Con la misma precisión que tiene la llegada de las fiestas de fin de año, se repite en cada vuelta al sol esta secuencia: Salud advierte que el verano estará caracterizado por una epidemia de dengue, zika, chikungunya o alguna de las enfermedades de países tropicales como el nuestro, los medios de comunicación resucitan las infografías de veranos pasados instruyendo sobre los peligros de conservar botellas vacías y cubiertas en los patios, se produce el colapso de sanatorios y hospitales públicos y la gente muere. Si desde hace 20 años sabemos que el Paraguay es un país con todas las condiciones para la permanencia de enfermedades endémicas, ¿por qué seguimos fracasando?

La respuesta la tendrán los especialistas, pero desde este costado, el de la información que se reitera cada verano con una angustia e impotencia cansinas, la respuesta no es otra que la indolencia. Indolencia de parte de los intendentes municipales, quienes en su mayoría no se sienten interpelados a encabezar esta lucha. Indolencia de parte de los propietarios de terrenos baldíos, quienes necesitan una multa o una imputación fiscal para reaccionar. Indolencia de las autoridades del Ministerio de Salud que, en este caso, sabían desde octubre que nos preparábamos para una epidemia y recién ahora anuncian la contratación de más personal, con todos los procedimientos previos que eso conlleva.

Indolencia de parte de los municipios, nuevamente, que no tienen sistemas eficientes de recolección de basura y que cuando esta situación les es reclamada, en lugar de apostar por soluciones se voltean a mirar a qué funcionario burócrata o empresa otrora socia culpar. No hay responsabilidad final. Indolencia también de parte de los organismos de articulación de las políticas públicas que no avizoran que uno de los principales problemas relacionados al dengue es la falta de una correcta disposición de residuos que los sistemas “convencionales” de recolección no son capaces de atender. Y entonces, también desde los medios vemos reproducirse imágenes y diálogos que ya conocemos, el de las autoridades que se culpan unas a otras y el de la discusión sobre el tamaño Estado, reducida al absurdo de preguntarse si es el Estado –a través del Senepa– el responsable de limpiarle la casa a los vecinos de zonas con altos índices de infestación larvaria. Lo que sí brilla por su ausencia en cada uno de estos debates es la estrategia.

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Ahora bien, si desde hace 20 años los sucesivos gobiernos saben que el dengue es un problema vinculado fundamentalmente a la basura de la que no sabemos cómo deshacernos cuando es en volúmenes importantes (como es el caso de las botellas, plásticos y cubiertas), ¿por qué no hay políticas públicas dirigidas a revertir este problema? O, si existen, ¿por qué carecen de visibilidad y funcionan de manera desarticulada? Y aunque del dengue venimos hablando desde una perspectiva de salud pública solamente, quizá la solución algún día pase por analizar la cuestión desde el punto de vista económico. Un concepto que se oye cada vez más es el de la economía circular, que pretende prolongar la vida útil de los residuos, mientras intenta instalar en la industria modelos sostenibles que no arrasen con los recursos naturales. Es decir, crear nuevos modelos de negocios y también incidir en los hábitos de consumo de las personas.

A lo mejor, con un poco de suerte, algún día alguien en la administración pública, con un poco de inteligencia estratégica y capaz de incidir en las políticas de prevención, le dé un giro a las cosas y dejemos de repetir la secuencia perversa de ver morir personas porque nadie sabe qué hacer con las cubiertas rotas.

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