EL PODER DE LA CONCIENCIA

Tienen el cerebro quemado. Ni siquiera en el fondo de su alma tienen un ápice de sensibilidad. Es “lo mejor” de la Policía, los encargados de reprimir con cachiporra, gases lacrimógenos y escopetazos a los ciudadanos que suplican por sus derechos.

Los escuadrones especializados visten lindo, con escudos, con botas, con cascos que tienen visera, con hombreras y otros implementos que los protegen. Como caballeros andantes de antaño usan una llamativa coraza y se creen invencibles; sin embargo, estos de hoy no defienden a las damas de peligrosos dragones ni hacen el bien para la gente, sino que obedecen órdenes para lastimar a los indefensos. Ellos son los peligrosos.

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Son brutos. Envalentonados en manada, llenos de adrenalina porque tienen permiso para ejercer la violencia y no habrá consecuencias. Son demonios salidos del infierno que se ríen de la verdadera ley de la democracia, que es cumplir la voluntad de su soberano, el pueblo.

En estos días por redes sociales y en la televisión vimos, sin embargo, con sorpresa cómo estos grupos de policías escondidos detrás de carros hidrantes y del anonimato colectivo fueron arreados, perseguidos y rociados con bombas molotov en Chile, donde los mansos ciudadanos se cansaron de ser manoseados, de ver cómo las clases privilegiadas ostentan los recursos que les brindan los impuestos y leyes acomodadas mientras que la gente normal no tiene acceso a derechos básicos, ni hablar de salud.

En Bolivia también se hartaron de que la ley sea torcida a conveniencia. Para muchos, el sagrado contrato colectivo llamado Constitución Nacional fue burlado mientras el aliento de poder embriaga al que se cree elegido por los dioses y su enquistada camarilla de adulones. Una cosa es lo que expresa la ley del gobierno y otra la que debe ser.

En Ecuador tampoco se quedaron atrás, y pese al derroche de energía desplegada por los represores con cachiporra, que generosamente repartieron golpes a los ciudadanos, la voluntad del presidente se encontró contra una muralla infranqueable. El hartazgo llegó al punto que los manifestantes capturaron y retuvieron presos a nada menos que 54 efectivos policiales dentro de un estadio al norte de Quito.

En Paraguay las cachiporras también están generosas, así como las ansias de lucrar con la muerte de árboles en el Jardín Botánico, árboles que estuvieron allí antes de que los negociadores humanos nacieran y se creyeran con derecho divino a cercenar la vida ajena.

¿Quién les dio derecho de matar? ¿Qué se creen? Mientras ellos, las mentes detrás del negociado, proyectan ganancias en oficinas con aire acondicionado y calientan el planeta, afuera la caterva de brutos con cachiporra descarga su júbilo con impunidad. Pero, oh sorpresa, las víctimas vuelven día tras día y suman rencor.

En Chile quedaron al menos 18 familias que nunca olvidarán a Piñera. Nunca. Y tal vez un día cuando sea ex presidente alguno le reclame en la calle cuando no esté rodeado de matones y los años hayan diluido en su sangre los efluvios del poder.

Aquí, el rencor alcanza niveles de odio. Cansada, la gente hoy se atreve a desafiarle al Presidente y le insulta a viva voz en la calle. Y a pesar de que en la Constitución se garantiza el derecho a la libre expresión, los uniformados sicarios de la democracia ejercen impunes con su permiso y amordazan la libertad con esposas.

Por las redes sociales corren rumores, feos rumores de cosas que no pueden ser detenidas con los escudos o los cascos con visera. Esos escuadrones represores y violentos deberían recordar que al quitarse la coraza, al volver a la casa cada uno de ellos tiene familia. Deberían dejar de actuar como bestias cobardes asalariadas que recitan como excusa que “solo reciben órdenes”. Los hombres no juegan a ser grandes frente a los indefensos; los hombres, los verdaderos hombres son valientes capaces de arrojar el escudo y la cachiporra y correr para no lastimar a los que claman por sus derechos.

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