Desde que “Payo” Cubas anunció que no le interesa ser presidente de siete millones de inútiles (sic) respiro aliviada. Casi tan aliviada como si “Kelembú” anunciara que no le interesa ser Miss Universo o astronauta. Sin embargo, hay que reconocerle al ahora ex senador sus méritos y su puntería para haber llegado al Congreso de la Nación haciendo una campaña totalmente atípica. Primero cintareó y luego defecó en la oficina de un juez en Ciudad del Este. A lo largo de los años fue levantando la bandera “antisistema”, que siguió enarbolando una vez en el Congreso y que le pasó la factura la semana pasada cuando sus enemigos cerraron filas para echarlo.

Desde entonces los especialistas de comunicación política tejen toda clase de teorías en torno a lo que sucedería con el fenómeno “Payo” y desde este lado, el de los que somos apenas testigos, intentamos comprender el perfil del elector paraguayo antisistema, con el que “Payo” conservaría aún sus chances en algún otro momento. A “Payo” se le puede condenar cualquier cosa, menos que haya sido incoherente con el estilo de hacer política que lo llevó hasta el Congreso: la violencia entendida en su más repudiable acepción. La diferencia está dada quizá por los límites –o la falta de ellos– cuando demostró que el poder político hizo con él lo mismo que con todos los que condenaba, lo invistió del sentido de impunidad necesario para grabarse golpeando a un policía y amenazándolo.

Claro que cintarear a un juez tuvo una enorme significación en una sociedad que está harta de la justicia sometida al poder político y nada fue más efectivo para convertirlo en senador. Lo que “Payo” no alcanzó a entender es que golpear a un policía ostentando abiertamente su poder político también tuvo significación, pero no la que le convenía. Es importante entonces preguntarse a qué sistema representó “Payo” cuando ya se le había dado la confianza para llegar al Congreso. Y aunque a priori parezca harina de otro costal, también conviene recordar las veces que a “Payo” Cubas se le escapó una incontenible misoginia en sus discursos.

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Se definía a sí mismo como el resultado del voto bronca, “no el resultado de los que están en una posición de confort” –en sus propias palabras– mientras atacaba la dignidad de las esposas de sus enemigos. En una ocasión le dijo a un periodista que iba a liderar una campaña para deshacerse de todas las “putas” del Congreso, refiriéndose a las planilleras, en un discurso cuyo enfoque se atrasó unas cuantas décadas. Pienso que “ladrones” hubiera sido suficiente y, sobre todo, indistinto porque planilleros los hay hombres y mujeres.

Ahora bien, es difícil anticipar qué pasará con el más reciente antisistema de la política paraguaya. No obstante, quizá podemos coincidir en que el único mérito que alcanzó durante su breve paso por el Congreso fue el haber conseguido que entre sus verdugos se encontraran consagrados delincuentes de la política paraguaya, otorgándole al menos algo de dignidad a su muerte parlamentaria. Por lo demás, nadie lo va a extrañar.

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