EL PODER DE LA CONCIENCIA

Por lo visto Charles Darwin tenía razón y no Jesús. En su teoría de la evolución, el biólogo enunciaba la ley del más fuerte, es decir, él aseguraba que el bestia, el que tuviera más fuerza, el más salvaje, el más apto, sobreviviría gracias a su superioridad y eliminaría de la tierra a los más débiles, por más “buena gente” que sea.

Jesús, sin embargo, estaba seguro de que el amor al prójimo, al hermano, era necesario para que todos juntos pudiéramos vivir felices y en paz.

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En esta época en que el mundo está de cabeza a causa del coronavirus vemos el ejemplo darwiniano en la “ayuda” que presta el Gobierno para paliar las consecuencias económicas de la pandemia.

La subvención se aplica con listas hechas por intereses, no por población, y de manera demasiado lenta. Las autoridades salen de su casa y supongo que creen que están haciendo bien las cosas porque todo el mundo aplaude la cuarentena, pero la cuarentena no es el problema, sino la ceguera de quienes son aplaudidos.

El primer punto a clarar es que es acertada la orden de cortar la circulación social.

El segundo punto, el de la lentitud, es la primera farsa que hay que visibilizar. Como decíamos, en vez de que la ministra del Trabajo o su par de Emergencia Nacional pierdan tiempo en entrevistas en radios o televisión deberían haber confeccionado la lista de beneficiados, que era para anteayer.

Es como si tuviéramos una plantita en una plantera. Un día la dejamos de regar, al día siguiente también. Después tenemos algo importante que hacer y no lo hacemos de nuevo. Así, cuando llega el fin de semana, vemos que la plantita que solo necesitaba una gota de agua por día está muerta. Y ni con todos los baldes de agua que le echemos después volverá a la vida.

Así es el hambre de la gente. Un día puede dejar de comer, pero dos o tres no. Menos 15 días. Bacigalupo y Roa pueden llevar camiones y camiones de “ayuda”, que será tarde. Y hay varios tipos de muerte. La muerte física, la muerte por prostitución a cambio de comida, la muerte por caer en las garras de un usurero para comprar comida para los niños de la casa.

Pero es difícil que esas cosas las entiendan las autoridades, que al final del día llegan “cansadas” a su hogar en el que les espera una cena calentita, luego de preparar “importantes” paquetes económicos. Llegan satisfechas de tanto “trabajo”, seguras de que hacen lo correcto porque son los que reparten la plata. ¿Quién les va a decir que dejaron morir la plantita, si todos los que los rodean recibieron su “kit”? “Teme de quien te alaba”, reza una antigua sentencia. Deberían desconfiar cuando todos alrededor les dicen que son perfectos.

El tercer punto, también cuestionable, puede explicarse mediante la teoría de la “ley de la subvención de la escoba”, y se refiere a quiénes reciben la famosa ayuda del Gobierno.

Las autoridades centran su desembolso hacia el mango, que es duro y resistente, comparable a esas personas privilegiadas que hasta hace poco tiempo recibían un sueldo y ahora están desempleadas.

Del mango, la generosidad se extiende hacia abajo, pero solo hasta donde las fibras de la escoba están firmemente atadas, que también como el mango es un segmento fuerte. Son aquellas personas que todavía están seguras en alguna lista de amigos o del gobierno municipal, central o de alguna gobernación.

El deber de las autoridades como representantes de la sociedad, obligadas por su misión, su salario y su moral es llegar a todos, pero no alcanzan a esas últimas fibras de la escoba, esas que hacen el trabajo sucio, esas que verdaderamente recogen el polvo y la mugre y que por estar tan abajo no significan nada, ni siquiera se las ve.

Esas fibras son las primeras que deben recibir la ayuda, porque como débiles plantitas sobreviven en una plantera y no en la tierra de la que puedan recoger agua. La plantera es seca y sin esperanza; la tierra, al ser escarbada, ofrece la posibilidad de encontrar nutrientes.

Las últimas fibras de la escoba son las personas más desprotegidas, las que no tienen familia, las que ni siquiera existen en las listas de Hacienda para cobrarles impuestos o de las Iglesias. Son personas olvidadas, con enfermedades mentales, refugiadas en las drogas, rechazadas por la sociedad, que de tan pobres ni siquiera les queda amor propio.

También son los artistas, los bohemios, los vendedores de chicles y caramelos, cuyo orgullo no les permite pedir socorro cuando el estómago les ruge. O los profesionales desempleados, que no son mendigos, pero que su dignidad les impide pedir favores a los que viven colgados del Estado, o los enfermos postrados en cama o los que deben cuidarlos. Ellos también quieren comer.

La visión del Gobierno es macrosocial, ayudar a las empresas a salvar los empleos, a conseguir financiamientos, a fraccionar impuestos y deudas, o a “ensuciarse” al recibir aplausos en lugares marginales donde los líderes locales tienen organizada la repartija, que jamás llegará a los más necesitados.

El Gobierno no está equivocado, los números de la pandemia le dan la razón. Sin embargo, debería dejar de darle la razón a Darwin y ver con los ojos de Jesús para encontrar a esos necesitados que son invisibles desde arriba.

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