Muchas veces nos hemos preguntamos nosotros mismos si para quién estamos trabajando realmente.

Cuántos tenemos entre nosotros que su primera respuesta sería: para nosotros mismos, o bien para la empresa a la cual prestamos servicios, otros también podrían decir para nuestros clientes entre varias formas de pensar.

Pero en puridad como bien lo había leído en un libro es que dentro de una organización gran parte del esfuerzo que hacemos es en pos de sacar un producto, poder venderlo y que resulte competitivo y rentable, al final los mayores beneficiados serían los accionistas de la misma, quienes en función a su participación individual al cierre de cada ejercicio se estarían llevando una porción de las utilidades que la empresa ha generado en dicho período.

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Incluso como muy bien lo señalaba el autor podría ser para vos mismo en caso que se trate de una empresa unipersonal o para los que conforman el directorio, si se trata de una empresa familiar, también para miles de inversores si se trata de una empresa que opera dentro del mercado de capitales.

Así que uno debería de dejar de estar pensando en cosas triviales, pues bien sabemos que solo existe una razón valedera para estar en los negocios sin importar lo que pudieran decir los demás. Y esa verdadera razón se llama beneficio. Que constituye el objetivo primario de cualquier empresa sea del segmento de negocios que los exploten.

Creo que nadie trabaja para perder ni empatar. El objetivo siempre es ganar, a no ser que se pudieran dar algunos factores endógenos y/o exógenos que no hayan permitido que se pudiera llegar al objetivo primario.

Bien sabemos que al inicio de cada año las empresas elaboran sus planes estratégicos de negocios, en donde casi con seguridad esté también involucrado tu equipo de trabajo.

Por ello es importante que de vez en cuando como directivo que eres hagas un stop y te fijes en los resultados que se van obteniendo y contrastarlos con los que a ti y a tu equipo de trabajo se les encomendó al inicio del año.

Siempre es bueno preguntarse a sí mismo: ¿Estoy haciendo realmente bien los deberes, contribuyendo a que la empresa vaya generando las utilidades esperadas o proyectadas?

Si no hay dinero, no hay negocio. Si no hay negocio, no hay trabajo, no hay créditos hipotecarios accesibles, vehículos, pan sobre nuestras mesas, y mucho menos las soñadas vacaciones de verano.

Cuántas veces nos sentamos para hacer un chequeo de la calidad que estamos realizando dentro de nuestras organizaciones y si realmente contribuyen cuali/cuantitativamente a los objetivos trazados.

Cuántas veces nos pudimos haber “perdido entre las ramas” por el camino y dar simplemente prioridad a lo urgente y no a lo importante.

Saber distinguirlo muy bien constituye una de las principales virtudes del ejecutivo de este siglo.

Ya “no corre” aquel director o jefe que llegaba a la oficina y después de tomar el café de la mañana “para el arranque” se pasaba todo el día encerrado en su oficina entre 4 paredes, leyendo los reportes o contestando correos o el teléfono.

Absolutamente. Hoy día aquel que no sabe lo que pasa afuera de su empresa, que no conversa con el personal, que no conoce a los clientes, a la competencia y cómo se está “moviendo” el mercado dentro de los rubros explotados por su empresa prácticamente tiene muy corta vida, pues los paradigmas actuales ya no son iguales ni tan solo similares a las del siglo pasado o inicios del presente.

Es el caso de muchas empresas familiares de nuestro país que antes fueron exitosas por muchos años con sus fundadores, pero cuando las “reglas del juego” del mercado cambiaron y llegó el momento de pasar “la posta” a la segunda generación y estos pretendieron seguir con idéntico plan estratégico gerencial que en el pasado se han “estrellado a la vuelta de la esquina” muy rápido, algunas de ellas viéndose incluso en la necesidad de tener que bajar sus persianas y dar el adiós definitivo.

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