Una empresa sea comercial, industrial, de servicios o de agroexportación que mantiene relaciones crediticias con una entidad financiera, para acceder a facilidades de corto plazo destinados a cubrir necesidades de capital de trabajo o de mediano o largo plazo, para la financiación de compras de activos fijos u otros proyectos de inversión específicos deben ser conscientes y asumir la responsabilidad de que deberán cumplir con requisitos específicos de orden cualitativo y cuantitativo institucionales que forman parte de su proceso crediticio corporativo, además de lo que los exigen los órganos de regulación.

Debemos concienciarnos de que otorgar crédito a un cliente (persona física y/o institucional) no se remite exclusivamente al desembolso del capital y luego hasta su vencimiento “olvidarnos” de la evolución de las actividades del prestatario durante el período de vigencia del préstamo.

Una evaluación crediticia que se acerque a lo ideal debería en todos los casos contemplar las principales áreas críticas de riesgos, lo que lleva implícito la necesidad de que tanto los analistas de riesgos como los oficiales de negocios deben conocer la operativa de su cliente, y de todos aquellos que están directamente relacionados con el manejo de las finanzas de la empresa. Toda actividad comercial tiene asociado el factor riesgo, pero en las entidades financieras constituye el “core” de los negocios.

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Es bien sabido que las instituciones financieras que cuenten con una estructura de riesgos y negocios dúctiles acompañando de cerca la evolución de la gestión económica-financiera-patrimonial de sus clientes, en caso de una coyuntura desfavorable, estarán en mejores condiciones de poder adelantarse a otros acreedores que les permitan negociar una refinanciación y/o reestructuración del crédito en condiciones más favorables.

Es dable aceptar que hoy día la actividad primaria de bancos y financieras ya no se circunscribe casi exclusivamente como lo era hasta fines del siglo XX en la venta de productos crediticios, sino que los no crediticios han pasado a formar parte importante de su espectro de negocios estructurales, lo cual se los puede visualizar al analizar la composición de los rubros que componen su cuadro de resultados y enfocándose primariamente en sus cliente y no ya tanto en los productos como lo era en el siglo XX.

Una razonable política de créditos está orientada a determinar cuáles son los productos que involucran riesgo crediticio, la naturaleza del mismo y la forma de controlarlo.

Las entidades no deberían “dejarse encandilar” por operaciones que en apariencia podrían resultarles rentables.

La atracción natural de las mismas resultan a veces irresistibles y sus consecuencias podrían ser negativas. Al buscar el equilibrio, la calidad del crédito y su liquidez debe tener siempre precedencia sobre la oportunidad de la concreción de nuevos negocios y sobre todo que la fuente primaria de repago pueda estar plenamente identificada, analizada y evaluada antes de su aprobación/desembolso.

El desafió para cualquier institución financiera debería estar orientado a la asunción de riesgos hasta el punto razonablemente óptimo, maximizando las utilidades sin exponerse en lo posible a que superen los niveles normales. No hay fórmulas para ello, no hay recetas escritas, las decisiones siempre serán subjetivas y nunca tendremos la certeza que la tomada será un 100% correcta.

Nuestro mercado es estrecho, pero cada vez más competitivo, por lo que muchas veces nos enfocamos a full a incrementar nuestro portfolio, sin que exista una precedencia de calidad comprobada de análisis.

Resulta de importancia primaria que bancos y financieras sigan reinventándose, concentrándose en las necesidades de sus clientes, dado que hoy día las tendencias del mercado y gustos de los consumidores distan muchísimo de lo que era en el siglo pasado, por lo que el que no se actualiza estructuralmente es serio candidato a quedar rezagado, y la competencia “no tiene parientes”.

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