• Por Augusto Dos Santos
  • Analista político

Adolfo Bioy Casares escribe en 1969 “El diario de la Guerra del Cerdo”, que retrata un escenario de la Buenos Aires de 1943 y describe la ficción de las nuevas generaciones que se ponen en guerra contra “los viejos”. En la novela, llevada al cine en 1975 por Leopoldo Torre Nilsson, se relata el temor y la desconfianza entre generaciones y termina con la muerte de varios vecinos longevos de un conventillo.

Al parecer tal tensión estuvo centrada históricamente en la presión de las nuevas generaciones por acceder al manejo de la historia, siendo la institución más aborrecida la gerontocracia. No hay que olvidar –por ejemplo– la eterna vigilia de los oficiales del ejército de Stroessner aguardando que los oficiales generales dejaran de respirar para producir una vacancia.

Curiosamente, esa guerra sorda que ha caracterizado al mundo y que ha polarizado a jóvenes vs. viejos, viene cambiando de signo de polaridad predisponente por factores atribuibles a algunos cambios que se dieron con bastante nitidez: los cambios en la cultura del consumo constituye un dato fundamental. Al instalarse una ecuación de obsolescencia jamás vista en la historia. Nada debe durar más de un año y reparar algo siempre debe ser un plan anacrónico que amenace costar más que comprar uno nuevo (el mejor ejemplo es la impresora). Súmese la centralización absoluta del mercado en la cultura joven, por citar: espectáculos, comunicación, tecnología, alimentos, dietas, diversos cultos al cuidado del cuerpo, indumentarias, etc. Y, solo por citar un factor más de los otros muchos que existen: la nitidez creciente del factor joven como detentador de las “nuevas llaves” de la tecnología, las tendencias y el consumo, en las decisiones políticas más relevantes.

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LOS AMARGOS X (AMARGUEKIS)

En este contacto es visible la patética presencia de un bolsón pronunciadamente eruptivo de ciudadanos que pertenecen a la generación X que navegan entre los 40 y 60 años cuya triste misión en el escenario actual parece ser criticar a los millennials dibujándolos con la caricatura de “pendejos irresponsables que creen saberlo todo y no saben nada”. Pocas veces –quizás como en la Guerra del Cerdo, pero al revés– se han expuesto tan ridículos los complejos y temores de una generación que con demasiado dramatismo está observando su paulatino reemplazo.

“Los millennials no saben nada de la cultura y viven encerrados en sus redes”, dice uno echando espuma por la boca. En verdad, la cultura de hoy vive encerrada en las redes también, si fuera el caso.

“Los millennials” no entienden nada de política”, asegura otro; sin embargo, estuvieron manejando toda la comunicación publicitaria, el big data y las diversas fórmulas que provocaron las victorias de los últimos dos presidentes de Estados Unidos, el Brexit, el referéndum de Colombia, la victoria de Bolsonaro y 30 sitios más en el mundo.

LOS MILLENNIALS DE 40

“Son unos pendejos arrogantes que creen que porque manejan un algoritmo ya van a enseñarnos todo”, reflexiona otro. Aparte de olvidarnos que la regla de multiplicar más simple que aprendimos en el colegio era un algoritmo, también olvidamos que ya no son “pendejos”. Te sorprendería escuchar que –de acuerdo a algunas clasificaciones generacionales– el mayor de los millennials cumplirá 40 años el año que viene. Tan pendejos no son.

Es más, el mayor de los millennials ya pudo haber sido presidente hace cinco años, si nos basáramos en la Constitución. Pero peor aun para la mala onda de los “amarguekis”: el más grande de los centennials, así llamada también generación Z (sucesores de los millennials) cumplirá 20 años en menos de medio año.

TODO TIEMPO FUTURO FUE MEJOR

Adaptarse a los cambios de época no es una tarea fácil, peor aun cuando se trata de cambios abruptos que también abordan la cultura. Si la impronta de la generación millennials solo abordara el estricto campo de las NTics probablemente pasaría mucho más inadvertida, pero hoy es torpe pensar en una cultura divorciada de las tecnologías. Se puede venerar la historia de la civilización y de las formas culturales del pasado y de siempre, lo que no se puede pretender es que un paradigma embalsamado siga siendo paradigma. Los cambios que se han dado en las formas civilizatorias son tan rotundas que es imposible entender sino parado en territorio millenniall.

DEBILIDADES

Es cierto que tal generación adolece de problemas que serán déficits importantes: han olvidado los clásicos (por ejemplo ) que no son solo señores que escribían historias de Grecia, etc., sino han planteado la mismísima línea de base de la ética civilizatoria. Pero ninguna generación es –per se– mejor que otras. Se trata, sencillamente, de asumir que los cambios de época plantean nuevas formas teóricas y prácticas de generar soluciones y esperanzas, dejarse llevar y vivir la aventura del cambio con todo lo que podemos contribuir.

No nos asustemos na tanto.

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