Escrita en 1953, la obra maestra de Hayes “Los enamorados” se inicia con un hombre maduro tratando de seducir a una jovencita en el bar de un hotel. Como no tiene mucho material y varios tragos encima, no se le ocurre nada mejor que relatarle las variadas etapas de su relación con otra mujer, un affaire terminado. Hasta parece que en vez de estar en un bar se asumió en el diván de un analista, tratando de entender lo que sucedió y por qué, a la deriva.

Sus nombres nunca son revelados en todo el libro, solo “Ella” y “Yo”, una chica divorciada, lo cual en 1953 no habrá sido un estigma fácil de cargar, con una pequeña hija que no vive con ella, sino con su madre. “Ella” vive en un minúsculo estudio en Nueva York, es vulnerable en extremo debido a los golpes de su reciente divorcio. A pesar de ser joven, hermosa y albergar esperanzas en el futuro, algo en ella huele a melancolía. Como si ese desorden fuese solo algo pasajero. Como si todavía se creyese con derecho a “rehacer su vida”. La perspectiva del narrador, incluso al comienzo del idilio, nos muestra que, a pesar de estar enamorado, él vivió su propio sueño: el de continuar ese affaire libre e idílico lo más posible, eso sí, siempre y cuando le sea cómodo:

“Ella existiría entre esas cartas de amor y esas fotos mientras YO la amase. Nunca me planteé, por supuesto, amarla para siempre; pero tampoco me planteé el momento en que dejaría de amarla. No, lo que creí fue que esta escena permanecería igual para siempre… Era un affaire muy conveniente, fijo e invariable el que tenía planeado, una simple secuencia de placeres que no cambiaría seriamente mi vida ni interferiría, algo que llenase el vacío de mis largas noches y me liberase de mi opresiva soledad, y me proveyese el juego más atrayente en el parque de diversiones: el placer del amor”.

Una noche conoce a un hombre, Howard, que le ofrece una importante suma para pasar la noche con él. Esto la lleva a varias sensaciones: tentación, halago, curiosidad. El hombre parece sincero y solitario. EL dinero podría proveer un buen colchón para el futuro de su hijita. Sin mencionar que su “enamorado” ha insistido siempre en mantener una relación “abierta”. Esto inicia el debacle de esa ya “enclenque” relación, y mientras ella se involucra más y más con Howard, el “verdadero amante” experimenta una especie de parálisis. De creer que esto es lo que quiere de ella, que además lo de Howard es solo una relación de conveniencia, que ella sigue enamorada perdidamente de él, tiene que ver cómo ella se embarca en una nueva y mejor vida, algo que solo acrecienta su angustia por el vacío de la suya. A veces parece estar consumido por los celos, a veces hasta la comprende. Finalmente, hasta te da pena porque no se da cuenta de que la adora hasta que se da cuenta que la perdió del todo, que se le escurrió de entre los dedos como un pez:

“Todo lo que supe, realmente, fue que ella se había llevado consigo, al irse, algo que en el pasado me había mantenido entero, un necesario sentido de mí mismo, algo sin lo cual me sentía en riesgo de colapsar, y fuese lo que fuese, una indispensable vanidad, una irremplazable idea de mi propia invulnerabilidad, se había ido y solo ella podía devolvérmelo, o eso creí. Porque sin ESO –fuese lo que ESO fuese– me sentía pobre, devastado, herido en muchas formas misteriosas: sin ELLA no había nada que se interpusiese entre el mundo y yo”.

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