Alberto Fernández, el jefe del gobierno argentino, cuando solo faltan tres días para que complete el primero de los 48 meses en la Casa Rosada, toma decisiones de gobierno que definirán su gestión. Luego de poner en marcha, en el orden interno, un ajuste económico que afecta especialmente a jubilados y a los sectores sociales medios en todos sus segmentos e inaugurar una etapa de solidaridad por ley en nombre de los que menos tienen, en las últimas horas la coyuntura lo obligó a expresarse sobre los más recientes atropellos a la democracia en Venezuela bajo el comando de Nicolás Maduro.

Como consecuencia de la violencia institucional que impidió que la Asamblea Nacional venezolana sesionara con normalidad, con el objetivo de elegir nuevas autoridades, tanto la Argentina como el Grupo de Lima –del que este país es fundador– emitieron sendos comunicados que, por cierto, no son totalmente divergentes, ya que coinciden en condenar al régimen de Caracas y en llamar “a la comunidad internacional”, a “las democracias del mundo a que ayuden a facilitar ese proceso de diálogo, para que Venezuela pueda recuperar a la brevedad la normalidad democrática”, como reza el texto argentino. Los agrupados en Lima, por su parte, hacen la misma convocatoria “para trabajar de manera conjunta en apoyo a la recuperación de la democracia y el restablecimiento del Estado de derecho en ese país”. La coincidencia literal es muy marcada. La diferencia política, en tanto la producción de sentido a la que apuntan ambos documentos, tiene como característica destacable que la Argentina procura –especialmente de cara al frente interno– a ser vista como lejana del grupo limeño aunque sin diferenciarse lo suficiente como para quedar fuera de ese foro, ni aparecer como sustento de un sistema opresor. Todo indica que Alberto F. vascula en procura de los equilibrios que exige liderar una coalición de gobierno en la que no pocos de sus integrantes se sienten cercanos a Caracas y sus aliados, en tanto que otros, peronistas y de otras extracciones ideológicas, repudian o rechazan, en el menor de los casos, toda cercanía o vinculación con las izquierdas.

El impacto de la gestión presidencial ante el Caso Venezuela impactó con fuerza entre quienes adhieren o pertenecen al Frente de Todos, afectado de bifrontalidad a partir de las diferencias conceptuales entre el presidente Fernández y la vicepresidente Cristina Fernández, que dan lugar a un debate que no será sencillo resolver. Para contener esas disputas, voceros gubernamentales en las últimas horas comenzaron a explicar “off the record” a periodistas y líderes de opinión que la decisión de Alberto F. “recrea la histórica tercera posición de (Juan Domingo) Perón”, sintetizada en la expresión “ni yanquis, ni marxistas, peronistas”, porque “se aleja de Cristina, que apoya acríticamente a Maduro y de quienes se alinean con el Grupo de Lima encolumnado detrás de la Casa Blanca”. Latoso.

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“No tiene sentido esa explicación –dice el embajador Juan Pablo Lohlé, con casi medio siglo de militancia en el peronismo a este corresponsal– porque la tercera posición internacional del peronismo es la opción estratégica del general Perón ante la situación geopolítica de postguerra II en el siglo pasado. Esto es otra cosa que pivotea sobre diferencias internas”. Lohlé destacó que “aquella tercera posición estuvo marcada por la relación de Perón con (el vicepresidente norteamericano Richard) Nixon en la que medió, para este tema, el general Vernon Walters entre 1973 y 1974 pero, prefiero no comentar más porque escribo un libro sobre mis experiencias en el servicio exterior argentino”, se excusó.

Ricardo Sidicaro, doctor en Sociología por La Sorbone, en Francia, un estudioso del movimiento fundado por Perón, consultado sobre esta tensión en la coalición de gobierno, sostuvo que “el peronismo ha dejado de tener significado. No está claro qué es ser peronista” y sentenció: “El kirchnerismo es la puerta de salida del peronismo”, porque “todo lo que quieren y proponen está en las antípodas del peronismo”.

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