No se viaja en busca de respuestas, sino de preguntas más adecuadas. Viajar solo es también un modo de verse a uno mismo a través de los demás. Pero el viaje del cuerpo es también una forma de viaje del alma. A veces, de algunos viajes, el cuerpo vuelve cansado y el alma resucitada”.

Javier Sinay, periodista, era del tipo de gente a quien viajar le daba igual. Pero su novia, Higashi, descendiente de inmigrantes japoneses, le dice un día que ha descubierto su pasión en la vida: el Chado, la ceremonia del té, y se va un año a Kioto para estudiar sobre esto. Están juntos justo hace un año y muy enamorados. El mundo le tambalea. Encima, se queda sin trabajo. ¿Qué hacer en circunstancias así? ¿Buscar otro trabajo? ¿Buscar otra novia? ¿Ampliar su plan de datos de internet? Se le ocurre algo mucho menos práctico: organizar un viaje de 14.953 km, desde Buenos Aires hasta Kyoto, atravesando toda Europa y Asia. Con una sola regla: hacia el este, siempre hacia el este. Su propio desesperado gesto romántico le hace preguntarse qué cosas es capaz de hacer la gente por amor, así que el viaje se convierte en una recopilación de historias de amor y desamor en cada lugar en su itinerario: España, Francia, Alemania, Bielorrusia, Rusia, Mongolia, China, Corea y Japón.

“Una chica que me quiera como soy, para vivir aquí o allá. O adonde sea”, es lo que desea Muhammad, un inmigrante de Gambia en Madrid. En Barcelona conoce a Jowy y Eze, un matrimonio que filma películas de porno alternativo. París, sus puentes y el drama de los candados de los enamorados que ya ha echado al Sena, por su peso, barandillas enteras. Berlín y el espeluznante crimen pasional del congresista Gerwald Claus Brunner. Quizás la parte que más me emocionó fue su paso por Grodno, la ciudad en Bielorrusia de donde partieron sus antepasados en 1894, con 42 familias judías, en una epopeya organizada por un filántropo alemán: el Barón Hirtsch, para fundar una colonia agrícola en Moises Ville, Entre Ríos, tierra de los “gauchos judíos”. En Moscú se sube al Tren Transiberiano y recorre Ekaterimburgo, Kazán, Omsk, Irkutsk y la belleza helada del lago Baikal, despidiéndose de Rusia en Ulán-Ude, ante el cuerpo incorrupto de un Lama budista fallecido hace 90 años. De allí a Mongolia y el Palacio Matrimonial de Ulaanbaatar. Otro tren: el Transmongliano y 28 horas a través del inmenso desierto para llegar a Pekín y un padre desocupado que se pasa el día en un Parque con el CV de su hija, buscándole novio.

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Por fin en Seúl se reencuentra con Higashi y recorren un poco de Corea del Sur y su exaltación del romance, para luego conocer Tokio y los negocios montados para satisfacer la soledad de una sociedad donde el aislamiento es la norma. El punto final del viaje es Kyoto, donde Higashi se quedará seis meses más. “Nos envolvemos en un abrazo fuerte y ansioso que se convierte en un lugar en el mundo: un refugio entre el Este y el Oeste, una estación del viaje en la que nos quedaríamos mucho más allá de la hora de partida”.

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