- Por Felipe Goroso S.
- Twitter: @FelipeGoroso
- Columnista
En 1970 era común ver a la alta sociedad americana y altos exponentes del empresariado, de la cultura y las artes apoyar causas tan distantes de sus realidades como la de las Panteras Negras, organización nacionalista negra, socialista y revolucionaria activa en Estados Unidos entre 1966 y 1982. Los primeros organizaban portentosas fiestas en lujosas residencias y penthouses de la ciudad de Nueva York, principalmente, y otros importantes centros urbanos donde sentaba bases el progresismo cultural de la época. El relato de las fiestas que les describo servía como pretexto para destapar la fascinación de los progresistas ricos por ciertas causas llenas de corrección política. Los radical chic, celebrities de la alta sociedad, adoptaban como suyas estas banderas políticas que les servían para mantener su estatus e imagen social. Hoy, en Paraguay bien podrían ser algunos líderes políticos, gremiales, económicos, periodistas, influencers digitales, pendientes en exceso del qué dirán, lo que les hace opinar de manera políticamente correcta en los medios tradicionales o en redes sociales sobre los temas que son tendencia del momento. Siempre se puede sumar algún ingenuo seguidor.
Sobre este escenario escribió Tom Wolfe, prolífico escritor y periodista, en una de sus míticas obras literarias: “Radical chic”, traducida al castellano como “La izquierda exquisita”. La misma empezó como un artículo y se coronó como un gran libro. Hoy, la expresión izquierda exquisita o radical chic se usa para describir a aquel grupo al que la corrección política o la obsesión por cuidar su imagen lleva a apoyar ciertas causas en las que están muy poco inmersos en la realidad. El mismo concepto se usa para encuadrar al segmento del electorado, cuya exquisitez los lleva a votar por candidatos y partidos que no tienen la más mínima probabilidad de obtener alguna victoria concreta, con el argumento de que los demás candidatos no cumplen con los niveles suficientes de exquisitez que los haga capaces de llevarse su voto. Son los exquisitos.
Pretendo detenerme en la primera de las definiciones: en el mundo en general (Paraguay no es la excepción) hay una asfixiante oleada de corrección política que deja un margen bastante estrecho para aquellos que, en un acto de valentía casi épico, se animan a plantear alguna mínima divergencia. La corrección política no admite debate y maneja de muy buena manera la instalación del eje discursivo: nosotros somos los buenos versus ellos son los malos. Obviamente, a todo aquel que no coincida con alguno de los planteamientos se le asigna la etiqueta de “ellos”. De lo que no se está percatando el progresismo es que toda esta movida está ayudando a generar una respuesta del lado conservador; a veces de manera subrepticia, de la cual nos habla la politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann en su gran obra “La espiral del silencio”, y otras veces dando supuestas sorpresas, entre las que podríamos citar: la victoria del Brexit en el Reino Unido, la victoria del no al acuerdo de paz en Colombia, y obviamente el caso más emblemático: la victoria de Donald Trump en Estados Unidos, luego replicado en tierras más cercanas con la victoria de Bolsonaro.
Y es lo que suele pasar con la política, esa mala palabra que empieza con p y termina con a, muchas veces cuando los exquisitos se apropian de banderas en las que no creen de manera auténtica, que se adoptan solo por la corrección política, agravado por una altísima dosis de intolerancia, repulsión al debate y creyendo en el nosotros versus ellos como único eje comunicacional, se termina fortaleciendo al que está al otro lado de la brecha.