EL PODER DE LA CONCIENCIA

Hace unos días circularon al menos tres videos de un mismo hecho que conmocionaron a los internautas. Ocurrió en Argentina y en la primera grabación puede verse una ancha avenida, de varios carriles, por la que circulan algunos vehículos. Del lado derecho de la pantalla avanzan dos motocicletas, pues aparentemente el semáforo les da verde. De pronto, por el mismo carril, a gran velocidad aparece un automóvil blanco que de milagro no choca contra el biciclo más rezagado, pero sí se lleva por delante la moto que va en punta. Como consecuencia del impacto, el motociclista sale despedido hacia los cielos y luego de dar varias vueltas en el aire se estrella pesadamente contra el piso. Al mismo tiempo, el auto blanco también se lleva por delante a un transeúnte parado, que esperaba cruzar la avenida.

El material –que muestra cómo finalmente la muerte vestida de blanco se detiene tras hacer un giro en medio de la avenida– es uno de los millones de “espectaculares” videos que se sumará a los que se encuentran alzados en Youtube. Con un click, una tras otra, las escenas de accidentes viales se disparan como balas en una cinta de ametralladora.

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La segunda reproducción muestra a los atónitos transeúntes, que no pueden creer que tanto horror sea posible. A un lado, el motociclista aparece estampado contra el suelo como un huevo estrellado, roto, perdiendo sus fluidos, que comienzan a teñir de rojo la acera. La sangre escapa lentamente por las rendijas de la vereda, como la suerte que abandonó para siempre a ese hombre.

Más allá, un amasijo de carne sucio que hasta hace unos segundos había sido una persona, se confunde entre la basura. La posición grotesca, imposible, evidencia que sus huesos están quebrados en mil pedazos.

Allí cerca, otro pedazo de carne gime. Su garganta intenta un pedido de auxilio, sin embargo los borbotones de sangre ahogan su intención. Las lágrimas se deslizan por su rostro como una señal de desesperación ante la comprensión de lo inevitable. Los testigos tratan de calmar a la víctima. Le dicen que la ayuda ya viene en camino, pero son más los celulares que viralizan la escena que los que llaman al 911.

En una tercera grabación aparece el conductor del automóvil blanco. Camina incrédulo entre los encolerizados transeúntes, que lo reconocen como el responsable del accidente. Le gritan, algunos intentan agredirlo. Busca refugio en una puerta y una potente voz le anuncia: “¡¡¡Aquí noooo!!!”… y el aturdido hombre recibe un empujón que lo hace tambalear hacia la calle, donde nuevamente queda a merced de la furiosa turba.

Como en cámara lenta se sienta en un escalón de la vereda y se toma de la cabeza tratando de comprender lo que sucede. No es un sueño. El aluvión de improperios se hace cada vez más fuerte. Lo insultan. “¡Mirá lo que hiciste!”, “¡La conch… de tu madre, gordo borracho!”. Una patada le da de lleno en el rostro y el protagonista de la cobarde acción desaparece satisfecho. Otros también se sienten con derecho a golpear al indefenso ebrio, que no atina defensa.

En unos segundos la vida de ese hombre se fue por la alcantarilla. Si logra sobrevivir a la agresión de los enfurecidos ciudadanos le espera la cárcel. Un juicio que no tiene posibilidad de ganar, años en prisión, su trabajo, su economía, su familia, todo perdidos a causa del alcohol.

Tal vez pensó que, como era costumbre, un par de cervecitas no le harían nada. Y sin darse cuenta se excedió y las cervecitas bailaron en su mente y le hicieron una broma cuando apretaba el acelerador a través de la avenida. Las cervecitas le murmuraban que él era poderoso, el mejor, el más veloz. Pero le mintieron. Y esas mismas cervecitas rieron a carcajadas cuando se llevó por delante a las víctimas y más cuando vieron su rostro de incredulidad al comprender lo que había hecho. Las risas aún resuenan para el payaso que se creyó importante.

Y es que cuando una persona bebe cree que es simpática y que todos ríen con él…pero no se da cuenta de que en realidad se ríen de él. Es el payaso del que todos se burlan en la fiesta.

Ahora ve los cuerpos tendidos en el piso. Son personas a las que él quitó la vida. Tal vez el de la moto iba feliz tras pedir matrimonio a su novia, novia que había invertido años en esa relación y que ahora se había esfumado.

O tal vez era un papá que en estas fechas hacía planes para salir de vacaciones con la familia tras un año de esclavitud laboral. Pero las vacaciones serán sin sol, bajo tierra, en un ataúd que se irá deshaciendo con el tiempo como los recuerdos de su paso en esta vida.

Quizá fuera una mujer que hacía planes porque deseaba tener un bebé o una universitaria que estaba a punto de recibirse, tras agotadores años de esfuerzo académico. O simplemente era un joven que iba a su casa para dar de beber a su perro, que estaba sediento con estos calores.

Pero el borracho, sentado en el borde de la vereda solo escucha la sirena que se acerca. No piensa en los muertos, sino en qué excusa dar para que la vergüenza no sea tanta. Se imagina declarando, diciendo que fue el motociclista el culpable y que el transeúnte cruzó temerariamente la avenida sin ninguna atención. La Policía se acerca. Cada vez le queda menos tiempo y el olor a alcohol impregna el aire a su alrededor. Piensa en su perfume que guarda en el coche, en los consejos de los amigos para burlar el alcotest y de última negarse a que le realicen la prueba. ¿Qué derecho tiene la Policía para hacerle soplar ese tubito sucio, contaminado con quien sabe cuántas bocas previas?

El ebrio cabecea entre las burbujas y la risa silenciosa del destino. Pensaba que nunca le sucedería, que los accidentes solo les ocurrían a los que estaban muy borrachos, no a personas como él. Los accidentes solo les ocurrían a otros. A otros. A otros.

En pocos días el torrente de alcohol desaparecerá como una catarata en las gargantas de los felices “cristianos”, que celebrarán la Navidad. Pero los borrachines vienen jugando con su suerte en diciembre desde hace varias fiestas: en las de despedida de año, en las de cenas de la empresa, en los brindis con los amigos, en el chin chin “para la suerte”. Todavía falta la dosis para recibir “bien” al 2020.

Una viuda, un huérfano, una novia, un amigo, un hermano o tal vez un perro sentirán el gran vacío mientras que todos festejan. Mientras, desde su celda, el asesino será acosado por el remordimiento, mientras oye la risa de esas burbujas. Mira a los costados y adivina las malas intenciones de sus “compañeros de cuarto”. Traga saliva…

No se puede cambiar el mundo, pero sí se puede evitar lo evitable. Pero para eso, primero hay que pensar que sí nos puede pasar a nosotros, que sí podemos ser protagonistas de videos en Youtube y convertirnos, de payasos a asesinos.

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