vida y trabajo en regiones enteras?”. Describe después la “tendencia creciente (de la conducción política de derechas del Estado italiano) a utilizar el estado de excepción como paradigma normal de gobierno” en este caso “por razones de salud y seguridad públicas” y denuncia: “La desproporción frente a lo que, según la CNR, es una gripe normal, poco diferente de aquellas que se repiten cada año (que, a su juicio) es evidente”. Pensador notable, su palabra circuló intensamente tanto en los medios tradicionales como en las redes.

El 17 de marzo último, Agamben, ensayó algunas aclaraciones al texto que publicó en Quodlibet. Para ello, alude a “un periodista italiano” al que no identifica por “distorsionar y falsificar” sus “consideraciones sobre la confusión ética en la que la epidemia está arrojando” a Italia. Destaca que “una sociedad que vive en un estado de emergencia perpetua no puede ser una sociedad libre” y, sostiene que “vivimos en una sociedad que ha sacrificado la libertad a las llamadas ‘razones de seguridad’ y se ha condenado por esto a vivir en un perpetuo estado de miedo e inseguridad”.

Umberto Eco señaló que “todas las teorías de la conspiración siempre fueron una forma de escapar de nuestras responsabilidades” y categorizó esas prácticas como “un tipo muy importante de enfermedad social por el cual evitamos reconocer la realidad tal como es y evitamos nuestras responsabilidades”.

Un mes después de la opinión de Agamben, la Organización Mundial de la Salud (OMS) reporta en Italia 53.578 confirmados. Recuperados, 6.072. Permanecen activos, 38.549. Muertos, 4.825.

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