“Sospecho que la mayor trampa para uno mismo quizás consista en descubrir las trampas que nos hacen los demás”.

¿Nunca te pasó conocer a alguien y hacerte amigo casi de inmediato? Hace mucho me pasó con un amigo muy querido –a quien tengo bastante abandonado–, y me explicó el fenómeno con una frase de Augusto Monterroso: “Los enanos se reconocen”. Hasta ahora la encuentro genial y la aplico a miles de situaciones y personas que pasaron por mi vida para hacerla más llevadera. En este mundo cada vez más lleno de poses, reglas no escritas, y sobre todo, un concepto estricto de lo que significa ser NORMAL –ay… esa palabra– todos los seres humanos que no entramos en la definición de normalidad, que vivimos nuestras vidas o sentimos nuestros sentimientos de forma alternativa, tenemos que cargar con algo mucho más pesado que una etiqueta social: SER DIFERENTE DUELE, me lo dijeron muchas veces de chica, y lo incorporé. Por suerte, los diferentes, o “enanos”, en nuestro camino nos topamos con un montón de enanos más que nos acompañan, al punto de llevarnos a agradecer nuestra falta de “normalidad”.

¿Para qué una introducción tan larga para hablar de una novela de 180 páginas, aparentemente cómica? Porque Federico Jeanmaire es un genio. Porque escribió una fábula sobre las relaciones humanas, en específico sobre lo mucho que nos cuesta convivir entre nosotros, y ni hablar de ser felices. Amor, sexo, soledad, incomunicación. Todo en un relato lleno de un humor desopilante y momentos de ternura y vulnerabilidad que te obligan a buscar algo para subrayarlo.

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Milagro y Perico trabajan de enanos en un circo que un día cierra. Con sus ahorros, logran comprar un terreno en una ciudad cerca del mar y consiguen trabajo en un bar de strippers. Con tanta suerte que una periodista hace una nota sobre ellos, se convierten en la sensación del local y se vuelven algo así como ricos y famosos. Tanto como para cumplir un sueño: crear un barrio exclusivo para enanos. Y poner allí su propio bar de strippers. Una especie de “Utopía”, pero por debajo del metro con cuarenta y ocho centímetros. Acuden enanos de todo el país fascinados por esa Meca, ese lugar donde ya nadie se burle de ellos. Pero pasan dos cosas: la primera, siempre hay alguien que viene a romper la armonía del cuadro, y de la vida, y aquí es la propia semilla del sueño la que lleva en sí el principio de su fin: la periodista que los “descubrió”, en cuyo honor el barrio se llama “Santa Eliana”. De Santa Patrona a Ángel Destructor. El segundo problema es que Monterroso dijo que los enanos “se reconocen”, no que “se adoran siempre”. Sienten celos, envidia, amor y sufren la traición al igual que cualquier ser humano. O sea, la tienen igual de difícil que el resto de nosotros.

“Resulta realmente muy difícil no creerle a la belleza. Casi imposible”.

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