• Por Aníbal Saucedo Rodas
  • Periodista, docente y político

Pluma incandescente y vigorosa, en incontenible ascenso, que se inflamaba de rebeldía ante la injusticia y la corrupción, y que alumbró el camino del revisionismo histórico. Con honestidad y coraje. Ese es el legado de Blas Garay a nuestra sociedad. A 120 años de su muerte, su vida es una de las lecciones que todavía no terminamos de aprender. Revestido con la armadura de la moral, elevó su independencia de criterios por encima de las afinidades personales y lealtades políticas. Es por ello que uno de sus más persistentes exégetas, el desaparecido escritor Roque Vallejos, acertadamente afirma que “es tarea patriótica de la juventud descubrir a Garay, el único homenaje que le cabe no es el incienso, sino el estudio y la militancia en la verdad”.

En la personalidad de Blas Manuel Garay Argaña confluyen la ética y la estética. Es la síntesis perfecta de una conducta irreprochable y una prosa delicada, pero llena de vitalidad, que fue el rasgo distintivo y sobresaliente de sus libros y artículos periodísticos. Su muerte fue una verdadera tragedia. Tanto en los discursos fúnebres como en las biografías posteriores desfilaron los adjetivos más nobles para definir su breve paso por la vida. Ninguno fue exagerado. Aquel que le rendía homenaje cada 18 de diciembre, el doctor Vallejos, atinó un título que engloba la totalidad de nuestro héroe civil: el incorruptible.

De una inteligencia superior, dejó inconclusa una obra monumental: la que su temprana muerte le impidió escribir. Por eso se lamenta Manuel Gondra: “El alma del doctor Garay tenía culminaciones de montaña. La elevación de esta le dio su talento, pero no hemos conocido sino una de las vertientes; la otra ha quedado en la sombra porque el sol se ha detenido cuando se iba acercando al meridiano”.

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“Pienso con mayor dolor –añade el político e intelectual del Partido Liberal– en las bellezas invisibles de la falda de la montaña que ha quedado del lado de la sombra”.

UNA NIÑEZ DE SACRIFICIO

Huérfano de madre a los cinco años, su padre los deja a él y a sus dos hermanos al cuidado de su abuela Nemesia García de Argaña. A los siete años ingresa a la Escuela Municipal de Asunción. “Las necesidades apremiantes de la vida obligan a la familia a trasladarse a Pirayú. Don Ladislao Argaña, hermano de la madre de los Garay, había sido designado jefe de la estación de ferrocarril de aquel pueblo. Y eso significaba la seguridad del pan cotidiano”. Así lo relata Carlos R. Centurión en su libro “Blas Garay” (1935), una obra de lectura obligatoria que ya solo permanece en algunas bibliotecas particulares. Por ello, su reedición es una de nuestras obsesiones.

En la pequeña escuela de Pirayú, el niño Blas Garay empieza a mostrar los primeros destellos de su deslumbrante inteligencia. A los once años ya es auxiliar de aula, con un sueldo de cuatro pesos mensuales. Su talento desborda a la par que su absoluta imposibilidad de permanecer quieto. Esa excesiva actividad habría de marcar el itinerario de toda su producción intelectual.

La mente brillante del joven Garay exigía más espacios. El Colegio Nacional de la Capital es su obligado destino. El nuevo estudiante “gravita poderosamente en su ambiente. Pulcro en el vestir, correcto en su conducta, claro, enérgico, insinuante en el trato, nervioso y arrogante siempre, se impone por su prestancia aristocrática y su talento innegable que chispea en su mirada y florece en sus palabras” (Centurión).

En 1892 ingresa a la Facultad de Derecho. El plan de estudios de seis años lo termina en tres. Continúa sin pausas con su hábito de devorador de libros adquirido en sus tiempos de la secundaria.

Blas Garay fue historiador, político y periodista, pero “las varias imágenes de su persona –nos explica Francisco Pérez Maricevich– no son dimensiones ocasionales de su tarea, sino ejercicios consustanciales con su personalidad y coextensivos con su genio”.

GARAY, EL HISTORIADOR

Natalicio González, en el prólogo del libro “Tres ensayos sobre historia del Paraguay” (Editorial Guarania, 1942), reproduce una cita de Manuel Domínguez: “Una vez creí asistir al advenimiento de un genio, fue cuando presencié, deslumbrado, la rauda aparición de Blas Garay”. Y Domínguez no se equivocó.

Garay, por decreto fechado el 3 de marzo de 1896, es nombrado encargado de negocios del Paraguay en Madrid y secretario de la Legación Nacional en Londres y París. En realidad, su misión real era “estudiar los documentos relativos a la historia y límites territoriales del Paraguay” en los archivos de Sevilla y de la capital española. Trabaja doce horas al día, contrata once copistas y en seis meses “revisa 1.370 documentos que totalizan 14.914 páginas”, especialmente los relacionados a nuestros derechos territoriales sobre el Chaco.

Durante su permanencia en Europa escribe cuatro libros: “Compendio elemental de historia del Paraguay”, “Breve resumen de historia del Paraguay”, “El comunismo de las Misiones de la Compañía de Jesús en el Paraguay” y “La revolución de la independencia del Paraguay”.

El malogrado Blas Garay me mostró, confiesa Augusto Roa Bastos, que la propia historia escrita puede tener la misma palpitación que la historia vivida.

GARAY, EL POLÍTICO

Afiliado al Partido Nacional Republicano (Partido Colorado), acompaña al general Bernardino Caballero en su enfrentamiento con el general Juan Bautista Egusquiza que, finalmente, termina en una alianza entre ambos ante un enemigo común. Aclara, sin embargo, que “nos reconocemos sujetos a la disciplina que en toda asociación bien regida es esencial para la consecución de sus fines; mas no llevamos nuestro sometimiento a las decisiones de la mayoría a tal punto que anonademos en su obsequio nuestro criterio propio” (Primer número de La Prensa, 1 de febrero de 1898).

Fue un apasionado cuestionador del liberalismo económico. Es muy conocida su posición ideológica al respecto: “La repugnancia que a algunos inspira la acción del Estado en el orden económico, procede de la falsa idea de que únicamente existe para lo político. Somos partidarios de la intervención del Estado (…). El Estado debe hacer algo, pensamos nosotros, en contraposición de los que creen que lo mejor que hay que hacer es no hacer nada”.

Lastimosamente, como señala uno de sus biógrafos, el poder de su brillante inteligencia fue desdeñado. Y su inesperada muerte impidió que “el político pudiera realizarse plenamente” (Justo Pastor Benítez).

GARAY, EL PERIODISTA

Antes de concluir la secundaria incursiona en el periodismo al lado de Manuel Domínguez, Fulgencio R. Moreno, Gabriel Valdovinos y Manuel Gondra. Garay es el más joven de todos.

A su regreso de Europa funda La Prensa, diario que, al decir de Silvano Mosqueira, fue el pedestal de su inmortalidad. Superó a los periódicos de la época “en autoridad política, en cultura de estilo, en sagacidad para dirigir golpes certeros de aquellos que infaliblemente fulminaban al adversario”.

Su reputación de crítico implacable es bien ganada. “Empuñó el látigo vengador y castigó a los delincuentes sin piedad” (Mosqueira). Naturalmente, se hizo de muchos enemigos. El hijo de uno de ellos lo hiere mortalmente el 16 de diciembre de 1899 durante una fiesta realizada en Villa Hayes. Después de tres días de agonía fallece el 18 de diciembre. Tenía 26 años.

Gondra lo despide con una tristeza que perdura: “Así pasó por la vida aquel meteoro de extraordinario fulgor”.

A 120 años de su muerte, las ideas de Garay están más vigentes que nunca. Su gloriosa pluma del pasado sigue lacerando este presente de infortunio.

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El malogrado Blas Garay me mostró, confiesa Augusto Roa Bastos, que la propia historia escrita puede tener la misma palpitación que la historia vivida”.

En 1892 ingresa a la Facultad de Derecho. El plan de estudios de seis años lo termina en tres. Continúa sin pausas con su hábito de devorador de libros adquirido en sus tiempos de la secundaria”.

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