- POR OLGA DIOS
- olgadios@ gmail.com
“El arte y el dinero son dos ficciones culturales que lindan con el acto de fe. Cuando un coleccionista compra, no está comprando arte, está comprando una confirmación social de su inversión. Paga para estar seguro y estar seguro es caro”.
Ya les recomendé, el año pasado, la primera novela de María Gainza: “El nervio óptico”, incluso traté de usarla como guía para un tour muy sui generis por el Museo de Bellas Artes de Buenos Aires, el cual también recomiendo hacer. Por el mero hecho de que es un placer. Pero ahora vengo a hablarles de su nueva novela, que puedo decir con la misma seguridad: es fantástica. Tiene todos los elementos que hacen genial a Gainza: su extenso conocimiento, no
solo del arte, sino del mundo y los submundos que alrededor de él se crean, y puede convertirlos en el escenario de una novela que, como todo lo que escribe ella, se rehúsa a encasillarse en ningún género estricto.
La narradora, en primera persona, es una crítica de arte que trabajó en su juventud como tasadora de arte en un banco. Allí conoció a Enriqueta, la tasadora en jefe, y desarrolló con ella una amistad profunda, un vínculo casi filial. Enriqueta la introduce a un círculo de “falsificadores y falsarios”: “La Banda de Falsificadores Melancólicos”, especialistas en hacer reproducciones perfectas de grandes maestros argentinos: Berni, Quinquela, Figari. La Oficina
de Tasaciones viene a cumplir el rol del falsario: los certifica como originales y altamente valiosos. Pero Enriqueta desaparece y esto deja un vacío insalvable en la vida de su aprendiz.
Huérfana de mentora, de amiga, casi de madre, deambula por la ciudad perdida, hasta que encuentra un motivo para seguir:
Ese motivo se llama La Negra. Enriqueta se reía de los métodos modernos para evaluar la autenticidad de una pintura y solo confiaba en un instrumento: la luz negra, esa que se usa hasta en las investigaciones policiales para detectar manchas de sangre en los sitios del crimen. Así como tenía un método único, también tenía una falsificadora estrella: La Negra, experta en falsear cuadros de una pintora muy popular hace décadas en la alta sociedad bonaerense. Se llamaba Mariette Lydis, pero se había llamado de muchas formas porque ella
es también una falsificación de sí misma y sus sucesivas vidas y los nombres que adopta en cada una de ellas, son la misma obra reproducida con diferentes tonos y mentiras. Así que lo que de verdad hizo La Negra fue falsificar a una falsificadora de su propio arte. La protagonista se propone encontrar a La Negra, que parece más una figura de culto, una leyenda urbana que una persona real. Uno a uno va conociendo a los antiguos habitantes de
un lugar llamado el Hotel Melancólico, quienes le brindan pistas sobre la vida del sujeto de su búsqueda; pero mientras más parece saber sobre ella, mientras más se acerca, más se aleja.
Más bien, se le escapa, al punto que no sabe si lo que está buscando es a una persona, o simplemente un motivo, un propósito en la vida. “A ella le gustaba detenerse frente a la sensitiva, esa planta que al tocarla cierra sus hojas y simula morir para abrirse de nuevo cuando uno se aleja”.