• Por Carlos Mariano Nin
  • Columnista

Dicen que el cielo y el infierno no existen, que son solo cuentos para mantenernos adoctrinados y sumisos, que todo se recibe o se paga aquí en la tierra.

Pero hoy quiero hablar del infierno.

La Biblia le da diferentes nombres (abismo, horno de fuego, fuego eterno, lugar de tormentos, tinieblas exteriores, gehena, la segunda muerte, fuego inextinguible, etc.). En resumidas cuentas, el infierno forma parte, junto con el cielo y el purgatorio, de las opciones que nos esperan después de la vida.

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El infierno es sin dudas, para quienes creen, el más terrible lugar al que podrían llegar tras la muerte… ¿tras la muerte?

La cárcel de Tacumbú fue construida para albergar a 1.300 presos, hoy aloja a unos 4 mil. No es solo ese penal, todos están saturados y convertidos en verdaderas escuelas del crimen. Pero Tacumbú es un mundo aparte.

Para muchos es el verdadero infierno en la tierra. El 80% de los reclusos no tiene condena firme, pero están allí, expuestos a todo tipo de vejámenes. Allí mezclados, todos purgan su condena… culpables e inocentes.

Y vuelvo a hablarte de la matanza en la cárcel de San Pedro, porque para mí fue allí que hubo una rotura, un quiebre y la revelación de que en las condiciones actuales, esto es irreversible.

Las imágenes de presos decapitados, en una exposición de sangre que jamás habíamos presenciado fue la presentación en sociedad de la brutalidad del poderoso Primer Comando Capital, una organización criminal brasileña que cuenta con casi 20.000 miembros, 6.000 de los cuales están en prisión y cuyas acciones se expandieron con el mismo terror a toda Latinoamérica.

Y cuando no, en nuestro país y a la vista de la corrupción, la organización creció al punto de dominar las cárceles y todo negocio que se mueva dentro y fuera de ellas.

El Gobierno entonces se vio forzado a decretar una “alerta penitenciaria”, pero solo en papeles. En la realidad las cárceles siguen siendo campo de cosecha de las organizaciones criminales que se reparten el tráfico de drogas y el sicariato en todo el país.

Pero el último capítulo de esta terrible novela hubiese hecho, en cualquier país serio, que todas las autoridades fueran echadas a patadas o al menos renunciar por vergüenza.

Luis Antonio Rotela era primo de Armando Javier Rotela Ayala, líder del clan Rotela, conocido como el “zar del microtráfico” y archienemigo del brasilero PCC.

Luis fue trasladado a Asunción desde la penitenciaría de Pedro Juan Caballero. Cuentan los rumores que el hombre se bautizó como miembro del Primer Comando y en el mundo de la mafia la traición se paga con sangre.

Si, Luis fue asesinado a puñaladas nomás llegar a Tacumbú.

Pero la venganza no se hizo esperar. El asesino era asesinado un día después del crimen en la misma sanidad de la cárcel. Dos reclusos fingieron una pelea y llegaron hasta el lugar donde estaba el hombre y sin más… lo mataron.

Dos días después hubo una revuelta en la cárcel de Pedro Juan Caballero. Imágenes que se hicieron virales mostraban a los reclusos con enormes machetes advirtiendo que algo grande se viene.

Hoy estamos sometidos al tic tac de esa bomba de tiempo que se activa cada vez con más frecuencia y menos acciones de las autoridades. En las cárceles la reinserción es una utopía y los clanes se dividen el negocio de la muerte desde el lugar más seguro.

Y empezaba hablando del infierno porque en eso convirtió el sistema corrupto a las cárceles. Todo se compra y se vende, se negocia y se impone, aun en la más urgente “emergencia penitenciaria”. Afuera nadie habla del tema, pero desde dentro se escucha un lamento espectral, una ruidosa guerra siembra el horror… aquí en la tierra, como en el infierno.

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