Por Ricardo Rivas
Corresponsal en la Argentina
Twitter: @RtrivasRivas
Cinco años atrás, en París, una banda de criminales terroristas liderada por los hermanos Chérif y Saïd Kouachi, ingresó en la redacción del semanario Charlie Hebdo, a sangre y fuego. Ametrallaron a doce personas. Periodistas, comunicadores, un conserge y un policía que intentó detenerlos, en una calle lindera a la sede de aquella publicación satírica. Era el 7 de enero de 2015 cuando asesinaron a las compañeras y compañeros “Cabu”, “Charb”, “Tignous”, Georges Wolinski, Bernard Maris, economista cuyo seudónimo era “Oncle Bernard”, el corrector Mustapha Ourad y la columnista Elsa Cayat. En la capital de Francia.
En el mismo lugar donde en 1789 muchas y muchos ofrendaron sus vidas con claros ideales. Libertad, igualdad y fraternidad. Cayeron mientras abogaban por aquellas ideas en, de y desde la vocación por terminar con los autoritarismos. De construir más democracia satirizándola. Increíble. Inimaginable, hasta que sucedió. La reacción no se hizo esperar. Millones de voces en la aldea global dijeron ser Charlie Hebdó.
El renovado fervor en favor de la libertad de expresión y en contra del discurso del odio fue la voz de todos. Los líderes del mundo marcharon el 11 de enero por el Boulevard Voltaire tomados de sus brazos junto con pocos más de dos millones de personas. Allií estuvieron, entre otros el primer ministro francés de aquellos años, François Holland; el jefe de gobierno de España, Mariano Rajoy; la canciller de Alemania, Angela Merkel; el premier de Israel, Benjamín Netanyahu; el PM británico David Cameron; quien era el titular de la Comisión Europea, Jean-Claude Junker.
Nada debería haber sido igual después de aquella tragedia, de aquella marcha, de aquellas indignaciones. Menos de dos años antes, el 3 de mayo de 2013, en San José de Costa Rica, en el Día Mundial de la Libertad de Prensa, cerca de 2.000 periodistas, convocados por la UNESCO, nos propusimos “hablar sin miedo”. Pero el tiempo pasó. El discurso del odio, aquel 7 de enero de 2015, en París, en la redacción de Charlie Hebdó, pudo más. Pero, aún con lágrimas en nuestros ojos, nos resistimos a bajar los brazos y, de hecho, no los bajamos.
Estamos convencidos que, como sostiene la UNESCO, “un ambiente de medios de comunicación libres, independientes y pluralistas, tanto en línea como fuera de ella, debe ser uno en el cual los periodistas, trabajadores de los medios y productores de medios sociales pueden trabajar con seguridad e independencia, sin el temor de ser amenazados o incluso asesinados.” Allí se encuentra la razón por la que los brazos aún están en alto y las voluntades dispuestas para seguir en el ejercicio pleno del oficio, como siempre.
Aunque no se sepa mucho sobre el flagelo, el 1 de noviembre pasado, Día Mundial contra la Impunidad de los Crímenes contra Periodistas, la UNESCO reportó que “los asesinatos de periodistas crecieron un 18% en los últimos cinco años” y que “casi el 90% de los responsables de la muerte de 1.109 reporteros en todo el mundo entre 2006 y 2018 no han sido condenados”.
Precisó que “la región de los Estados Árabes es la más mortífera para los profesionales de la información, seguida de América Latina y el Caribe (nuestra región), Asia y el Pacifico” y, en ese contexto de crueldad e impunidad, ese organismo multilateral exige justicia porque “el fin de la vida de un periodista nunca debe ser el fin de la búsqueda de la verdad”. Es palabra de la UNESCO que hago mía. Por eso la evocación de la masacre de Charlie Hebdó. Para que quienes se asocian con la indiferencia, con la criminalidad, con los autoritarios, con los antidemocráticos, con los terroristas, con los narcos, con los corruptos sepan que, como aquel afiche que en 2014 me sacudió el alma en la Plaza de Cibeles, en Madrid, a pasos de la Puerta de Alcalá, en la siempre bien recordada Madrid: “Sólo con besos nos taparán la boca”.