• Por Aníbal Saucedo Rodas
  • Periodista, docente y político

Cuando una crisis no es bien comunicada desde el Gobierno, aumenta la incertidumbre. La batería de informaciones sin contexto ni orientación correctos puede inducir al público a lecturas inexactas. En la multiplicidad de interpretaciones, aumentan el caos y el desconcierto. A eso debemos sumar las diversas versiones de las redes que disparan hacia cualquier lado: desde la catástrofe exterminadora hasta las exageradas minimizaciones igualmente peligrosas en su impacto final. Tampoco faltan los que prefieren encarar la cuestión por el lado humorístico, que hasta resultaría simpático y útil para descomprimir el aplastante ambiente, pero solo por un tiempo porque puede convertirse en un elemento distractor que obstaculice la visión de la real magnitud del problema. Hay gente que se regodea en su propia miserabilidad haciendo circular noticias falsas.

El dengue, que sigue entre nosotros, fue una advertencia de cómo debíamos prepararnos para esperar al coronavirus, de aparición inevitable. Pero no lo hicimos. Se procesaron registros poco confiables y se recurrió a la reiterada improvisación para responder ante esta enfermedad que nos acecha periódicamente. Y el visitante indeseado termina cobrándose su cuota de muertes. Hasta hoy no sabemos cuántas. La comunicación desde el poder fue pésima. Por eso, ahora, todo se hace sobre la marcha. Resaltando los aspectos altamente positivos, no podemos obviar el tributo de omisiones que siempre se paga en los apuros. Muchos aspectos y sectores quedan invisibles. Y los que más padecen, nuevamente, son las clases populares.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró como pandemia al coronavirus. La crudeza con que habló el director de este organismo internacional debe ser replicada en nuestro medio. Denunció niveles alarmantes de propagación e inacción en todo el mundo. Advirtió que en los próximos meses habrá más casos, más muertes y más países afectados. La realidad debe ser siempre descrita tal cual es. Se puede mentir un tiempo, pero no todo el tiempo. De la información global no podemos aislarnos. Una buena comunicación puede salvar muchas vidas.

La comunicación es ciencia desde hace décadas. La verdad es su irremplazable fundamento. A su construcción lógica se añaden los efectos previamente deseados y la evaluación de los resultados. Este proceso ayuda a corregir errores y realizar las pertinentes retroalimentaciones. Aun así, mucha gente, especialmente la clase política, la sigue subestimando.

EL PRESIDENTE ES EL MENSAJERO

Saber comunicar es un arte. La historia nos exhibe una amplia galería de presidentes o primeros ministros que fueron excelentes oradores y pésimos comunicadores. Parece una contradicción, pero no lo es. Porque no se trata solamente de hablar bien, sino de dirigir las palabras hacia el corazón del fin que se persigue o se quiere alcanzar. Y es ahí donde muchos pierden la puntería.

En días de crisis, el presidente siempre es el mensajero. Su cargo le confiere un contenido que el pueblo exige escuchar. En tiempos así, no tienen la misma preponderancia las declaraciones de un ministro, salvo para cuestiones muy puntuales y técnicas, que las del jefe de Estado. Y más todavía cuando un clima de nerviosismo se ha instalado en el país.

En el libro “Estrategias de comunicación para gobiernos” (Izurieta, Perina y Arterton, 2003) se pinta una clara línea demarcatoria entre comunicación de campaña y comunicación de gobierno. Establecer esa diferencia se hace necesaria porque muchos son los que llegan al poder y siguen manteniendo un discurso electoral. Priorizan lo “coyuntural” sobre lo “sostenido”. Transmiten la impresión de que una vez alcanzada la presidencia, no saben qué hacer. Pareciera que se prepararon para ganar, pero no para gobernar. Es ahí donde la estrategia de los asesores debe entrar a operar. “Y una gran equivocación es creer que la comunicación depende de la oficina de prensa del palacio” (Durán Barba, 2003).

ESTRATEGIAS DE COMUNICACIÓN

La presencia del coronavirus demanda una política comunicacional seria y coherente. La sociedad necesita administrar toda la información, procesada con rigurosidad. Los trabajos de tratamiento y contención de esta enfermedad deben ser explicados con claridad a la ciudadanía. El ministro de Salud tiene que dar a conocer el estado actual de la situación sin ocultar la gravedad del caso. Disfrazar la realidad con el pretexto de no provocar pánico puede resultar peor. Esta experiencia debe servir de escuela no solo para casos excepcionales, sino para la comunicación cotidiana del Gobierno.

¿Por qué insistimos en la urgencia de una información veraz? Por aquello que afirmaba Leon Festinger (1991): “En general, las personas actúan en formas consecuentes con lo que saben. Si una persona advierte cierto peligro, se vuelve precavida”.

Y esta aseveración es pertinente con la definición académica de la información: “Conjunto de mecanismos que permiten al individuo retomar los datos de su ambiente y estructurarlos de una manera determinada, de modo que le sirvan como guía de su acción” (Paoli, 1989).

En la sociedad del conocimiento y la información, todos los detalles son importantes como, por ejemplo, qué material utilizar para desinfectar las manos. Es el Gobierno, y no otro, el que debe dar la información responsable. Y tiene que centrarse en una o dos opciones para evitar la confusión. Porque en un país donde todos somos técnicos de fútbol y médicos de oficio, siempre están circulando una cantidad de recetas y fórmulas apócrifas que pueden arrastrarnos a irreversibles daños de la salud.

Durán Barba insiste en que una estrategia no se hace en el aire, “sino que parte de información obtenida científicamente. Esa es una base fundamental. Si alguien le dice que puede hacer una estrategia de comunicación sin usar sistemáticamente encuestas y otras herramientas de investigación, simplemente no sabe de qué está hablando”. Esta es una excelente oportunidad para que el Gobierno empiece a tomar en serio la comunicación.

Las medidas tomadas hasta el momento son acertadas y elogiadas por la comunidad internacional. Aunque con algunas desprolijidades y ausencias. Que son salvables si el Gobierno es capaz de hilar fino. Y rápido.

Una estrategia comunicacional efectiva será la mejor aliada de las acciones tomadas contra esta enfermedad. No hay que olvidar que cuando la comunicación gubernamental presenta huecos, la gente se encarga de rellenarlos con cualquier cosa, empezando el contagioso camino de la desinformación. Y si esa comunicación es engañosa o deficiente, sus alcances serán impredecibles para todos.

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El dengue, que sigue entre nosotros, fue una advertencia de cómo debíamos prepararnos para esperar al coronavirus, de aparición inevitable. Pero no lo hicimos. Se procesaron registros poco confiables y se recurrió a la reiterada improvisación para responder ante esta enfermedad que nos acecha periódicamente. Y el visitante indeseado termina cobrándose su cuota de muertes. Hasta hoy no sabemos cuántas. La comunicación desde el poder fue pésima”.

La presencia del coronavirus demanda una política comunicacional seria y coherente. La sociedad necesita administrar toda la información, procesada con rigurosidad. Los trabajos de tratamiento y contención de esta enfermedad deben ser explicados con claridad a la ciudadanía. El ministro de Salud tiene que dar a conocer el estado actual de la situación sin ocultar la gravedad del caso. Disfrazar la realidad, con el pretexto de no provocar pánico, puede resultar peor”.

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