• POR EL HNO. MARIOSVALDO FLORENTINO
  • Capuchino

En este cuarto domingo de adviento la Iglesia nos da la oportunidad de mirar y admirar la figura de san José, y así aprender con él a reci­bir en la fe la presencia mis­teriosa de Jesús en nuestras vidas.

José y María aun no vivían juntos cuando María queda embarazada por obra del Espíritu Santo. Ciertamente José se quedó muy asustado con toda esta historia. María le habría contado todos los detalles, pero igual él no con­seguía entender lo que estaba sucediendo.

¿Cómo era posible que María esté encinta?

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¿Sería verdad, que Dios había elegido justo a su prometi­da-esposa, para ser la madre del salvador?

Y él, ¿qué es lo que debería hacer?

¿Qué implicancias para su vida traía la presencia de este niño?

Se hizo noche en la vida de José. Él no entendía. Él tenía miedo. Él sufría. Él rezaba. No sabemos todo lo que habrá pasado por su mente. Además, él sabía que si la gente se enteraba que María estaba esperando un hijo que no era suyo, ella sería posiblemente lapidada en público. Y esto, él no que­ría. Él la amaba: María era la mujer de su vida. Pero, por otro lado, no se sentía capaz de asumir esta responsabi­lidad. Le superaba la difi­cultad de tal situación: o porque no estaba completa­mente convencido, o porque no se sentía a la altura de una misión tan importante.

El hecho es que él decidió repudiarla en secreto. José quería escapar de esta situa­ción. Sin embargo, aun en esta actitud, en esta decisión de dejarle, podemos recono­cer la nobleza de este hom­bre. Él quería proteger a la virgen María. Repudiándola en secreto, probablemente, era él quien se quedaría con la mala fama, más a María nadie le tocaría.

José, hombre sensible, no quería perjudicar a María, pero tenía miedo que la pre­sencia de este niño cambie demasiado su vida.

Es en este momento que el Señor interviene con la pre­sencia de su ángel. Dios pide la colaboración de José. Dios cuenta con su ayuda. No solo la virgen María era la elegida para esta misión. También José estaba en los planes de Dios. Era él, José descen­diente de David, que debería dar el nombre a Jesús. Su pre­sencia en la vida de María no era una casualidad, sino que Dios en su providencia ya lo había pensado. Y por eso, José no podría huir. Dios necesi­taba de su presencia, de su colaboración.

Escuchado al ángel, los ojos de José se abren, él se despierta del sueño de la duda y del miedo, se termina su noche, recibe de nuevo la luz, y ahora puede tomar una nueva e ilu­minada decisión: entregar su vida por aquel niño que María lleva en su vientre. Asume la misión de sostener este niño, de amarlo y educarlo como un padre, de proveer en su pobreza todo lo necesario para que él y su madre pue­dan vivir el proyecto de Dios protegiéndolos en los peli­gros. José dijo sí a Dios.

¡Ah José, que bella tu historia! ¡Tan humana! ¡Tan sentida!

Ciertamente, tienes mucho que decir a cada uno de noso­tros, pues la Navidad no debe ser vivida solo como un recuerdo histórico de algo muy lejano, sino como una intervención actual de Dios en nuestras vidas, si entende­mos que este niño que viene quiere cambiar toda nuestra historia, quiere enseñarnos un nuevo modo de vivir, de pensar, de relacionarnos con los demás, de utilizar los bie­nes materiales, de trabajar… entonces, también nacerá en nosotros el miedo, la angus­tia, la duda … también noso­tros sentiremos la tentación de huir, de escondernos, o de decir “no, esto no me toca”…

Oh, Dios, como enviaste un ángel a José, en nuestro inte­rior, manifiéstate también a nosotros. Ilumínanos con tu palabra. Abre nuestros ojos. Ayúdanos a entender tu voluntad.

Ah, José, ayúdanos a decir sí, al proyecto de Dios. Ayú­danos a acoger este niño con su madre en nuestra casa, en nuestra vida, asumiendo con alegría sus consecuencias. Ayúdanos a tener el coraje de cambiar nuestra rutina, de conformar nuestra vida a la voluntad de Dios, sin miedo de ser feliz.

El Señor te bendiga y te guarde,

El Señor te haga brillar su ros­tro y tenga misericordia de ti.

¡El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.

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