Se iniciará el 2020 en pocas horas. La RAE (Real Academia de la Lengua Española), con una declaración formal y precisa, aclaró que no se iniciará una década nueva. Eso ocurrirá cuando comience el 2021. La Argentina y la Aldea Global deberán esperar para dejar atrás diez años que no fueron los mejores y que, en consecuencia, porque aportaron el achicamiento de la economía mundial, el crecimiento del desempleo, el renacer de los autoritarismos, de los nacionalismos, del proteccionismo, del Estado Nación, de las guerras comerciales y de las otras, profundizaron el drama de los desplazados y prometen a las generaciones venideras que habrán de vivir con menor calidad de vida que la generación que los precede. Desde la quiebra del entonces cuarto banco de inversión del mundo, Lehman Brothers, el 15 de setiembre del 2008, la buscada recuperación para alcanzar una mejor calidad de vida deja de ser un sueño para trocar en pesadilla. Las nuevas generaciones saben que serán más pobres que las que las preceden. En ese contexto epocal, Argentina estrenó el gobierno del presidente Alberto Fernández que fue votado el 27 de octubre pasado por el 48,10% de la ciudadanía. Historia vieja reciente.
De cara al nuevo año, 20 días después de ocupar la Casa Rosada, Alberto F. cuenta con una ley de emergencia que lo dota de poderes especiales que delegó en él el Parlamento y, apoyado en ese recurso de baja calidad institucional, dispuso un fuerte ajuste económico con el objeto de achicar el gasto público que gestionará con 21 ministerios, cerca de 85 secretarías de Estado y unas 170 subsecretarías. Ese texto legal dispone la suspensión de los aumentos previstos –también por ley desde diciembre del 2015– para el sector pasivo. Un tan viejo como reiterado reclamo que desde muchos años realiza el Fondo Monetario Internacional (FMI). Simultáneamente, incrementó la presión impositiva sobre la producción agropecuaria, lo que ha generado –como reacción sectorial– algunas medidas de fuerza y manifestaciones de queja que se prolongarán en los próximos meses. Al dólar estadounidense, ese objeto del deseo de argentinas y argentinos que procuran mantener el poder adquisitivo de sus salarios, desde cuando promediaba el siglo pasado, se lo ha recargado con impuesto del 30% por sobre el precio en el mercado oficial, lo que ubica esa divisa en $ 81.90 por unidad cuando se la adquiere para viajar al exterior y toda transacción realizada en línea que se pague con otra moneda que no sea el peso. Los sectores sociales medios comienzan a creer que el gobierno federal solo apunta a ese segmento y destaca que las medidas de Alberto F. no son equitativas porque no afectan los regímenes jubilatorios especiales –aquí llamados “de privilegio”– que, en casi todos los casos, benefician mayoritariamente a los actores políticos. Coincidentes consultores de opinión pública consultados por este corresponsal con el compromiso de no revelar sus identidades, porque casi todos ellos trabajan para el gobierno federal argentino, aseguran que “desde que Alberto asumió, su imagen positiva cayó entre 12 y 15 puntos porcentuales desde 68% hasta ubicarse entre 53 y 56%”. Encumbrados funcionarios políticos, ante esos datos, también desde el anonimato, sostienen que “podría ser peor”.
El presidente Alberto Fernández sabe que accedió al poder acompañado por el voto de 12.473.709 ciudadanas y ciudadanos. Pero también es consciente que 13.166.641 votantes del centroderecha no lo votaron al igual que 561.214 del centroizquierda. Tiene claro que el 51,87% de las y los votantes no lo hicieron por él. Ese es el mayor escollo con el que recibirá el 2020. Desde la perspectiva política y social, marzo y abril serán meses claves para consolidar su proyecto de gestión gubernamental. El desencanto es el nudo gordiano que –en el cine– desató la rebelión de los Guasones, compuesto por Joaquín Phoenix en “The Jocker”. Sebastián Piñera, su homólogo en Chile, lo descubrió tarde. Perplejo y en público, una y otra vez se preguntó: “¿Por qué nadie se dio cuenta?”.