EL PODER DE LA CONCIENCIA
- Por Alex Noguera
- Periodista
- alexnoguera230@gmail.com
El año que fenece en apenas unas horas estuvo marcado por los reclamos sociales en muchos países, tanto en Europa como en Asia y principalmente América Latina.
Las personas de cada región tienen sus propias exigencias y reivindicaciones, por supuesto, pero todas tienen algo en común y en cuanto a las quejas en esta parte del mundo habría que analizarlas con cuidado. Con mucho cuidado, sobre todo porque lo que comenzó como la exacerbación hacia un líder “tirano” que hambreaba a su pueblo, como Maduro en Venezuela, se extendió hacia otros mandatarios, incluso hasta alguno considerado ejemplo dentro del diccionario democrático, en este caso Piñera, a quien el pueblo no le pide agua, electricidad o alimentos como en el país caribeño, sino algo mucho más complicado: dignidad.
Esa palabra es algo difícil de entender para personas que “alquilan” su cédula de identidad en épocas de elecciones o se dejan influenciar por un picadillo y una botella de caña, pero el hartazgo de los ciudadanos chilenos, considerados como el modelo económico a imitar, expone lo que en el subconsciente de todos los latinoamericanos vive latente y que de una u otra manera pugna por explotar: la inequidad, ese limbo que separa a los que están arriba de los de abajo y que no permite ver las necesidades que padecen estos segundos, que en definitiva son los que los mantienen a costa de cada vez más impuestos, coimas obligatorias, poder, tráfico de influencias y hasta “intachables” votaciones... sin elecciones.
En Chile se cansaron de mantener a charlatanes que no trabajan, que viven la gran vida gracias a la industria llamada política.
Aquí los reclamos son los mismos. Unos, que reciben salarios siderales, beneficios extraordinarios, viáticos, viajes, combustibles, automóviles y vacaciones de más de dos meses y dicen ser honorables y representantes, y otros que deben remangarse con 45 grados centígrados en la calle.
Callado como un aneurisma, en el subconsciente del pueblo en este 2019 late la presión arterial de la indignación, que en cualquier momento del 2020 puede ser mortal. Es lo que vaticinan los expertos.
El peligro es latente, también aquí, en Paraguay, donde llegan las noticias de sublevaciones ciudadanas y vemos manifestaciones de millones de personas que salen a las calles. Ya no son solo las masivas protestas de chilenos, sino los tozudos Chalecos Amarillos franceses que obligan a torcer la voluntad de Macron o los hongkoneses que desafían nada menos que al gobierno de la poderosa China continental con operaciones tipo comando organizadas en las redes sociales... o los iraquíes, que suman nada menos que 400 civiles asesinados por las fuerzas de represión del gobierno en dos meses.
Hartazgo. Hartazgo de ver cómo implementan nuevas formas y más sofisticadas de recaudación de impuestos, con “profesionales” que cobran doble aguinaldo a costa de los contribuyentes, que se quedan sin aguinaldo por cumplir con su “obligación” tributaria.
Hartazgo de ver cómo las municipalidades son foco de corrupción, de malos manejos, de incumplimientos de su deber para con los ciudadanos, de malversaciones, con oscuros negociados e injustificada falta de rendiciones que repercuten de las maneras más insospechadas como un vaso de leche para los niños.
Hartazgo de tener un palacio en Sajonia con miles de expertos en leyes que desconocen el significado de la palabra justicia. Ellos también viven en el limbo, acomodan sus tiempos y olvidan los de los presos sin condena que se pudren en pocilgas de barrotes, al tiempo que organizan huelgas, fiestas y vacaciones. Allí, la simple firma de un juez tarda años.
Hartazgo de pomposas inauguraciones en Salud Pública, con fotos para la historia y sonrisas para el álbum, mientras los pacientes deben deambular con el suero por los pasillos o buscar dónde hacerse análisis porque el hospital “no tiene” ni reactivos ni respuestas. Es indignante que una jefa de servicio le diga a un enfermo grave que su fin de semana libre “no se negocia”, que debe esperar, porque ella tiene que descansar aunque ese paciente muera.
El 2019 se despide cargado de hartazgos, de miles de “jefas” que no ven el sufrimiento de los que la rodean, de líderes que viven vacaciones pagas representando a quién sabe quién, se despide con legiones de candidatos que se preparan para ocupar una silla para cobrar un sueldo y acceder a poder para hacer nuevos negociados.
Hartazgo de militares prepotentes que amenazan con balas a la prensa ante la indiferencia de su comandante en jefe. Cansados de policías que no ven las rutas del narcotráfico ni las consecuencias en las escuelas.
El 2020 se viene. Algunos entendidos vaticinan que económicamente será mejor, hablan de un crecimiento del 4%... Sin embargo, los grandes productores antes deben acomodar sus finanzas y pagar sus deudas que dejan este año, excusa que no será ninguna novedad porque siempre hay una para explicar por qué el “efecto derrame” nunca llega.
Tampoco hay que olvidar importantes factores desestabilizadores de la economía, como la famosa guerra comercial entre Estados Unidos y China, o el “humor” del cambio climático y sus consecuencias en la producción o los imponderables del precio de los commodities.
Llega el 2020. Dicen que es un año electoral. Eso quiere decir que habrá muchos nervios, muchas luchas, mucha tensión y picadillos ofertados. Pero también es un año de oportunidades para que los jefes vean hacia abajo del limbo, para que hagan caso de las denuncias de corrupción, para que se percaten de que en toda América Latina existe una presión sanguínea alta, que pone en serio peligro el aneurisma social.
Llega el 2020 y es una oportunidad para cambiar.