- POR ANÍBAL SAUCEDO RODAS
- Periodista, docente y político
En momentos así, las emociones atropellan a la razón. Se desordenan las ideas, se aceleran las imágenes y los recuerdos se vuelven ecos superpuestos. Se vive una rara sensación de tristeza asaltada por sonrisas espontáneas que nacen de esas anécdotas gratas que solo en el mundo del periodismo son posibles. Por inverosímiles, por irreverentes, por espontáneas y hasta por ingenuas. Es difícil, entonces, encontrar un punto de partida para esta despedida. ¿Por dónde empezar? Adivino la respuesta del propio Tony, ante una pregunta tan obvia, con esa particular expresión de sus labios que orillaba la ironía, pero sin malicia, porque al final terminaba enseñando siempre: “Por el principio, Sauce, por el principio”.
Lo conocí a finales de 1979, hace exactamente cuarenta años, en la redacción del diario Última Hora. De caminar rápido y pasos cortos. Casi nunca estaba quieto. Hojeaba los periódicos como si ya supiera de antemano todo su contenido. Si se detenía a subrayar alguna información era porque ya había puesto “El ojo en la bala”, su columna semanal, y anónima, que aparecía en el suplemento “El Correo Semanal” de los sábados, que él editaba. Tenía el tono empecinadamente sarcástico, que marcaría la línea de la mayoría de sus escritos.
El 9 de agosto de 1980, cuando esa publicación adicional al diario pasó a su Año III, probablemente por una nueva política de la dirección o por alguna exigencia del Ministerio del Miedo de la dictadura, “El ojo en la bala” tenía la firma de Antonio Carmona. Solo un talentoso como él podía realizar una analogía como la de ese artículo memorable: “La Naranja Mecánica nuestra de cada día”. Tony no firmaba algunos de sus artículos, no por temor sino, sencillamente, porque la fama no era su objetivo. Mientras, en las últimas páginas del suplemento, sus “Comentarios del Grillo” no dejaban dormir a los que “tenían motivos para permanecer despiertos”.
Cuando salió del diario, no recuerdo ni por qué, me legó la continuidad del Grillo y su canto incómodo.
De amplísima cultura, sin embargo, nunca hizo ostentación de su conocimiento. Manejaba a profundidad el siglo de oro español, los clásicos franceses, el boom latinoamericano, el realismo mágico, el buen cine, el buen teatro y el buen humor (de los que te hacen pensar y reflexionar). Se sumergió en la génesis del mundo guaraní, con sus tradiciones, sus mitos y su lengua. Amaba las obras de Augusto Roa Bastos y nuestro Supremo Escritor le correspondió con una larga amistad. Después de la muerte de nuestro Premio Cervantes fue presidente de la fundación que lleva su nombre.
Es, por tanto, de plena justificación cuanto afirma Adolfo Ferreiro: “Tony nos supo querer, (y) se hizo querer”.
Su muerte conmovió a todos sus amigos y conocidos. El colega Bernardo Neri Farina, preciso y certero, escribe el sábado 7 de diciembre del 2019: “Falleció Toni Carmona. Otro español que hizo del Paraguay la tierra de su trabajo y sus amores. Periodista, escritor, dramaturgo; hombre muy cercano a Roa Bastos, contribuyó a enriquecer nuestro ambiente cultural con su labor noble y humanismo. Chau, Toni. La pena es enorme”. Al comentario de Bernardo solo añadiría: riguroso crítico de arte.
Es difícil etiquetar a Tony en una actividad específica –en todas demostró un profesionalismo coherente y responsable–, pero donde más se sintió a gusto fue en el periodismo. “Periodista de vasta cultura. Nunca olvidaré la entrevista que con motivo de la muerte de Roa les hice a él y a Carlos Colombino en Canal 13 en el 2005”, es el tributo de Carlos Martini.
En algún momento fue jefe del compañero Adrián Cattivelli: “Adiós Tony. Gracias por tus enseñanzas, tus retos, tu pluma, tu gentileza y tu profundo amor a Augusto Roa Bastos, a quien adorabas y enseñaste a adorar”.
AQUEL AGITADO ABRIL DE 1982
El lunes 12 de abril de 1982, el ambiente cultural, y sobre todo el político, se sacude a su máxima escala. Augusto Roa Bastos estaba en Asunción. “El Correo Semanal” publica la entrevista firmada por Antonio Carmona el 17 de ese mes, con un sugerente título: La realidad a través de la irrealidad. A partir de ahí lo acompaña casi siempre en todas las conferencias con estudiantes secundarios y universitarios. Pacta una mesa redonda con el escritor y los periodistas del diario para el 30 de abril, a las 16:00. Roa jamás llegó a la cita. La dictadura lo había arrojado de nuevo al exilio. Para evitar imprevistos, yo había permanecido en la redacción esperando la hora del encuentro. Tony es el primero en aparecer, y con rostro de incredulidad y asombro, con voz temblorosa por la indignación y la impotencia, me dice: “Expulsaron a Roa”.
Años después, y con cientos de hojas y recortes de periódicos y revistas de aquella época, publiqué en forma de libro las crónicas de entonces: “Augusto Roa Bastos. Autoritarismo, cultura y democracia”.
Tony se encargó del prólogo: “Me vuelve a la memoria el rostro de pánico de Miti, el sobrino compinche de Augusto, el día en que la cancerbería estronista secuestró a Roa de la casa de su hermana Manemí y lo llevó a tirarlo al otro lado del río, a Clorinda, siguiendo un procedimiento habitual para ciertos ‘subversivos’ a los que no podían matar impunemente o dejarlos pudrirse en la cárcel. Llegué a buscarlo instantes después de que se lo llevaron y solo atiné a intentar calmar a Miti que no podía más que balbucear el secuestro y salí volando rumbo al diario. Y tengo grabada la cara de espanto de Sauce, tal vez el espejo de mi cara, al comunicarle la noticia en la redacción de Última Hora, adonde debía haber llegado Roa para un encuentro con periodistas”.
La dirección del diario comunicó a todos que el caso solo se trataría editorialmente. Ningún columnista tocaría el tema. La orden valió para todos, menos para Antonio Carmona. En su habitual columna “Después de las luces” de los lunes, el 3 de mayo de 1982, con esa chispa única que enriquecía su estilo, titula su comentario: “Solo quedan sombras”.
“Causa tristeza este destierro, y despedimos con ella al maestro desde esta columna, cuyo título nunca pudo ser más apropiado. Después de las luces prendidas por la breve visita de Roa y por la esperanza de sus próximos retornos al país, quedan solamente la oscuridad, el asombro, la amenazante tristeza de las sombras”.
UN CABALLERO ESPAÑOL
Tony fue, ante todo, un caballero. Cuando la verdad era agredida, él contragolpeaba, pero sin maldad. Le irritaban las imposturas, las mentiras y las intrigas. Las refutaba todas, pero con altura y, aunque parezca paradójico, sin buscar enemigos. Aquí cabría perfectamente la descripción que hace Silvano Mosqueira del Blas Garay periodista: “Desdeñaba el estilo grueso que solo impresiona a gente iletrada, a lectores de pasquines irresponsables. No manejaba la maza que aplasta y llena de barro, sino el florete que destila sangre sin manchar el guante blanco del combatiente”.
Con Tony nos unía esa amistad que no necesita de frecuencias para saludarnos con aprecio en cada reencuentro. Así también lo sintió el amigo mutuo José María “Pepe” Costa: “Chau, Tony. Gracias por las cervezas, los debates y los ideales compartidos. Fuiste un compañero solidario, un jefe exigente, pero justo, y un ejemplo de profesional siempre. Me dejas el corazón dolido y un tremendo nudo en la garganta cuando debo pronunciar este adiós eterno”.
Cuarenta años después, el periodismo –de nuevo– iba a ser el pretexto para largas e ilustrativas charlas, esta vez en el diario La Nación. Pero ya solo pudimos hablar por teléfono. “Estoy viajando a… (y me dijo el país), porque parece que me dieron un tratamiento equivocado; pero no es culpa de los médicos, pues es una enfermedad muy complicada”. Siempre fue bueno hasta el caracú. Y así decidió irse.
Corrijo amistosamente esa última línea de Pepe. Por esta frase cuyo origen no recuerdo: “Para vencer a la muerte hay que ponerse a su altura”. ¡Y vaya si Tony lo hizo! Por eso no hay un adiós eterno, sino un recuerdo para siempre.