• Por Felipe Goroso S.
  • Columnista
  • Twitter: @FelipeGoroso

En mi columna anterior les adelantaba que el tema de una próxima columna sería la manera en la que la administración Bolsonaro tiene cada vez más influencia en nuestras cuestiones políticas internas. En esta semana eso quedó más que en evidencia, para quienes quieran ver, obviamente. Para quienes no, encontrarán otras columnas donde nos cuentan los beneficios de que seamos gobernados por Brasil y lleguemos a la negociación de Itaipú en el 2023 absolutamente maniatados. Veamos algunos hechos, no opinión.

En junio de este año, una investigación de The Intercept revelaba que el entonces juez Sergio Moro orientaba las investigaciones del fiscal Destan Dallagnol para facilitar las condenas, según los mensajes intercambiados entre los integrantes del Lava Jato en un grupo de la red de mensajería Telegram. Moro influía en los procesos que posteriormente juzgaría, algo que, según los expertos, supone claras violaciones a leyes y principios constitucionales. Esto implicó un duro golpe a la credibilidad del, hasta ese momento, imbatible y mejor de los escuderos de Jair Bolsonaro. Perdió 10 puntos en el apoyo ciudadano (del 60% al 50,4%), luego de que se publicara la investigación.

Marcelo Bretas junto con Sergio Moro.

El 12 de noviembre, la encuestadora Atlas y el diario El País para su edición de Brasil, midieron la popularidad del gobierno de Bolsonaro. El porcentaje de votantes que piensan que la administración es mala o terrible ha aumentado casi tres puntos (del 39.8% al 42.1%). Quienes creen que el Ejecutivo es bueno cayó del 28.2% al 27.4%. Aun así, la imagen de Moro y Bolsonaro sigue siendo un poco mejor que la de Lula: el 40.7% de los encuestados ve al líder del Partido de los Trabajadores positivamente, mientras que el 53% lo ve negativamente. Con Bolsonaro, las mediciones dan 42.6% (positivo) y 51.6% (negativo). Los mejores números son para el ex juez del Lava Jato: 48.4% (positivo) y 45.6% (negativo).

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Sin embargo, la medición señala (y ojo a este dato) que es la primera vez que la aprobación personal del ministro de Justicia ha sido inferior al 50%. Exactamente siete días después de la publicación de esta encuesta se emite una orden de captura para ocho paraguayos, incluido Horacio Cartes. ¿Quién emitió la orden? El juez Marcelo Bretas, fanático de las pelis de cine, el pororó y ¿de quién más? bingo, de Sergio Moro.

De hecho, lleva años a su sombra y probablemente haya creído que ha llegado el momento de ocupar su lugar en la justicia, aprovechando que Moro ya tiene la mirada puesta en las elecciones del 2022, donde intentará ubicarse lo más cercano posible de Bolsonaro. De no lograr la vicepresidencia, podría tranquilamente pedir ser gobernador da provincia do Paraguai.

Publicaciones recopiladas probaron lo que ya era evidente: Moro hizo públicas, y de manera dirigida y selectiva, conversaciones grabadas para golpear a sus adversarios políticos. La difusión de las conversaciones de Lula atizó el ambiente político de aquella época, apenas unos días después de la apertura del juicio político que llevó a la destitución de Dilma Rouseff. Cientos de miles salieron a las calles a protestar contra el gobierno después de que Moro haya roto el protocolo que se venía siguiendo en el caso Lava Jato. Pasa que, a pesar de lo que declaró el actual ministro de Justicia de Bolsonaro, el de Lula no era un caso común.

Mientras tanto; acá en Paraguay –en nuestra política– esa mala palabra que empieza con p y termina con a, el presidente de la República declara que todo está en manos de la justicia (la brasilera, obviamente), seguimos sin saber cuál es la hoja de ruta de su gobierno al respecto de la renegociación de Itaipú que se hará en el 2023 (el caso que nos ocupa no tiene absolutamente nada que ver con esto, no sea mal pensado). Recordemos que la convocatoria a notables fue un fiasco absoluto y podría seguir, pero se me acaba el espacio. Ah, una cosa más que también es un hecho: a Mario Abdo Benítez le emociona que Jair Bolsonaro lo llame “meu amigo Maritu”.

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