• Por Aníbal Saucedo Rodas
  • Periodista, docente y político

La política es confrontación de ideas. Es choque de pensamientos. El lenguaje es su herramienta insustituible. En él radica todo el potencial para desarmar verbal y pacíficamente al adversario y conquistar a las masas. También, aunque suene paradójico, es un lugar común para el diálogo, sin renunciar a las creencias particulares, donde la contribución plural puede afinar un proyecto país predecible, con un crecimiento económico más inclusivo, estabilidad social y menor carga de corrupción e impunidad. Para que esto ocurra debe manifestarse una doble acción: la de un gobierno que tenga oídos abiertos para las críticas y la de una oposición con capacidad y voluntad de aportar con ideas. Es decir, sacudirse de las mezquindades que envilecen los espíritus.

Varias, sin embargo, son las especulaciones en cuanto a las relaciones humanas dentro de la política. Repasemos algunas.

Carl Schmitt niega toda posibilidad de consenso en la política. La única relación posible es la de amigo-enemigo. Es un campo de antagonismo permanente, en el cual la utilización de la fuerza es admitida como deseada para poner fin a un conflicto. Es esta dicotomía la que da origen, fundamenta y define la actividad política.

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Esta posición de Schmitt (1888-1985) fue desarrollada y profundizada por algunos de sus seguidores, como fue el caso del sociólogo y filósofo francés Julien Freund, para quien la política está irremediablemente destinada a dividir a las sociedades en amigos-enemigos. En la interpretación de Bobbio –siguiendo la línea de los autores citados– de lo que se trata es de “asociar y defender a los amigos y de dividir y combatir a los enemigos”.

En el otro extremo están los partidarios del consenso, considerándolo como un instrumento político válido y posible dentro de un régimen democrático. Esto sucederá mediante el uso criterioso de los argumentos, de la razón y la decisión de desprenderse de cualquier interés que pueda obstaculizar un proyecto mayor, apuntando al ideal del bien común, en un ambiente de armonía y equilibrio.

Antagonismo, consenso y agonismo

Debemos acordar que no todo conflicto es pernicioso. Coincidimos con aquellos que lo presentan como generador de cambios. Todo dependerá de su grado de intensidad, de su resolución dentro de los límites del Derecho (salvo casos extremos) y de la capacidad de canalizarlo por la vía de las instituciones.

Entre estos últimos, Chantal Mouffe (belga) y Ernesto Laclau (argentino) han reformulado el concepto del agonismo partiendo de la premisa elemental de que “la política tiene que ver con el conflicto y la democracia consiste en dar la posibilidad a los distintos puntos de vista para que se expresen, disientan” (Página|12, 2010).

En ese punto intermedio entre el antagonismo y el consenso, el agonismo, dice Mouffe, admite que el enfrentamiento de ideas es ineludible, pero con este añadido: “El adversario reconoce la legitimidad del oponente y el conflicto se conduce a través de las instituciones (…) Es una lucha por la hegemonía”.

Todas estas aproximaciones teóricas sobre los conflictos políticos, y sus ramificaciones sociales, guardan relación con el nuevo llamado que hizo el presidente de la Conferencia Episcopal Paraguaya, monseñor Adalberto Martínez, para propiciar “espacios de diálogo serio que permitan identificar y priorizar los temas sobre los que es necesario establecer consensos para el logro del bien común de la sociedad”. Y utilizó tres palabras claves que provocan, a su entender, el desencanto con la democracia: inequidad, corrupción e impunidad.

No es la primera vez que algunos representantes de la Iglesia Católica advierten sobre este peligro. A finales de noviembre, durante las celebraciones religiosas en homenaje a la Virgen de Caacupé, el obispo del Vicariato del Chaco, monseñor Gabriel Escobar, ponía de resalto que el debilitamiento de la democracia y sus instituciones tiene su origen en la crisis moral de la clase política.

Tampoco es nueva esta preocupación. Ya lo decíamos en este mismo lugar. En la década de los ochenta ese temor estaba latente ante la escasa respuesta de los gobiernos de América Latina a las crecientes demandas sociales. Pero hoy, ese llamado recrudece ante las agitaciones ciudadanas que golpean a varios países de la región. Las posibilidades de que Paraguay sea escenario de estallidos sociales similares son amplias.

No es hipótesis exclusivamente nuestra, aunque la compartimos. Se trata simplemente de seguir el hilo de la madeja. El mismo presidente de la CEP, en los primeros días de diciembre, puntualizó que “hay un grave peligro en el país por el descontento social, que puede derivar en situaciones de convulsión y violencia como los que se han visto en varios países de la región, con saldos de dolor y luto”.

Entre la censura y el silencio

Durante la dictadura la única política conocida era la sustentada en el conflicto amigo-enemigo. El general Alfredo Stroessner se deshacía de sus adversarios por la vía del exilio o la desaparición forzosa. Los amigos, incluyendo algunos seudo opositores de otros partidos, gozaban del privilegio de los incondicionales.

En aquel tiempo, cuando la Iglesia convocó a un Diálogo Nacional la dictadura lo rechazó y lo repudió a través de sus personeros más abyectos.

Ahora, pareciera que el silencio será la respuesta constante. Al menos hasta hoy.

Esperemos que el Presidente de la República tenga la apertura suficiente para analizar la pertinencia de esta propuesta. Para Abdo Benítez muchas de las críticas a su gobierno son por intereses políticos. La voz de la Iglesia, que no es infalible, no obstante, demuestra una auténtica preocupación cuando señala que “nos encontramos ante una verdadera emergencia nacional”. Es la percepción que se vive en las calles.

Esta vez los pastores de la Iglesia Católica han asumido la decisión de no involucrarse directamente en el diálogo para alcanzar la paz. Han invocado, sí, la necesidad de una mesa socio-político-cultural para tratar de salir de esta crisis que devora a las clases populares. Y cito: “la profunda insatisfacción social” como resultado de la ausencia de respuestas a “cobertura de salud, educación de calidad, techo, tierra, empleo digno, seguridad y un ambiente saludable, entre otros derechos básicos del ciudadano”.

El Presidente deberá definir qué tipo de relación concibe dentro de la política: la del amigo-enemigo o la del consenso mínimo y puntual. Si aceptará, aunque sea como idea, el puente que le lanzó la CEP o se sentará a mirar cómo la corriente se lleva todo a su paso.

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“Durante la dictadura la única política conocida era la sustentada en el conflicto amigo-enemigo. El general Alfredo Stroessner se deshacía de sus adversarios por la vía del exilio o la desaparición forzosa. Los amigos, incluyendo algunos seudo opositores de otros partidos, gozaban del privilegio de los incondicionales”.

“El mismo presidente de la CEP, en los primeros días de diciembre, puntualizó que ‘hay un grave peligro en el país por el descontento social, que puede derivar en situaciones de convulsión y violencia como los que se han visto en varios países de la región, con saldos de dolor y luto’”.

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