“La verdadera fe, y esto es algo bien conocido, se preocupa poco por encerrarse dentro de capillas; si no que cree en la comunión de los misterios de la vida”.

“La vida de los elfos”, de Muriel Barbery Muriel Barbery, esa francesita que se ganó nuestro corazón con la variopinta gama de personajes que habitan el número 7 de la Rue Grenelle (que ganas de mudarse a ese edificio), desde el inolvidable “La elegancia del erizo” hasta el menos conocido, pero igualmente “delicioso” “Rapsodia gourmet”. Ahora se alejó un rato de su dirección legal y se internó en un profundo bosque, en los misterios de la naturaleza, en un mundo feérico.

Dos niñas nacen en lugares lejanos, pero parecen tener una conexión muy importante. La pequeña María, dotada del don de la clarividencia, escondida en un bosquecito de la Borgoña, y Clara, una niña pianista prodigio enviada a Roma para desarrollar ese talento innato. Ambas, sin embargo, guardan un secreto: están conectadas con el mundo de los elfos, donde el arte y la armonía con la naturaleza son casi dos lados de una misma moneda, lo que mantiene a la humanidad a flote al dotar de esa tan necesaria profundidad a la vida de los hombres.

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Las niñas parecen estar protegidas por esa transparente pero poderosa red de elfos, quienes tienen un plan a través de ellas para, sí señor, salvar el mundo de una guerra inminente que amenaza con destruirlo todo. ¿Lo lograrán? Todo depende de lograr juntar a las dos pequeñas. ¿Es una fábula o una metáfora mucho más profunda sobre el mundo en el que vivimos? Para mí es algo más. Es un llamado de alerta que nos regala esta maravillosa autora, una que no tiene miedo de ser encasillada y se sale de la norma, de lo que el lector y la crítica esperan de ella, para recordarnos no ya el poder, sino la necesidad de tomarnos en serio a los dos bastiones de salvación que aún nos quedan: la belleza en sus dos formas más claras, la que encarna lo mejor del ser humano, la creación artística, y la que nos rodea y nos inspira a crear, a vivir, a respirar, la naturaleza. El poder infinito de la imaginación para tendernos ese puente a un futuro mejor.

“El amor no te salva, te eleva y te hace más grande. Te enciende por dentro, prende tu luz interior y usa esa luz, desde adentro tuyo, y la talla en los bosques. Se anida en los huecos de los días vacíos, de las tareas ingratas, de las horas inútiles. No, el amor no se desliza en barcas doradas o en ríos de plata. Ni canta, ni brilla ni proclama verdades absolutas a voz en cuello. Pero, a la noche, una vez que la habitación ha sido barrida y las cenizas cubiertas, y los niños duermen –de noche, entre las sábanas y las miradas lentas, sin moverse o hablar– de noche, por fin, con el cansancio de nuestras pequeñas vidas y las trivialidades de nuestras insignificantes existencias, nos convierte, a cada uno, en el pozo del cual el amado puede beber el agua…”

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