“Te odio tantas veces Como tantas otras veces te amo” (Cante popular gitano)

Nunca pido disculpas por leer lo que leo, pero aquí sí que pido disculpas por escribir sobre los libros que escribo. En este caso, mi sobredosis de género policial.

La primera joyita de este libro son las porciones de “cantes jondos gitanos”, que la autora usa para dividir las secciones de su novela. El género, al que no se ha acercado en los últimos años, quizás pueda parecer trillado; y nada está más lejos de la verdad. Serán esos genios suecos como Henning Mankell y los que siguieron reinventando un género antes denostado como “novelita”. Bueno, que me perdonen, ni en su época la señora Agatha Christie escribía “novelitas”. Hay algo en el género policial que exige mucho más que un perfil televisivo del asesino. De por qué es un psicópata. El “nuevo policial negro” no sobrevive dos páginas sin UN GRAN DETECTIVE. Y hoy en día, ese gran detective tiene que ser un ser humano, con una historia atrás, y un pre­sente, generalmente tortuoso y complicado. Eso que en lite­ratura llaman “un estudio de personaje”, la buena literatura policial lo hace con todos los “implicados en el caso”. Otros lo llevan aún más lejos y te pre­sentan un cuadro social, una realidad política, algunos te transmiten sus conocimien­tos de música, pintura, his­toria o literatura. Escriben tan bien, que te olvidás de lo básico: tratar de adivinar quién es el asesino.

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Es lo que logró Carmen Mola (pseudónimo secretísimo), con la inspectora Elena Blanco, de la BAC- Brigada de Análisis de Casos, casi un mito urbano en la policía. Esa profesional a la que no se le escapa una, con el instinto de un animal en cacería y la inteligencia de ocho computadoras interconectadas; una máquina de eficiencia y seriedad, que guarda un dolor terrible en su vida, un hijo perdido, al que nunca, nunca, va a dejar de buscar.

Toma grappa italiana de la buena, maneja un viejo y desfasado Lada Riva duro y resistente, se descarga yendo a un karaoke madrileño y cantando canciones tristes en italiano, y teniendo aventuras de una noche con desconocidos, con el problema de que, a veces, no son tan desconocidos, y se le quie­ren enamorar, como el bombón del subinspector Zárate, en el caso por casualidad, ya que la víctima es de la jurisdicción de su barrio de las afueras de Madrid. Ahí, en Carabanchel, es donde Zárate encontró el cuerpo de Susana Macaya, veinte y pocos años, todavía con la ropa de su despedida de soltera.

Susana era hija de una familia tradicional gitana, aunque su madre “paya”, insistió en criarla como una mujer moderna, a ella y a su hermana. Susana se casaba en dos semanas. Igual que su hermana Lara, asesinada en las mismas circunstancias, con la misma saña y los mismos métodos extremadamente crueles y psicópatas, hace ocho años. El asesino de Lara está preso desde entonces. ¿O no? ¿Quién mató realmente a las “novias gitanas”?

“Y si mañana (y subrayo el si) de repente te perdiera? Habría perdido el mundo entero, no solo a ti”.

Etiquetas: #Carmen Mola

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