• Por Aníbal Saucedo Rodas
  • Periodista, docente y político

Escueto, pero elocuente y certero. Reflejo de su condición de excelente orador, sustentado en una rigurosa formación intelectual. La insoportable lentitud para llegar desde el local de la Conmebol, que está cerca del aeropuerto, hasta un conocido hotel ubicado en la intersección de Aviadores del Chaco y Santa Teresa fue la manera más didáctica que encontró Felipe González, aquel junio del 2014, para demostrar uno de los cuellos de botella que obstaculizan el desarrollo social y el crecimiento económico de un país como el nuestro. Fue durante un encuentro del Círculo de Montevideo realizado en Asunción.

Ese cuello de botella específico señalado por el ex presidente del gobierno de España era, obviamente, la ausencia de infraestructuras adecuadas. Más allá de la contundencia de una realidad práctica, el ejemplo estaba lleno de metáforas. Ese desarrollo social lento y exasperante era igual al embotellamiento a partir de Madame Lynch, en que los vehículos se movían a un ritmo desesperante. Se tenía a la vista el horizonte en el que se soñaba vivir –igual que el destino de los conductores–, pero la marcha ya resultaba excesivamente lenta. La visión idealizada de un mayor bienestar para todos, desde la caída de la dictadura en 1989, se estrangulaba por la falta de un movimiento más dinámico que no involucraba solamente a las obras de infraestructura. El proceso de transición resultaba así interminable.

LA EDUCACIÓN, EN SU DOBLE VÍA

Naturalmente, la educación era (es) el otro componente imprescindible para que nuestro país pudiera impulsar todo su potencial hacia un desarrollo armónico e integral. Una educación construida desde una doble vía: la del acceso rápido al trabajo y la de una formación científica, que sea capaz de abrirnos y unirnos a otras culturas del mundo sin que perdamos la esencia de nuestra identidad.

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Los sistemas educativos son claves para el desarrollo, en tanto sean capaces de desempeñar su papel de formadores de mano de obra calificada con la necesaria anticipación y creatividad para “adaptarse a un mercado cuya evolución no es totalmente previsible” (Unesco, 1996). A ese desafío hay que incorporar “la evolución cuantitativa y cualitativa de los servicios” en un contexto de “desmaterialización de las economías”. Han pasado dos décadas de aquellas previsiones apuntadas por esta organización mundial. Las tecnologías de la información y de la comunicación añadieron nuevos elementos a la urgencia de transformar los sistemas educativos nacionales porque siguen siendo uno de los cuellos de botella que estrangulan nuestro crecimiento y progreso en toda la región.

No era la primera vez que Felipe González martillaba sobre este tema del cuello de botella. En nuestro país eligió el problema de infraestructura, probablemente sobre la marcha, al observar el angustiante paso de tortuga por la avenida que le tocó transitar, aunque reconoció que él no sufrió ese calvario “gracias a los motoristas” que abrieron paso. Y ahí, quizás sin querer, graficó una sociedad en la que coexisten una exclusiva clase privilegiada y la legión de los comunes.

En México, años atrás (2011), se centró en la educación como el cuello de botella que lastraba su capacidad de alcanzar un desarrollo afín a su riqueza cultural y en recursos. Insistió en la necesidad de una educación que responda satisfactoriamente a las demandas de cambio, pero con vocación de permanencia en el tiempo como política de Estado.

UNA BUENA GESTIÓN ARTICULADORA

A la educación, mano de obra y obras de infraestructura, el político español añadió algo fundamental para nuestros días: la capacidad de gestión o la gestión de calidad que pueda articular cada componente como un engranaje perfectamente ensamblado.

“Conjunto de operaciones que se realizan para dirigir y administrar un negocio o una empresa” (RAE). Aunque definida sencillamente, la palabra gestión, paradójicamente, conlleva un complejo arte que exige competencia, habilidades y, sobre todo, una incuestionable honestidad que empieza desde el momento mismo de aceptar el cargo. Y la responsabilidad aumenta de volumen cuando lo administrado cae dentro de la jurisdicción del Estado. Porque el daño de una gestión deficiente tendrá directa incidencia en toda la sociedad. Ese daño, por lo general, es el resultado de la improvisación o del manejo desleal de la cosa pública. O de las dos cosas al mismo tiempo.

Durante la transición democrática, algunos presidentes venían con su exclusiva y excluyente agenda y sus soluciones lujosamente encarpetadas. No había continuidad de los programas y proyectos que dieron buenos resultados en la gestión anterior.

La tarea se simplifica cuando, dentro de un traspaso ordenado, se continúan con políticas públicas ya iniciadas por otros gobiernos. Aunque cada administración tenga su impronta característica, es decir, el eje sobre el cual carga más sus estrategias de desarrollo, no es de inteligentes desechar lo que de bueno se hizo en el pasado.

CONTINUAR Y MEJOR LOS PROGRAMAS HEREDADOS

El presidente Abdo Benítez heredó programas estructurados de lucha contra la pobreza, mediante la intervención directa del Estado, iniciados a finales del período 2003-2008, fortaleciéndose y ampliándose en los dos gobiernos siguientes, 2008-2013 y 2013-2018, incrementándose considerablemente el número de beneficiarios. Estos programas sociales, despreciados por los cultores del neoliberalismo, han permitido en los últimos años que miles de familias tuvieran una vida más digna y algunas, conforme con las estadísticas oficiales, salieran del umbral de la pobreza y de la pobreza extrema.

Coincidente con las afirmaciones de Felipe González, las políticas de infraestructura cobraron mayor intensidad. Aquel cuello de botella que irritaba al visitante se superó mediante el bautizado “superviaducto”, criticado por algunos, pero disfrutado por miles, incluyendo por aquellos que lo critican.

Reivindicamos la crítica, sobre todo en democracia, como un ejercicio sano en la búsqueda permanente de la excelencia. Cada gobierno puede perfeccionar la gestión anterior. La duplicación de la antigua Ruta 7 –hace poco rebautizada Ruta 2– en el tramo que une Caaguazú con Ciudad del Este, la modernización de la Ruta 3, especialmente en el segmento Mariano Roque Alonso-Limpio, son diseños aplicables a otros departamentos del país. No solo mejoran la calidad de vida de los pobladores, sino que generan mano de obra, aunque coyuntural, evitando que el país se paralice, como ocurrió en este año y medio de gobierno.

Otra experiencia que puede replicarse es el barrio modelo San Francisco, que hoy da albergue a cientos de familias que antes vivían en la precariedad y el abandono. Es decir, existen razones para justificar que esos cuellos de botella donde todavía se atasca el desarrollo puedan ser ensanchados. Aunque, tal vez, nuestro mayor cuello de botella sea la incapacidad de reconocer lo que otros hicieron bien.

No era la primera vez que Felipe González martillaba sobre este tema del cuello de botella. En nuestro país eligió el problema de infraestructura, probablemente sobre la marcha, al observar el angustiante paso de tortuga por la avenida que le tocó transitar…”.

A la educación, mano de obra y obras de infraestructura, el político español añadió algo fundamental para nuestros días: la capacidad de gestión o la gestión de calidad que pueda articular cada componente como un engranaje perfectamente ensamblado”.

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