• POR RICARDO RIVAS
  • Corresponsal en Argentina
  • Twitter: @RtrivasRivas

Mañana, ante la Asamblea Legisla­tiva, Alberto Fernández iniciará su mandato y recibirá los atributos del poder de su vicepresidenta, Cristina Fernán­dez. Dos hechos históricos. Es la primera vez, desde 1928, que un presidente entregará el mando a su sucesor como está previsto en la Constitución Nacional; y, desde 1983, es la primera oportunidad en que un gobierno no peronista finaliza su mandato. No es poca cosa para un país que, desde 1930, ha padecido de interrupciones institucionales recurrentes. El presidente Mauricio Macri ingresará en la historia con esos dos hitos que en poco o nada dependieron de él.

Sus adherentes –poco más del 40% del electo­rado que se expresó en las urnas por su frus­trada reelección– destacan en las redes que el sábado pasado lo despidieron “espontánea­mente” con la Plaza de Mayo colmada y que al mandatario saliente lo vitorearon mientras lo llevaban en andas. Minutos antes, Macri los arengó asegurando que “vamos a ser una opo­sición responsable”. ¿Quiénes? Nada es para siempre, Mauricio. En las redes, no pocos pos­teos aseguran que “en 1.460 días volveremos”. Sorprende. Quienes durante muchos años ase­guraron ser “la nueva política”, cuando se des­piden, ostensible y públicamente, proyectan lo mismo de siempre. ¿Qué hay de nuevo, viejo?

En cuanto a los flamantes vicarios del poder popular, saben que no serán todas mieles las que habrán de saborear. Desde las entrañas del peronismo, aunque con sordina, emergen mensajes que dan cuenta de fuertes dispu­tas. Esos pequeños enormes textos que cir­culan insistentemente en las redes son, en no pocos casos, lapidarios para con los integran­tes del gabinete nacional. La llamada desde muchas décadas como “la liga de goberna­dores”, que apostaron todo a Alberto F. en desmedro de Cristina F., aseguran a través de voceros confiables que “no están confor­mes” con la distribución del poder de la que da cuenta el armado ministerial. Muchos de quienes lideran los poderes provinciales sien­ten que los desoyeron, que no los tuvieron en cuenta, que los ignoraron y, en consecuen­cia, se quejan. Nada nuevo. Fuertes tensiones internas, pero no hay que confundirse. Don Antonio Cafiero, un veterano dirigente pero­nista fallecido unos pocos años atrás a quien aún se le deben homenajes y reconocimientos –abuelo de Santiago Cafiero, el designado jefe de gabinete de Alberto–, afirmaba que a los peronistas “no nos entienden. Somos como los gatos. Cuando todos creen que nos pelea­mos, estamos haciendo el amor”.

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Sin embargo, el país que recibirá Alberto F. se presenta complejo. La economía no fun­ciona. La estanflación es el dato que surge, como conclusión, de la lectura de los datos que aportan los indicadores de la macro y de la micro.

El dólar norteamericano –ese terri­torio en el que la sociedad argentina se refugia para que sus magros ingresos en pesos no se evaporen frente a los precios– marca una dife­rencia entre el valor oficial de aquella divisa y la moneda argentina que alcanza al 30%. La deuda pública es el otro gran escollo. Si bien técnicamente hay quienes sostienen que, con­tra PBI (Producto Bruto Interno), en térmi­nos porcentuales no es una dificultad, sí lo es desde la perspectiva del discurso político y la producción de sentido a la que se apunta con la comunicación gubernamental.

“Nos dejaron tierra arrasada”, afirma el propio Fernández. En ese espejo se miran quienes, alarmados por la inevitable precarización que supone el dato, desconfían, aunque sin caer aún en la desesperanza que podría movilizarlos para hacerse escuchar en la calles. A ello se agrega que, en el contexto regional, la ciudadanía argentina eligió por el centroizquierda cuando los vecinos apostaron por las opciones centro­derechistas. ¿Vientos adversos para buscar acuerdos? Tanto en Itamaraty, Brasil, como en el Palacio Santos, Uruguay, coincidentes fuentes aseguraron a este corresponsal que con el nuevo gobierno argentino “tenemos ideas y lenguajes diferentes”.

Desde Washin­gton, en el Departamento de Estado, siguen la evolución argentina con atención particu­lar. Un desafío para el canciller Felipe Solá, un dirigente político de sobrados méritos y amplia experiencia en el orden interno, pero sin trayectoria en la aldea global.

¿Tendrá Alberto 100 días de gracia para iniciar su gobierno? Es posible. Dos semanas después de mañana, argentinas y argentinos, hasta los primeros días de marzo, pase a lo que pasare, hacen un alto para vacacionar, aunque muchas y muchos no puedan ir a ningún lado.­

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