Paul Lohman y su esposa Claire se encuentran a cenar en un exclusivo restaurante de Amsterdam con el hermano del primero, Serge, y su esposa Babette. Paul es un profesor secundario que se encuentra con un descanso indefinido, alejado de la cátedra. Serge es un poderoso ministro del Gobierno, un político en campaña, con todas las chances de ser, en unos meses, el próximo primer ministro de Holanda.

La primera parte del libro parecería ser una cuestión ligera: el general desagrado que Paul siente por su afectado e hipócrita hermano, su constante estado de pose, alternado entre hombre del pueblo a quien se puede votar y sofisticado hombre de mundo con gustos sibaritas. El de la esposa trofeo y el hijo perfecto, el que adopta a un niño africano al mismo tiempo. El que se pasó la vida a base de Coca-Cola, y ahora se va un fin de semana a probar vinos en el Valle del Loira y es dueño de una casa de verano en un pueblito de Dordoña. La obvia diferencia entre el matrimonio del hermano menor y el mayor. Paul y Claire, el matrimonio feliz por antonomasia, padres de Michel, el alfa de la escuela. Serge y Babette, el hipócrita infiel y su esposa trofeo, padres de Rick, el perrito faldero que sigue a su primo.

“La infelicidad conyugal necesita compañía. No soporta el silencio, especialmente ese silencio incómodo que se instala cuando están solos. La felicidad, en cambio, no necesita de nada ni nadie, no precisa ser validada por otros”. Es como escribió Tolstoi: “Todas las familias felices se parecen, cada familia infeliz es infeliz a su manera”.

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Pero los chicos, adolescentes, se han mandado una grande. Y no me refiero a una travesura, sino a un delito injustificable. Es casi imposible que los descubran; pero Rick sufre de culpa, y su padre teme por él. Y por su futuro político si finalmente se sabe la verdad. Hasta está pensando en renunciar a su candidatura y denunciar a su hijo, para que enfrente su responsabilidad penal. El inconveniente es que esa decisión afecta también a Michel, cuyos padres no tienen la más mínima intención de entregarlo a la justicia. Paul y Claire justifican a Michel y lo protegen, hasta de sí mismo. Se habla de una patología psicológica en Paul, el verdadero motivo por el cual la escuela lo hizo tomar ese prematuro retiro, que puede transmitirse genéticamente. Michel, desde niño, ha mostrado rasgos muy parecidos a los de su padre. Todo es tácito, nada se dice abiertamente, pero es palpable que Paul se siente responsable de haberle pasado esa maldición a su hijo, y que considera sus culpas como propias. Claire conoce demasiado bien a su esposo, y sabe que ha dejado de tomar su medicación psiquiátrica hace meses, desde el “incidente” de los chicos. En esta segunda parte de la cena, uno no puede dejar de notar cómo nadie es quien parece ser: ni los malos son tan inmorales, ni los buenos tan decentes. En esa amplia escala de grises de la naturaleza humana está la respuesta a la pregunta de la noche: hasta donde está dispuesto a llegar un padre para proteger a un hijo?.

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