Quienes hayan leído al ultrafamoso Harari por Sapiens, Homo Deus y 21 lecciones habrán encontrado coincidencias en casi todos sus relatos, acerca de las particularidades que como especie humana nos llevaron a dominar el mundo y dominar a cualquier otra especie, que nos supere incluso en número.
Además del desarrollo cognitivo evidente que hace miles de años nos permitió construir un lenguaje escrito y hablado –a diferencia de nuestros primos, los primates– los seres humanos hemos podido triunfar en el globo y superar las dificultades de cada tiempo por dos cuestiones fundamentales: la capacidad de construir ficciones y la capacidad de funcionar organizadamente en torno a esas ficciones. No hay animal sobre la tierra que se nos asemeje; así hemos creado el dinero, lo que llamamos “cultura”, los bancos, las instituciones de gobierno, las constituciones que organizan los países y todas las cosas que forman parte de nuestro día a día y moldean nuestro comportamiento.
Sin embargo, el mismo Harari enuncia en varios relatos de sus obras, ejemplos de cómo las ficciones en terminadas épocas perdieron valor y cayeron imperios cuando el homo sapiens comenzó a creer en otros relatos. El 21 de diciembre de 1989, el dictador de Rumania, Nicolae Ceausescu, quien llevaba más de 25 años en el poder, organizó una manifestación masiva de apoyo en Bucarest, luego de que en los últimos meses la Unión Soviética retirara su apoyo a los regímenes comunistas de Europa del este. Así congregó a 80.000 personas en la plaza principal en un acto que en simultáneo se transmitió por todos los canales de televisión.
En un video, que hasta hoy está disponible en Youtube, con el título “El último discurso de Ceausescu” se ve al dictador pronunciar una efusiva perorata hasta que algo absolutamente impredecible ocurrió. El dictador quedó tieso, algo parecía haberlo dejado perplejo. Era un abucheo que llegó desde lejos y fue tomando tal velocidad y volumen que no se lo pudo contener. Aquello fue un desastre transmitido en cadena nacional que dio inicio a la caída de su régimen cuando alguien se atrevió a cuestionar el relato.
Recordé el video y el relato de Harari en estos días cuando se divulgó el escrache multitudinario que sufrió Rodolfo Friedmann, ex gobernador de Guairá y actual ministro de Agricultura señalado por denuncias de corrupción, en su propio feudo. También lo recordé cuando un pintoresco juez de Ciudad del Este, hoy investigado por el Jurado de Enjuiciamiento de Magistrados, prohibió –vía resolución– las movilizaciones frente a las casas de tres colegas suyos que liberaron a un pedófilo.
Y así reflexioné sobre cómo en ningún otro momento de la historia ha sido más sencillo destruir relatos y hacer caer los imperios que solo pueden funcionar en tanto y en cuanto esos relatos se mantengan rígidos. Podemos denostar en muchos sentidos contra la crisis de valores que atraviesa nuestra sociedad, los problemas políticos y sobre todo económicos que nos afectan. Pero nadie en su sano juicio puede negar que hoy es más sencillo destruir ficciones, a mayor o menor velocidad, es cierto, pero el germen del abucheo y sus terroríficas consecuencias son una amenaza omnipresente para los enemigos del bien común. Le temen tanto como el dictador rumano a la voz anónima que encendió la chispa frente a 80.000 personas hace 30 años.