“Que cada cual cuide de su entierro; no hay imposibles” (Frase póstuma de Quincas Berro Dágua, según Quitéria, que estaba a su lado)

Jorge Amado no necesita introducciones, es un maestro, y como dice Vinicius de Moraes en la introducción de este genial librito, al compararlo con otros escritores que son más estilo que hombre, “Amado es más hombre que estilo. Y ese tipo de escritores son los más necesarios porque liberan a los personajes de su propia trama y los hacen saltar, vivos y ardientes hacia este lado del libro”. “Me llaman un escritor de borrachos y prostitutas, y me siento muy honrado de ello”, declaró una vez.

Probablemente elijo esta pequeña novela, de menos de cien páginas, porque de todos los personajes del universo de Amado nadie se le parece más que Quincas Berro Dágua. Ese hombre que murió dos veces. El empleado de la Dirección de Rentas, honorable y respetado, que un día, a sus cincuenta años, renunció a su vida como el honorabilísimo Joaquim Soares da Cunha, dejando atrás sueldo del Estado, esposa, hija y yerno.

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Esa fue la muerte de Joaquim y el nacimiento de Quincas. Se fue a vivir al Puerto de Bahía, donde le gustaba estar: entre borrachos y prostitutas. Varios fueron los títulos que recibió por ello: “Mayor bebedor de aguardiente de San Salvador”, “Filósofo harapiento de la rambla del Mercado”, “Senador de los bailongos”, “Patriarca del Bajo Fondo” y el que le dio la prensa: “Quincas Berro Dágua: el vagabundo por excelencia”.

Pero, un día, en su cuartucho del puerto, encuentran a Quincas muerto. Acuden inmediatamente a su hija Vanda (su esposa, doña Otacilia, ya había estirado la pata hace años, probablemente de la vergüenza), junto con el yerno y los hermanos de Joaquim. Porque al morir por primera vez Quincas, volvió a la vida para morir con honor don Joaquim Soares da Cunha. Y como tal lo velarían, solo que no en la casona familiar para no despertar chismes en el barrio, y solo les quedó velarlo ahí en su mundo. Ni los cirios del dudoso salón de velatorios lograban darle seriedad al asunto porque el sol de Bahía se colaba por los visillos, inundándolo todo de luz, burlándose de los vanos intentos de solemnidad del Patriarca del Bajo Fondo.

Acuden a su funeral sus cuatro mejores amigos y su mujer, la bella Quitéria Ojo Asombrado, descreídos de esa muerte, porque Quincas siempre había prometido “jamás morir en tierra, puesto que solo había una tumba digna de un atorrante como él: el mar, bañado por la luna, las aguas sin fin”. Así que el muerto simplemente se levanta del ataúd, se quita el traje y los zapatos nuevos, se viste con sus ropas sucias y con su cohorte de malvivientes parten a comer una cazuela de raya en el barco de su amigo, el maestre Manuel. Y allí, en medio de una furiosa tormenta en el mar, el muerto decide entregarse definitivamente a la muerte. Entre las aguas del mar de Bahía, bañado por la luz de la luna. A su manera y en su ley. O en su ilegalidad.

Pido disculpas por contar el final, es que, bueno, ya venía como anunciado en el título, ¿no? Además, este no es una novela policial, ni siquiera es una novela tradicional. Vale la pena leerla por la pura diversión de cada línea, por la genialidad con que está escrito. Porque Quincas Berro Dágua puede haber muerto dos veces, pero Jorge Amado es inmortal.

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