La semana pasada se aprobó en el Congreso la ley que crea el régimen de Empresas por Acciones Simplificadas, con el objetivo de mejorar el ambiente de negocios en Paraguay, permitiendo que pueda crearse una unidad empresarial en menos de 72 horas. Una de las diferencias sustanciales que plantea con el régimen de sociedades simples, es que este nuevo régimen permite distinguir el patrimonio de la empresa del accionista, del patrimonio del accionista mismo; una cuestión que es de gran relevancia cuando se produce lo que es a las empresas el cáncer a los seres humanos, esa palabra impronunciable: la quiebra.

Y cuando hablamos tanto de la creación de nuevas empresas como de la permanencia de las que ya existen, es inevitable referir al concepto de innovación o pensar en ejemplos de ideas innovadoras que revolucionaron el mercado y terminaron con la quiebra de otros emprendimientos que no supieron hacer lo propio para adaptarse.

En 1881 se fundó Eastman Kodak Company con una idea innovadora: simplificar el proceso de impresión de placas para tomar fotografías. Para 1888 Kodak lanzó la Folding Pocket, la primera cámara de bolsillo, con cartuchos de películas reemplazables, introduciendo desde entonces al hombre común al mundo de la fotografía.

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En los setenta, el 90% de las películas vendidas en Estados Unidos eran Kodak y un porcentaje similar le correspondía a las cámaras de fotos. Pero, para el 2012, la empresa se declaró en bancarrota. Lo que pasó fue que Kodak creó en 1975 la primera cámara digital, pero, como tenían el monopolio de los rollos de película, estimaron que no era prudente desarrollar comercialmente en ese momento este producto. No fue una buena decisión. LG, Sony, Samsung y Panasonic acabaron en pocos años con su monopolio.

Pero volviendo a la cuestión del fracaso empresarial, dice el periodista y analista Andrés Oppenheimer, que aprender a respetar el fracaso individual es una condición indispensable para desarrollar una cultura de innovación, y que esta a su vez es otra condición necesaria para el desarrollo de mentes innovadoras.

En pocas palabras, un Bill Gates no es posible sin un ecosistema que le haya permitido antes fracasar una veintena de veces en sus proyectos individuales, sin que eso signifique una desmesurada condena económica y social, por leyes de quiebras rígidas que siguen parámetros de los años sesenta.

En el mundo de hoy, en la cultura de la obsolescencia programada por un lado, y por el otro de las empresas de segundo piso que sacuden los cimientos de negocios con muchas décadas en el mercado, nunca había sido más probable hacer dinero desde lo intangible, es decir, desde las ideas.

Pero las ideas no surgen de la noche a la mañana y exclusivamente de mentes consideradas desde siempre brillantes, y esto es algo en lo que Sillicon Valley desde hace años le lleva la delantera al mundo entero: la veneración del fracaso individual. Sillicon Valley es pues un ambiente donde la gente acostumbra presumir de sus fracasos, pues el entorno entiende que entre más veces haya fracasado alguien, más posibilidades tiene de tener éxito la próxima vez que lo intente.

Habiendo hecho estas precisiones, personalmente creo que la próxima vez que me toque preparar un currículum comenzaré por enumerar mis fracasos.

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