• Por Ricardo Rivas
  • Corresponsal en Argentina
  • Twitter: @RtrivasRivas

El presidente Alberto Fernández volverá, en la semana que se inicia, a delegar el mando en la vicepresidenta Cristina Fernández para viajar a Europa. El primero de sus destinos confirmados será el Vaticano, a donde llegará en visita de oficial –no de Estado– y, en ese contexto, se reunirá en la Biblioteca Papal con Francisco. Estarán a solas y será breve. Las habituales fuentes de información gubernamentales están a tiempo completo para dejar correr la que podría ser la agenda a desarrollar en aquellos sacralizados despachos.

Las usinas, con alguna llegada a los espacios vaticanos, no se quedan atrás. Desde las inmediaciones de la Casa Rosada y del Palacio San Martín, sede de la Cancillería local, coincidentes portavoces que por su estatus en el armado del poder político no pueden dejar de ser escuchados aseguraron con insistencia que “uno de los temas de conversación con el Pontífice será para mediar entre el gobierno argentino y Kristalina Georgieva, directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), para que este país y ese organismo multilateral alcancen un acuerdo en crisis de la deuda pública local”. Dudoso. Desde el Vaticano, a través de fuentes de incuestionada seriedad como es el caso de uno de los biógrafos de Francisco, el colega periodista Sergio Rubin, se puntualiza que algunas acciones del gobierno local “causaron cierto malestar en el Vaticano y en el propio Pontífice”.

Rubin revela además que la visita del mandatario argentino no será privada y, por ello, no se desarrollará en Santa Marta, lugar de residencia del Papa, ni tampoco de Estado, lo que implicaría un mayor despliegue y atenciones para el visitante y sus acompañantes. Pero, por sobre todo, Rubin destaca que “si Fernández le pidió ayuda al Papa”, como se dejó trascender aquí, “parece entendible que Francisco esté dispuesto a dársela, no por él, sino por su país, dicen en su cercanía. Pero destacan que cualquier colaboración siempre será desde la discreción” porque “además, si fracasa la negociación con el FMI en la Argentina, van a culpar al Papa”.

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Más claro, imposible. En verdad, la señora Georgieva, cinco días después de que Alberto F. deje atrás la Santa Sede, coparticipará en la Academia de Ciencias Sociales del Vaticano, un coloquio sobre “Nuevas formas de fraternidad solidaria de inclusión, integración e innovación”, junto con los ministros de Economía de la Argentina, Matías Guzmán; de Francia, Italia, España, México, Paraguay (Benigno López), El Salvador y Ecuador. Entre los economistas estrella que también concurrirán se encuentran el Premio Nobel Joseph Stiglitz y Jeffrey Sachs. Verosímil.

Como suele ser de práctica en la comunicación gubernamental argentina, donde la red Twitter es la plataforma más utilizada para que la ciudadana y el ciudadano –que tenga un smartphone– accedan a la información pública, todo dato que algún funcionario deja trascender debe ser minuciosamente verificado. Una semana atrás, desde esta misma columna –cuando se anunció el viaje del presidente Fernández a Israel–, a contramano de las múltiples operaciones comunicacionales gubernamentales, se puso en duda que el día en que en ese país se recordaba el Holocausto fuera momento propicio para que el mandatario argentino dialogara con el PM Benjamin Netanyahu sobre la AMIA, o sobre el asesinato del fiscal Alberto Nisman.

El tiempo dio la razón. Antes de regresar a casa, Alberto F., luego de reunirse con aquel y con su homólogo israelí, Reuven Rivlin, reveló: “Ninguno de esos temas estuvo ni en la conversación con el presidente ni en la conversación con el primer ministro. Son más especulaciones que hacen los medios argentinos que lo que pasó acá”. También negó que haya pedido a Netanyahu “que abogue en favor de la renegociación de la deuda argentina con el FMI” ante el presidente norteamericano, Donald Trump. La comunicación no es una política en sí misma. Para comunicar, tiene que haber política.

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