• Por Aníbal Saucedo Rodas
  • Periodista, docente y político

El periodismo es una de las profesiones más nobles del mundo. Guía en medio de la oscuridad. Orienta en la confusión. Persigue la certeza ante el acoso de la duda. Inclemente con las dictaduras. Crítico intransigente en la democracia. Ante el error, se disculpa con el conocido encabezado: nobleza obliga (cuya mejor definición puede encontrarse en la película “Sublime gracia”).

Durante el largo predominio de los medios impresos había una regla de oro: nadie puede escribir como periodista lo que no pueda sostener como caballero. No era un escudo para los cobardes ni una coraza para la impunidad. No es casualidad, entonces, que los periodistas y los políticos encabecen la lista de los duelos de honor, como puede leerse en el libro “Duelo a muerte en Sevilla”, del historiador Miguel Martorell Linares.

Lejos ya en años de aquellas lides caballerescas, pero todavía en ese periodismo casi idílico, nuestra obsesión era la primicia (casi siempre anónima) y no la fama. Una primicia construida pacientemente, verificada con rigurosidad y corregida con solemnidad por los viejos maestros de la redacción. El haberse adelantado a los demás medios provocaba un gozo íntimo que no tenía precio ni comparación. Una palmada en las espaldas de Fernando Cazenave valía más que mil elogios.

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No estoy de acuerdo con el poeta Manrique con que todo tiempo pasado fue mejor. El mejor tiempo es el que nos toca vivir. En el que los sueños a veces se cumplen, pero siempre por el largo camino de hacer lo correcto. Y eso vale para todas las profesiones y todos los ámbitos de la vida.

El manejo sincero de la información es una cuestión de conciencia, de decoro y de profesionalismo. Si a los hechos se añaden enemistades personales, fanatismos ideológicos o competencias comerciales, el periodismo pierde la perspectiva de su misión.

DEL CORAJE A LA INTELIGENCIA

Cuando caiga Stroessner, nos advertía el talentoso Héctor Rodríguez, ya no bastará con ser valiente, también habrá que ser inteligente. Y tenía razón. Por eso la apuesta eran dos libros, como mínimo, al mes. Aunque el dictador parecía eterno, los ciclos biológicos son imparables. Por tanto, había que prepararse. Sin embargo, su final no fue como lo presagiábamos. Y llegó antes de lo que la imaginación presumía.

Aquel periodista de alma, aunque de profesión abogado y que prefirió el anonimato de los obreros, se había adelantado a lo que Kapuścińsky recomendaría en el 2000: en el periodismo la actualización y el estudio constante son condiciones esenciales e imprescindibles. “Nuestro trabajo consiste en investigar y describir el mundo contemporáneo, que está en un cambio continuo, profundo, dinámico y revolucionario”.

Las dictaduras siempre tratan de controlar los medios y dirigir la opinión pública. Cercenan las libertades y reprimen –o eliminan– a sus adversarios. Nuestro blanco, consecuentemente, era muy visible. Solo había que apuntar y disparar.

Los tiempos han cambiado. Y, naturalmente, el periodismo también. Se volvió una jungla de cazadores furtivos que conviven con aquellos que todavía reivindican la verdad como el primer principio y la última causa de esta profesión.

En la década de los ochenta, Juan Luis Cebrián, en su famoso libro “La prensa y la calle”, había realizado una de las mejores caracterizaciones de los diferentes personajes de esta profesión “difícil y no exenta de pecados… Está llena de locos e iluminados, con ganas de ser santos y generales, políticos y artistas, deseosos de conocerlo todo, machacarlo todo, seducir mujeres, alternar indistintamente con tahúres o con ministros, jugar al comisario, al espía, al escritor”.

Y sigue: “Hay entre nosotros aventureros, burócratas, funcionarios, payasos, sumos pontífices, aguafiestas y algún rompedor de escapularios”.

NI ÁNGELES NI DEMONIOS

Algunas de esas descripciones siguen vigentes. No somos todos ángeles ni todos demonios. Pero el periodismo, al igual que la política, también sufrió los embates de la posmodernidad y su punta de lanza, el relativismo. La verdad se convirtió en una construcción subjetiva. Y depende de la particular interpretación de cada uno. En esa tierra de nadie se fueron incorporando improvisados, prepotentes, vanidosos, vendedores de humos, mediocres, petulantes y petulantes mediocres. Y al lado de ellos permanecen algunos románticos incurables que siguen arremetiendo contra molinos de viento. Así como existen destellos prometedores de una nueva generación que cree en lo que hace con la devoción de los conversos, que sueña con un periodismo “con vocación de independencia, no sometido, o que pugna por no someterse, a ligaduras exteriores ni a intereses diferentes a los del lector” (Cebrián, 1980).

Iba a empezar este artículo con el verbo cambiado: “El periodismo solía ser una de las profesiones más nobles del mundo”. Pero nunca es recomendable generalizar. Sobre todo, recordando a los antiguos compañeros y a esta nueva y esperanzadora generación a la que hacía referencia.

Muchos incursionaron en esta profesión buscando sus minutos de gloria, tratando de desplazar a la noticia para convertirse en noticia ellos mismos. Muchos, pero no todos. Si afirmara que todos, sería igual a aquellos que, a falta de talento, disparan al bulto. Y luego preguntan.

“Los cínicos no sirven para este oficio” es el título del libro de Kapuścińsky. No sirven para el oficio, pero son útiles a otros intereses.

Repito: No somos ángeles ni demonios. Solo hombres y mujeres obligados a buscar y a guiar con la verdad. Es difícil no coincidir con Cebrián cuando afirma que “el periodismo únicamente testimonial, supuestamente objetivo o imparcial, no existe… Existe, en cambio, el periodismo honesto”.

Nuestra herramienta de trabajo es el pensamiento. Usémoslo correctamente. De ello depende nuestra credibilidad. Y la buena salud de esta profesión. Es bueno mantener viva la pasión por conocerlo todo, machacarlo todo, pero con el principio rector de la honestidad intelectual.

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En la década de los ochenta, Juan Luis Cebrián, en su famoso libro ‘La prensa y la calle’, había realizado una de las mejores caracterizaciones de los diferentes personajes de esta profesión ‘difícil y no exenta de pecados… Está llena de locos e iluminados, con ganas de ser santos y generales, políticos y artistas, deseosos de conocerlo todo, machacarlo todo, seducir mujeres, alternar indistintamente con tahúres o con ministros, jugar al comisario, al espía, al escritor’”.

Muchos incursionaron en esta profesión buscando sus minutos de gloria, tratando de desplazar a la noticia para convertirse en noticia ellos mismos. Muchos, pero no todos. Si afirmara que todos, sería igual a aquellos que, a falta de talento, disparan al bulto. Y luego preguntan”.

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