Barcelona, 1901, el nacimiento del modernismo, obras en toda la ciudad de arquitectos que rom­pían con un estilo tradicional y esquemático y llevaban sus locas ideas a edificios y casas, Dome­nech, Puig, Gaudí. Esa arquitec­tura modernista que luego fue reemplazada y denostada por el novecentismo que exigía volver a las formas y a la “cordura”. Tar­daron muchos años hasta que el mundo volviera a reconocer la genialidad de esa técnica de Gaudí, el “trencadís”, de tomar los pedazos rotos de cerámica y vidrio que le regalaban en las fábri­cas y cubrir con ellos sus famosas casas, creando un efecto visual totalmente innovador.

Dalmau, un ceramista, de condición humilde, hijo de un anarquista injustamente fusilado, y de una costurera que va perdiendo la vista cosiendo, a la luz de un débil candil, esos puños y cuellos que eran el imperativo de la moda burguesa. Es que el otro aspecto de la his­toria es el momento político que se vive: la revolución industrial en su apogeo, había vuelto demasiado barato el trabajo de verdaderos artesanos, de dos industrias que, paradójicamente, hacían rica a la ciudad: el textil y la construcción. Pero esa riqueza nunca llegaba al bolsillo de la costurera, el alfarero, el ceramista, el que imprimía, como Dalmau, esos preciosos azulejos que tanto agradaban a la burguesía, la única que recibía los réditos del cre­cimiento económico. La misma his­toria de siempre, solo que un siglo peor. Surgen entonces movi­mientos políticos y sociales como el Partido Republicano y el anarquismo. En el movimiento obrero militan la combativa Emma, novia de Dalmau, y su hermana Montserrat. Una desgracia llevará a la ruptura de ese romance y a nuestros protagonistas por derro­teros de pena, autodestrucción y supervivencia a como dé lugar.

Dalmau tiene una pasión oculta: la pintura, que lo termina encum­brando entre la corriente artística más conservadora del momento: el Círculo de Sant Lluc, respetuosos de la moral, la religión y la esté­tica tradicional. Enfrentados a la bohemia representada por Picasso y sus amigos cubistas y surrealistas, denostados en la prensa y en el mundo del arte. Una primera exposición de pinturas de niños mendigos –trinxenaires– lo hará famoso, pero, combinado con su tragedia, lo llevará a sumergirse en un submundo de fiestas, exceso de absinto y heroína, y terminar en los más bajos fondos. Mientras Emma trata de sobrevivir a su propia forma: luchando. ¿Se encon­trarán sus caminos de nuevo? Solo puedo describir este libro como una delicia llena de detalles invaluables sobre un período único en la historia del arte y de la humanidad.

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“El dragón mediante piezas en forma de escamas tornasoladas superpuestas: la fachada, con el famoso “trencadís” que tanto utilizaba el genio, en este caso de vidrios de colores y azulejos redondos para emular la superficie de un lago, con sus ondulaciones y sus nenúfares. Un verdadero homenaje al vidrio, a la porcelana y a la cerámica, que en la Casa Batlló vendría a sustituir a la piedra o al ladrillo para convertirse en la verdadera piel del edificio”.

“Pero el dibujo vivía, transmitía perspectivas más allá de sus meros trazos. Dalmau cerró los ojos y agradeció su fortuna: su mano volvía a ser capaz de embrujar”.

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