• POR CARLOS MARIANO NIN
  • Columnista

El 19 de noviembre (ayer) se recordó el Día de la Prevención del Abuso contra los Niños y Niñas, una jornada mun­dial de reflexión sobre los millones de niños abusados cada año, una situación que se da más frecuentemente de lo que se cree y que las autoridades mundiales convocan a denunciar.

Y es que el artículo 19 de la Convención Uni­versal de los Derechos del Niño reconoce como “obligación del Estado” la protección de todos los niños de cualquier forma de violencia o maltrato, incluso cuando los padres, madres o cualquier que deba velar por ellos, sean los responsables.

Según Unicef, en América Latina, práctica­mente la mitad de los padres considera parte de la crianza “normal” el castigar físicamente a los niños y las tres cuartas partes asumen que los agredieron sicológicamente, con gri­tos, agresiones de palabra, o condenas al silen­cio o indiferencia. Algo que los puede marcar de por vida.

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Y las estadísticas revelan una realidad coti­diana.

En América Latina, unos 6 millones de niñas, niños y adolescentes, reciben sistemática­mente “agresiones severas” y unos 80.000 mueren cada año por la violencia generada en el interior de las familias.

Incluso muchos no llegan a dimensionar los alcances del maltrato, por eso los exper­tos recuerdan que es considerado maltrato o abuso infantil a cualquier acción (física, sexual o emocional) u omisión no accidental en el trato hacia los niños y niñas de parte de padres o cuidadores, que les ocasione daño físico o psicológico y que amenace su desa­rrollo tanto físico como psicológico.

En nuestro país la situación es horrorosa. Las estadísticas desnudan lo mucho que falta hacer en este aspecto.

El Ministerio de la Niñez y la Adolescencia advierte sobre un alarmante aumento de casos de abuso sexual en niños. No es lo más ate­rrador, lo brutal es que el 80 por ciento de los abusos se dan en el entorno familiar.

Y los nos números de abuso sexual en nuestro país van creciendo cada año. En el 2016 fueron denunciados 2.126 casos, al año siguiente unos 2.461 casos, para el 2018 la cifra saltó 2.608, mientras que en lo que va del 2019 se recibie­ron 2.671 denuncias de supuestos hechos de abuso infantil. Solo en el mes de octubre se recibieron 12 denuncias por día. Sí, doce, y son solo las que se denuncian, porque los subregis­tros harían estallar las estadísticas.

Y volvemos al dato aterrador, porque la mayor parte de los agresores sexuales son “perso­nas del entorno inmediato de la víctima”, su padre, su padrastro, su tío, su hermano, su novio o el vecino.

En Paraguay se producen cada año 20.000 nacimientos de hijos de niñas y adolescentes de entre 10 y 19 años, de los cuales 700 corres­ponden a niñas de entre 10 y 14 años de edad, de acuerdo con los datos del Fondo de Población de las Naciones Unidas (Unfpa).

El organismo internacional también alerta de que la brecha económica relega los emba­razos infantiles (entre 10 y 14 años) al 20% de las niñas más pobres.

Para Unicef, desterrar estos códigos y eliminar las prácticas nocivas contra víctimas vulne­rables menores de edad, es parte de la responsabilidad estatal, pero también de las insti­tuciones y los individuos, en todos los casos.

Hace tiempo que los niños dejaron de ser el futuro para convertirse en el presente con el que construimos nuestras sociedades.

Hoy debemos enseñarles que tienen el dere­cho a decir “no” ante propuestas de cualquier persona extraña o conocida, o en actos que le parezcan impropios o incómodos.

Nosotros, los adultos, también tenemos la obliga­ción de generar ambientes de confianza en donde las niñas y los niños se sientan escuchados.

Hoy podemos prevenir los abusos. Podemos intentar hacer retroceder esas estadísticas que nos llenan de vergüenza. Podemos ser el puente por el que ellos caminen seguros hacia el futuro. Un futuro que los necesita para rectificar un mundo que hace tiempo parece ir perdiendo la guerra en esas batallas para las que no fuimos preparados y hoy nos pasan la factura.

Es hora de torcer el destino y construir un mundo distinto. Un mundo sin abusos y espe­ranza.

Un mundo de niños felices.­

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