• Por Augusto Dos Santos
  • Analista

Fue una noche tórrida, de excesos, era el vacacional febrero al fin. En una disco de medio pelo, entre el espejeo de las luces sonaba Wason Brazoban bachateando sus versos sobre que “tal parece que yo, me acostumbre a ti en un solo día, (y que) en un solo baile te entregue mi vida...”. Y más tragos y desenfreno, y tragos de nuevo y más tragos... y coma alcohólico.

Mi amigo Felipe despertó un mes después. Abrió los ojos y recuperó los sentidos en aquella mañana del 13 de marzo y se reubicó de a poco en tiempo y espacio. Asunción. Año 2020. Marito, presidente. Cerro, mal; Olimpia, Adebayor.

Eso que se veía por la ventana del departamento era el centro, allá más lejos un edificio increíble de lofts, un poco más allá la bahía. Sentía que volvía de un sueño más pesado que nunca, pero no recordaba nada; nada le hacía pensar que eso no era otra cosa sino el despertar de un día siguiente y nunca el despertar de mes de sueño. No tenía idea sobre qué día era, pero sospechaba que podía ser fin de semana, porque era media mañana y aún sonaban los pájaros y había un silencio de domingo en las calles. Decidió hacer lo más práctico, encender el televisor. Capaz Cerro jugaba esa tarde y era un buen motivo para levantarse ya a buscar a los amigos para un asado y luego la procesión hacia la Olla.

Invitación al canal de WhatsApp de La Nación PY

Colocó su sintonía en ese canal que te explica las cosas: GEN. Lo primero que encontró lo dejó anonadado: miles de personas muriendo en Europa a consecuencia de un virus que antes de dormir (en febrero) era casi exclusivamente un problema en China. Se sostuvo en el canal y vio lo siguiente: 61 enfermos en Chile, 7 en Paraguay, tantos en Argentina, tantos en Brasil. Fue hasta el baño, se lavó la cara y volvió.

Todos los partidos de fútbol estaban suspendidos. ¿Qué? Luego vio a Marito en la tele ordenando que todo se paralice para evitar la propagación de la enfermedad. Trump también hablaba en la tele y parecía confiar por fin en la ciencia. Bolsonaro no tenía COVID-19 según los exámenes, decían también en el noticiero. “¿En un solo día?”, le volvió la frase de la canción como pregunta.

Luego, la cabalgata informativa pasó a contar que el Papa suspendió toda celebración presencial en Semana Santa. –¡Se suspende la Semana Santa!–, expresó en irrefrenable voz alta –yo debo estar soñando...!–. De ahí pasaron a difundir el canto de los vecinos de Nápoles para luchar contra la soledad del encierro, y Felipe quedó boquiabierto... –¿Todo esto pasa?–, volvió a preguntarse. Cuando pasaban información sobre unos hijos de putas que entregaban el alcohol en gel haciendo proselitismo. Y decían que en Uruguay alguien distribuyó el virus en un casamiento. –¿Es una película?–, se replanteó Felipe, rascándose frenéticamente la cabeza. Pero luego vio a Marta Díaz, la presentadora de noticias del canal anunciando en un tono de inflexión que a continuación cambiaban de tema.

De inmediato se mostraron imágenes de Ronaldinho, el múltiple campeón mundial, jugando al fútbol de salón en una desmembrada canchita de la guardia de seguridad de la Policía Nacional. Felipe trataba de comprender por qué la batería de su celular se había acabado y estaba en trámites de conectarla a la electricidad cuando escuchó el nombre de “Dinho”. Pensó de inmediato que era un preso cualquiera al que pusieron el apodo del más grande acróbata del fútbol. Pero, una vez que retornó la mirada hacia la televisión vio que... –Carajo, ¡ese es el puto Ronaldinho! ¡Es Ronaldinho..!–, miró a su alrededor como pidiendo explicación a un ausente, extendiendo ambas manos con las palmas arriba. –Por un buen Dios, ¡ese tipo que está en una cárcel de Paraguay es el mismísimo Ronaldinho Gaúcho!–, exclamó y agregó –¡Qué - cornos - hace - Ronaldinho - en - una - cárcel - de - mi - ciudad!–, secuenciando las palabras y dejando que la incredulidad se derrame por todo su cuerpo como el flujo del champú en la ducha. Solo atinó a extender el brazo como si apuntara con un arma, oprimió el botón rojo del control y dejó que su tele se apagara como un espectro. Quedarse en casa fue lo último que dijeron.

El celular recuperó la vida y empezó a digitar los datos de su pantalla. Decía: Jueves/12/Marz. Tras observarlo caminó hacia la ventana y descorrió las cortinas. La primera luz plena en un mes fue como una trompada, pero se recuperó y caminó hasta el balcón. Jueves y la ciudad vacía. Ni trabajadores, ni vendedores, ni gente caminando. A una cuadra un chico con un trapito de acomodador de autos dormía de aburrimiento. Finalmente, ese sitio era su “quedarse en casa”. Resolvió volver a la cama y tratar de enhebrar el sueño. Capaz todo fue solo una pesadilla. Nada de esto pudo haber sucedido en un solo día.

Esta ficción pudo haber ocurrido. En el fondo ocurre. Si nos transportamos una semana atrás y tratamos de recordar qué estábamos haciendo el lunes pasado, veremos que nuestra rutina era apenas la de siempre; la potencia que tiene un fenómeno que es capaz de cambiar el mismo horizonte de nuestras vidas y colocarnos la muerte como peor oferta, es un asunto que no solo debería ocupar el abnegado esfuerzo de los médicos que se mueren hoy –literalmente– por salvarnos la vida mediante operaciones heroicas en nuestros cuerpos, sino también de una legión de sicólogos y siquiatras que deberían enseñarnos qué hacemos con nuestras mentes tan condicionadas al issue del riesgo de muerte como un asunto de mucho más adelante.

Felipe se durmió de vuelta. Recién cuando vuelva a despertar advertirá que no era una pesadilla y como nosotros deberá lidiar por aclimatarla a la realidad.

De todas formas, el ser humano es victorioso. Ganó siempre. Probablemente por ello a veces se confía demasiado, y se duerme.

Dejanos tu comentario